Borrar
La Lotería Nacional de hoy sábado: comprobar resultados del 6 de diciembre

El último relato de Martín Olmos: Muerte al volapié del infame Isidro Mompart

Que dio pobre función y sin churros

Martín Olmos

Jueves, 8 de octubre 2015, 10:01

Isidro Mompart Prats, natural de Canovellas, miserable asesino infanticida y violador de una vieja, murió indeciso y cagón y desperdició un auditorio entregado que llenó la plaza en una matinal que no sumó afición. El respetable le devolvió pitos y le llamó, y con razón, hijoputa desde el balcón. Isidro Mompart Prats, cuchillero y astroso criminal, salió al brete con expectativas, comido, bebido y vestido de carnaval, pero se puso maulón y murió de aliño ofreciendo pobre espectáculo a la cofradía que compareció sin el consuelo de los churros del gitano por ordenanza municipal. Isidro Mompart Prats derrotó con incertidumbre, cabeceador, y no dio faena y don Nicomedes Méndez, verdugo y criador de canarios, cumplió con eficiencia y sin verónicas haciendo lo que pudo y no recogió claveles.

A don Nicomedes Méndez, profesional inventador, le escribieron los plumíferos de menestral vestido de domingo y recién cumplió el recado recogió y volvió a su casa en el barrio de la Salud, a oír cantar a sus pajaritos, pío, pío, y sin dar la vuelta al ruedo. Don Nicomedes Méndez le había llevado ilusión al tajo y se había puesto el traje de los festivos porque en Barcelona no se había presenciado una ejecución pública desde hacía diecisiete años y esperaba rendir una mañana de lucimiento y pañuelos, pero le tocó un desecho de tienta y lo mató como pudo, no recibiéndole sino al volapié, cumplidor pero sin arte, y se fue a los canarios con una poquita de decepción. A Isidro Mompart Prats le ganó la escena y se arrugó, el cagón, y se sentó al garrote sin ánimo, como por obligación y sin poner de su parte. En otras circunstancias le hubiesen devuelto al corral, por buey, pero la ley obligaba a finarlo por asesino infanticida e irremediable criminal, porque también tenía violada a una vieja.

Isidro Mompart Prats tenía violada a una vieja y veintiún años recién hechos cuando entró a robar a la casa de Félix Serrat, en San Martín de Provensals, al lado de la fábrica de estampados de Mateo Torelló, en la carretera de Mataró, el 31 de julio de 1890. Tenía oído que la mujer de Félix Serrat, que se llamaba Rosa, había heredado posibles de un pariente extinto, pobrecito, y se los quiso afanar por lo fino pero se le torció la faena y terminó, quizá sin necesidad, sacabuchando a trinchadas por lo criminal. El matrimonio Serrat criaba camada de dos hijos, uno varón, flojo de salud y apenas mamón, y una niña de cinco años de nombre Carmencita y tenían contratada de interna a la hija de un huertano que le decían Tere y recién se había puesto mujer. Tere dormía en la casa por velar al mamón, por flojo, y el matrimonio Serrat salía al alba a hacer; la madre porque madrugaba el mercado y el padre al tajo en la fábrica de Torelló. Aprovechando su ausencia, hacia las seis de la mañana, Isidro Mompart Prats escaló la ventana y registró la vivienda buscando la herencia, pero solo encontró ochenta y siete pesetas con cincuenta céntimos y dos relojes de plata y, como la interna Tere y la niña Carmencita se despertaron y le vieron, las mató a puñaladas para que no le reconociesen. En el mamón no demoró el cuchillo porque entendió, igual era medio pediatra, que no tenía conocimiento suficiente para memorizarle.

A Isidro Mompart Prats, asesino de dos niñas por dieciséis duros y violador de una vieja, le trincaron enseguida porque los guardias le tenían en el catálogo por malasombra y confesó debajo del foco. Le juzgaron y le condenaron a muerte y le encerraron a esperarla en el penal de Santoña, en donde Mompart recibía noticias de su madre en las que le decía que estaba gestionando su indulto con el rey Alfonso XIII. Al año le metieron en un tren, sentado entre dos tricornios, y le llevaron de vuelta a Barcelona y Mompart el asesino hizo el viaje sereno, pensando que le trasladaban de prisión, hasta que hizo parada en la Estación del Norte de Manresa y oyó a un chaval gritando los periódicos en el andén anunciando su ejecución prevista para el 16 de enero de 1892 en el Patio de los Cordeleros, al lado de la cárcel de la Reina Amalia, y entonces se le puso el camino más inquieto, ustedes verán.

Vestido de carnaval

En Barcelona no se veía un ajusticiamiento público desde 1875, cuando agarrotaron en el solar donde se levantó el mercado de San Antonio a Victoriano Ubierna, soldado de ingenieros, y Gregoria Foix, moza de servir, por el asesinato a degüello de Pedro Batllori, fabricante de esteras de esparto, en la calle del Conde del Asalto, y andaba el popular ansión de ver escarmiento. En la cárcel de la Reina Amalia, que era el antiguo convento de San Vicente Paul y olía a hienda de peste, Isidro Mompart se desdijo de su confesión y no firmó la sentencia porque dijo que no sabía escribir, pero igualmente le dieron capilla y misa, le dejaron decir adiós a su madre y a un hermano, que sufrió un ataque de nervios, y le pusieron a la preparación de los cofrades de la Congregación de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Almorzó cazuela de fideos, ternera en salsa y una pera y se fumó un puro veguero sentado en el retrete, cenó galletas y vino de Jerez y le fue a ver el obispo Jaume Catalá, tío abuelo de Salvador Espriu, que le concedió el perdón de Dios pero le dijo que el de los hombres no cabía en su industria.

El 16 de enero de 1892 Barcelona se reunió para ver morir al asesino Isidro Mompart Prats, de buena mañana y a palo seco, porque el alcalde Manuel Porcar y Tió prohibió que se levantasen puestos de churreros al lado del andamio. Manuel Porcar y Tió se había hecho rico con el aceite y tuvo que dimitir ese mismo año por sacrificar en el matadero ganado con fiebre aftosa. El Batallón del Regimiento de San Quintín tuvo que abrirse camino a culatazos para formar el cuadro y ordenó guardia de bayonetas enhiestas que casi destripan a los chavales que se cayeron de los árboles a los que habían trepado para ver mejor. Hubo desmayos entre la concurrencia, por el montón, y la guardia municipal a caballo amansó a la turba repartiendo. A Isidro Mompart le vistieron la hopa amarilla de los parricidas y su abogado protestó, por no serlo el reo, y un funcionario tuvo que salir a comprar una túnica de carnaval de las que decían dominó, negra y rosa, para que fuese al palo como Dios manda. El preso salió por el Patio de la Garduña hasta el de los Cordeleros a las ocho de la mañana, acompañado por el capellán del penal, el doctor Almonacid, que dijo un credo con buena voz, y los jesuitas Maresma y Antonio Goberna, que al postre dio enseñanza al popular sobre las consecuencias de torcer el camino.

Don Nicomedes Méndez estrenó herramienta a la que había beneficiado de un punzón que atravesaba el bulbo raquídeo y salió con los nervios de una alternativa, pero sosegó profesional, se acomodó las partes y ofició. Isidro Mompart, sin embargo, cagó y se puso mansurrón y el público le gritó desde los balcones hijoputa y capón. Le tuvieron que llevar a la fuerza, le taparon la cara con un paño negro y le sentaron encima de una manta porque arrugó y no llegaba a la argolla y murió apocadito, obligado por las circunstancias y sin adornar su parte. Don Nicomedes Méndez le dio una vuelta al tornillo y le descabelló pronto cuando vio que no le iba a sacar faena. Fue ejecución de cuaresma sin jeringos ni limonada, por ordenanza municipal, en la que hizo el ambiente la grada y no el albero y fue pena de mañana que prometía, pero que salió desvaída por la ganadería, que no cumplió. A Isidro Mompart Prats le dieron tierra en una fosa común dentro de un ataúd que donó la Funeraria Española.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo El último relato de Martín Olmos: Muerte al volapié del infame Isidro Mompart