«¿Cómo se le dice a un hijo 'han matado a aitite'?»
Jordi recuerda la figura de su padre, el juez José María Lidón, al cumplirse hoy 15 años de su asesinato a manos de dos etarras
Lorena Gil
Miércoles, 18 de abril 2018
Jordi Lidón tiene dos hijos. Y lo que más le duele es que «no vayan a conocer a su aitite». «Son mayorcitos y ven muchas cosas». «La cría está muy espabilada, ya pregunta. Le dices que aitite ha muerto, pero eso no sacia su curiosidad. Te interroga y nosotros lo vamos dejando... Es complicado. Sabemos que más pronto que tarde tenemos que contarle algo, lo que pasó, sin toda su crudeza. Pero, ¿cómo se dice 'han matado a aitite'?».
ETA acabó con la vida de su padre, José María Lidón. A primera hora de aquel 7 de noviembre de 2001, el magistrado de la Audiencia Provincial de Bizkaia, acompañado de su esposa, abandonó en coche el garaje de su domicilio en Getxo para ir a trabajar. Dos terroristas le esperaban. A cara descubierta y a bocajarro, le descerrajaron cinco disparos que le causaron la muerte. Fue el séptimo atentado de ETA contra la judicatura española y el primer juez asesinado en Euskadi. El hijo pequeño del matrimonio –tienen dos–, Iñigo, presenció todo. Contaba entonces 21 años y salió del aparcamiento conduciendo su vehículo justo antes que sus padres. Al escuchar los disparos, frenó, salió del coche y fue a socorrerlos. Fueron sus gritos los que provocaron la huida de los etarras.
En la casa familiar sonó el teléfono. «Han disparado a aita en el garaje, ven corriendo», le comunicó Iñigo a su hermano, Jordi. «Recuerdo el impacto. Estaba ya la policía, no llegaba la ambulancia...», evoca. El vecino de puerta de los Lidón tenía el mismo coche que el magistrado. «Recuerdo que nos dijo que se le echaron dos personas encima en el garaje, suponemos que hasta que se dieron cuenta de que no era mi padre», revela Jordi, que entonces tenía 23 años. A la segunda no fallaron.
José María Lidón era natural de Girona, pero a los 17 años se trasladó al País Vasco para estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Deusto. Conoció a María Luisa Galarraga, se casaron y fijaron su residencia en Getxo. «Era una persona muy modesta, cercana, siempre tenía una palabra amable para todo el mundo», describe su hijo mayor. «Era raro no verle con una sonrisa». Los «chistes malos» eran una de sus especialidades. En navidades eran un clásico. «Solíamos pasarlas en Girona, y también el verano», comparte.
Jordi e Iñigo han seguido adelante con sus vidas. Este último montó hace dos años una empresa con unos amigos en Barcelona. «Mi madre lo lleva muy mal porque antes solían comer juntos todos los días...», apunta Jordi. Este fin de semana Iñigo ha viajado a Euskadi para estar con su familia con motivo del aniversario. Marisa es «a la que más le cuesta» mirar hacia delante. «Siempre estaban juntos e iban a empezar una nueva vida con nosotros ya fuera de casa. Pero ETA lo frustró radicalmente», expresa su hijo mayor. Ahora son sus nietos los que «le dan la vida». «Los va a recoger al colegio, los lleva al cine... Ha sido muy valiente y lo ha hecho muy bien», afirma Jordi.
«Objetivo fácil»
El 15 de noviembre de 2001, la banda se atribuyó la autoría del asesinato a través de un comunicado. Afirmó que se trataba de una acción dirigida «contra el aparato de Justicia español». Y añadían: «Los jueces españoles que castigan sin piedad a los combatientes vascos no tienen un espacio de impunidad en Euskal Herria». El Ministerio del Interior atribuyó el crimen a los terroristas Hodei Galarraga y Egoitz Gurrutxaga, que fallecieron en septiembre de 2002 al explotar la bomba que transportaban en un coche por Bilbao.
Lidón no llevaba escolta. «Ni se lo planteó». La víctima fue ponente en 1990 de la resolución por la que se impusieron entre 12 y 20 años de prisión a seis jóvenes por el ataque con cócteles molotov, tres años antes, contra la casa del pueblo de Portugalete. Dos personas murieron en el atentado: Félix Peña y María Teresa Torrano. También formó parte del tribunal que impuso penas de arresto e inhabilitación a nueve guardias civiles por las torturas infligidas en el cuartel de La Salve, de Bilbao, a Tomás Linaza, padre de un etarra. Su nombre nunca había aparecido en los documentos incautados a los comandos desarticulados. «No veía ningún peligro. Fue un objetivo fácil», lamenta Jordi. Otros jueces sí tuvieron que llevar protección, como Juan Ayala, amigo y compañero de Lidón durante una década en la Audiencia.
En el momento de su asesinato, la víctima era magistrado de la sección segunda de la Audiencia Provincial de Bizkaia y catedrático de Derecho Penal en el mismo centro en el que se licenció. «Su verdadera pasión era la enseñanza». Además, era uno de los profesores «favoritos» de los alumnos. «De esos que siempre acabas por elegir para que salga en tu orla», explica Jordi. Casualidades de la vida, su mujer, Aitziber, fue una de las alumnas del magistrado en Deusto. «Igual conoces a mi padre», le comentó un día. «No fastidies, no te creo», le respondió ella al escuchar el nombre de José María Lidón. «Le tuve que enseñar mi DNI para que se lo creyera», asegura.
– ¿Y en casa, ejercía también de profesor?
– Afortunadamente no. No es que fuera blando con nosotros, pero la verdad es que esa faceta la dejaba fuera de casa. Mi madre sí que era más profesora.