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Al hilo de un examen de matemáticas

El sistema educativo permite que lleguen a universitarios alumnos sin criterio que son peligrosos para ciertos trabajos

MANUEL J. TELLO | PROFESOR EMÉRITO DE LA UPV/EHU

Jueves, 7 de julio 2016, 19:04

A principios de junio se celebraron las pruebas de acceso a la Universidad. Este año han sido noticia debido a que el examen de matemáticas generó una moderada protesta. Para entenderla se necesita una información previa. Por una orden (política) no escrita, el número de aprobados debe llegar, por lo menos, al 95%. Así ocurre año tras año. Para ello se requieren dos actuaciones. En la primera se orienta a los profesores de bachillerato sobre el contenido del examen para que los alumnos lo memoricen por repetición. Así, en el examen reproducen lo memorizado aunque muchos no lo entiendan. La otra actuación es la de los profesores que corrigen las pruebas. Su "manga ancha" debe permitir llegar a ese 95% de aprobados. En el caso que nos ocupa la protesta no se produjo por la dificultad del examen. Se debió a que, con antelación, no se había presentado a los profesores.

Lo ocurrido es fruto del bajo nivel al que ha llegado el sistema educativo. En este punto es interesante preguntarnos, con algo más de detalle, sobre los conocimientos de este 95% de aprobados. Para responder se utilizará la figura que acompaña a este artículo. Reproduce, sin retoques, el examen de un alumno que está entre el primero y el segundo curso de una carrera científico-tecnológica (no se asusten, no hay que resolver el problema). El alumno debía calcular las aceleraciones de los tres bloques. Claramente no sabe resolver un problema elemental. Pero en la respuesta hay algo grave, gravísimo. Las dos últimas líneas demuestran que no sabe nada de matemáticas elementales. Absolutamente nada. El sistema educativo permite que lleguen a la universidad este tipo de alumnos que, al carecer de criterio, son peligrosos para ciertos trabajos, ya que pueden hacer, indistintamente, una cosa o la contraria. Por ejemplo, cerrar en vez de abrir el gotero de suero a un enfermo.

El ejemplo quedaría como una anécdota si fuera algo único. No lo es y afecta a los que terminan las carreras. Por razones de espacio solo analizaremos un dato. En los últimos cuarenta años el número de alumnos universitarios se ha multiplicado, más o menos, por tres. Los que terminan su carrera universitaria con un nivel adecuado siguen siendo los mismos de hace cuarenta años. Del resto, una parte, debido a la presión política y social sobre los profesores, acaba la carrera sin merecerlo. Es decir, sin conocimientos consolidados. El resto abandona por carecer de constancia y de una formación elemental mínima.

La situación a la que se ha llegado, como ocurre con la justicia, es una consecuencia de la injerencia de los políticos. En los niveles no universitarios se han cargado el prestigio de la enseñanza pública. Suprimieron el sistema de selección de profesorado en base al conocimiento (recuerden lo que era un catedrático de instituto), prácticamente obligaron a los profesores a dar aprobados generales y les quitaron su autoridad, eliminaron del diccionario la palabra esfuerzo para los estudiantes Con esta actuación, en este caso de la izquierda, han hecho felices a los padres con alto poder adquisitivo. En el pasado, los conocimientos adquiridos en la enseñanza secundaria estaban sujetos al control de pruebas parciales. Los que llegaban al final eran los que habían demostrado capacidad y esfuerzo. Aquellos que no cumplían estos requisitos no llegaban a la universidad aunque, utilizando un dicho popular, fueran "hijos de papá". Ahora, con el aprobado general, esos hijos de papá aprueban y, por la influencia de sus padres, les quitan los puestos de trabajo a los humildes que, siendo capaces, carecen de padrino para encontrar trabajo. ¡Justicia social! Es evidente que no es un problema para tratar en pocas líneas.

La situación exige sumar esfuerzos. Por ello me atrevo a pedir a los medios de comunicación un favor muy especial. Igual que para operarse buscan al mejor cirujano, para opinar sobre educación busquen solo a aquellos profesionales que han demostrado que conocen bien el tema. Si ustedes colaboran, evitando darle cancha a los demagogos, quizás empiecen a arreglarse las cosas. Los partidos políticos en España, si no tienen una presión muy fuerte, jamás lo arreglarán. Debemos recordar que el bachiller que se impartía en los centros públicos en el pasado era de un nivel comparable al que se impartía en Europa. Aquellos catedráticos tenían sólidos conocimientos y, mayoritariamente, cumplían con los requisitos que analiza el libro titulado "The Good Teacher" por cierto, premio de la editorial de la Universidad de Harvard. El mismo criterio que se emplea para contratar a un futbolista, un músico o un médico se puede aplicar para elegir a las personas que pueden formular la reforma del sistema educativo. Hoy, ser ministro, exministro, rector, exrector, catedrático de universidad o algo similar, no significa que has demostrado que sabes de educación. Mucho menos aún los políticos y tertulianos. La mayoría carecen de experiencia en el tema, muchos han sido unos estudiantes mediocres y algunos ni terminaron sus estudios. Con sus intervenciones demuestran que casi ninguno leyó nada. Todos ellos no solo hablan, también pontifican. Deberían ser juzgados y castigados por su osadía. Si un país quiere tener futuro debe frenar, cuanto antes, el crecimiento descontrolado de iletrados.

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