El Michael Moore de la economía
La Real Academia sueca de las Ciencias concede el Nobel a Paul Krugman, brillante analista y divulgador y azote público de la política de la Administración Bush
CÉSAR COCA
Martes, 14 de octubre 2008, 09:21
La Real Academia sueca de las Ciencias cerró ayer la tanda de anuncios de los Nobel de este año con un ejercicio de oportunidad. Al premiar a Paul Krugman (Albany, Nueva York, 1953), reconoce al brillante académico, notable polemista y extraordinario divulgador de la economía, que desde hace años venía desvelando los males que ocultaba una economía opulenta. Pero distingue también al azote intelectual de los ocho años de Administración republicana en Estados Unidos. Krugman, descendiente de judíos que emigraron de Rusia, ha disparado dos veces por semana contra Bush desde su columna del 'New York Times', acusándolo de encaminar al país hacia el desastre. Incluso ha llegado a calificar a su Gobierno de «aterrador». Krugman es algo así como el 'Michael Moore de la economía' por el punto de irreverencia que tienen muchas de sus afirmaciones, aunque su finura intelectual lo aleja de cualquier provocación de trazo grueso.
Un simple repaso a su biografía desactiva cualquier intento de restar profundidad a sus críticas: hijo de una familia humilde, estudió en Yale, se doctoró en el Instituto Tecnológico de Massachussets y ha impartido clases en las universidades de Stanford y en Princeton, donde es catedrático de Economía y Asuntos Internacionales. No es fácil encontrar tantas universidades de prestigio en un solo currículum. Krugman, un tipo con una dosis de arrogancia e inmodestia al nivel de su popularidad, ha interiorizado todo lo que supone esa brillante trayectoria. Cuando a los 26 años ganó la medalla John Bates Clark, reservada a investigadores menores de 40, dijo que era un premio aún más importante que el Nobel. Cuando, tras haber formado parte de los comités asesores de la presidencia de EE UU en época de Reagan, y más tarde del FMI, el Banco Mundial, la Comisión Trilateral y la ONU, fue acusado de catastrofismo por el círculo de Bush, se defendió diciendo de sí mismo que es «la única voz de la verdad en el océano de la corrupción».
El analista político
Krugman, que también ganó el Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en 2004, no pasaría de ser un académico brillante, otro más en un país que los tiene por centenares, si no fuera por sus columnas en la prensa. Empezó escribiendo sólo de economía, pero ha ampliado cada vez más el círculo de sus intereses hasta adentrarse abiertamente en la política. Desde allí ha clamado contra Bush y su política, que a su juicio ha generado en EE UU una diferencia de riqueza como no se daba desde los años veinte, ha elevado hasta la estratosfera el déficit público, ha despilfarrado recursos en absurdas aventuras bélicas de nefastos resultados y ha tratado de terminar con los últimos restos de política social que permanecían intactos desde la época de Roosevelt.
Autor de una veintena de libros, entre los que destacan 'Vendiendo prosperidad', 'El gran engaño', 'La era de las expectativas limitadas' y 'Después de Bush: el fin de los 'neocons' y la era de los demócratas', Krugman recurre con frecuencia a ejemplos muy cercanos al público para explicar realidades económicas que en boca de otros resultan enormemente complejas. En un célebre artículo, hace varios años, dijo que la política fiscal de Bush es «como aquel que te cuenta que ha comprado para Navidad un televisor de último modelo, pero omite decir que lo ha pagado con tu tarjeta de crédito y que la usó también para comprar unas cosillas para él. Al final, llegará la factura y el problema entonces será tuyo, no suyo».
Escéptico por naturaleza, Krugman ha recibido sin entusiasmo los paquetes de medidas que estos días aprobaban los gobiernos de todo el mundo y no ha escatimado críticas hacia los gestores financieros que cobraron sumas inmorales por conducir sus entidades -y, de paso, la economía mundial- hacia el abismo. Quizá por eso, la derecha de EE UU lo desprecia como a un 'izquierdista radical'. Sorprendente calificativo para quien ha dicho que Europa ofrece prestaciones de desempleo demasiado largas y elevadas.
La nota de la Real Academia de Ciencias no hace referencia a su capacidad de divulgación de la economía -quizá porque, de haberlo dicho, quedaría más en evidencia que no se lo dieran a Galbraith, otro formidable analista y divulgador- ni a sus vaticinios, que con frecuencia han encogido el corazón de los inversores. En ese ámbito, el de las predicciones, Krugman tiene en su haber aciertos sonados, como su adelanto de la crisis asiática, pero también clamorosos errores, como cuando estimó que la demanda de petróleo caería a partir de los 50 dólares por barril. O quizá el más llamativo de todos: hace sólo cuatro meses, aseguró que «lo peor de la crisis ha pasado» y estimó las posibilidades de recesión «en no más de un 10%». Al profeta Krugman no le darían el Nobel.