«Donde hay orquesta hay alegría»
Los vecinos de un pequeño pueblo de Valladolid bailan unidos a medianoche en una de sus noches más mágicas del año
Víctor M. Vela
Martes, 22 de julio 2025
Tiene la orquesta Génesis en su repertorio más canciones casi que vecinos hay empadronados en el pueblo al que esta noche han venido a tocar. ... Siete Iglesias de Trabancos (Valladolid), 419 habitantes, según el registro oficial. «En invierno no creo que lleguemos a los 300», matiza Estíbaliz Alonso, concejala de Festejos, mientras disfruta con la velada que acaba de empezar. «Durante el concierto tocaremos fácil 150. Y me quedo corto», asegura José Z., teclista y director musical. El catálogo llega a las 300 si se cuentan los descartes, las incorporaciones de última hora, los temas que lo petaron otros veranos y de los que nadie se acuerda ya. «Eso sí, casi ninguna orquesta toca canciones enteras. Nadie aguanta cuatro minutos de un tema que no le gusta». Las verbenas son ahora una charcutería de estribillos, un muestrario de 'hitazos', un picoteo eterno en el Spotify.
Quisiera ser el eco de tu voz.
Yo quiero bailar toda la noche.
Que tú no puedes ser rey si no tiene' a la reina.
Pedro Pedro Pedro Pedro Pé.
Dice el programa de fiestas que hasta medianoche no empieza este latigazo de fusas, este relámpago de estrofas, esta descarga eléctrica en sol mayor. Mientras los músicos afinan instrumentos y calientan voces, mientras los técnicos supervisan luces y micrófonos, hay un par de toros sueltos por las calles de la localidad. Se escuchan de fondo los gritos de los mozos, los 'ayayayay' desde las talanqueras, cuando aquí, en la Plaza Mayor, Jenny Fervi escala hasta los agudos imposibles del 'Let's get loud' (Jennifer López) con el que a las 23.17 arranca la prueba de sonido. Jenny es una de los cuatro cantantes de Génesis, orquesta señera de Castilla y León. Comenzó su andadura hace 17 años con formato de dúo y, ya como «orquesta potente», funciona desde 2013. «Hemos llegado a los 80 bolos al año», dice Miguel Hernáez, su fundador. Desde Cantabria («allí triunfa más la bachata, la cumbia») hasta Madrid («cuanto más al sur, más rock nos piden»). Borrachera de kilómetros, sobredosis de canciones.
Y suelto mi pelo y pinto mi cara, me pierdo en la noche, me quemo en la playa.
Mueve tu cosita, ahí, ahí, mueve tu cosita.
Qué pasará, qué misterio habrá, si ella es diva cantando como pez en el mar.
David López, técnico de sonido y de montaje, ha llegado cinco horas y media antes de que comience la actuación. «Solo la preparación del escenario lleva más de tres horas». Y eso que con el tráiler es más sencillo. «Recuerdo cuando teníamos que levantar el escenario desde cero, con barras de acero. Un currazo». Ahora, se aparca el camión y se empieza a abrir la infraestructura. Hoy, en la Plaza Mayor. De los balcones cuelgan las banderas de las 47 peñas del pueblo. Los Manolos, Que lo Sepas, la Sin Nombre, El Candao… Desde un poste en el centro de la plaza se despliegan siete guirnaldas luminosas que, como longanizas de bombillas, alumbran las fiestas. Hay un puesto de almendras garrapiñadas, otro con dardos para explotar globos y ganar peluches, un saco de boxeo para que los chavalines presuman de bíceps y un remolque que es el paraíso de la fritura, con su olorcillo a ketchup y su oferta de patatas, perritos, durum y 'kebap'.
Por delante de estos puestos pasa, a las 20.50 horas, Rebeca Benavente con una maleta a rastras. Llegó la mami, la reina, la dura, una Bugatti. Ella es también cantante femenina de Génesis y ahí dentro lleva los trajes («al menos seis cambios») que lucirá esta noche, con su derroche de brillos y lentejuelas. Rebeca cumple 28 años en el mundo de la música y su voz ha iluminado varias orquestas. Raúl García también encadena casi tres décadas de verbena desde que a los 14 años se subió a un escenario. «Es un oficio duro, muchos viajes, horarios trastocados, pero es precioso. No solo disfrutas tú, sino que acompañas a mucha gente en uno de los días más importantes del año».
Pegamento social
«La verbena es muy agradecida, todo el mundo viene a disfrutar», apunta Rubén Jiménez, también cantante, con formación en teatro musical, y monitor de actividades dirigidas para completar ingresos. Muchos músicos de estas orquestas de verano tienen otros trabajos. En la hostelería. En gimnasios. En otras formaciones musicales. Es el caso de Danail Mitkov, batería. Justo enfrente tiene a Nora Supiot, bajo. Al otro lado del escenario, Pablo Jiménez, guitarrista de Huelva que aquí encontró nido musical. «La verbena es la mili de los músicos, más exigente de lo que parece porque tienes que controlar muchos estilos». El grupo lo completan Lucía Hernández, acróbata y bailarina, Mateo Bolado (saxofonista) y Olmo de Andrés, que toca el trombón y es técnico de montaje. Y desmontaje. Porque cuando la función termina, cuando se acaba el 'Vicio' con el que suelen rematar, hay que recoger bártulos para llevarse la música a otra parte.
Boooooomba.
«Muy buenas noches, Siete Iglesias. Desde el minuto uno tenéis que saltar con nosotros», anima Raúl García cuando, a las 00.09 horas, comienza el recital. «Y esa gente tímida del fondo, que se acerque». La noche se suele descorchar cohibida. Con mucho niño que salta y corretea. Los bancos llenos de parejas veteranas con la chaquetilla al hombro. Disfrutones que se arrancan («suavecito para abajo, para abajo, para abajo») con los primeros bailes. Colegas con el cachi por estrenar. Peñas, como El Maragato, que convierten la música en combustible para aguantar toda la noche. «Hasta el final, que es cuando dan caña», dicen los 14 integrantes de esta cuadrilla que acaba cumplir 40 años.
Muchos de los asistentes a la verbena vienen con el cuerpo alicatado de pegatinas, enmoquetada la sudadera de adhesivos fosforitos. La culpa es de los 22 chavales de El Picadero, peña juvenil (tienen entre 18 y 20 años) que ha repartido entre los vecinos dos mil pegatinas con frases que lanzan guiños a la localidad («Siete Iglesias, tierra de arrope y cangrejos») y las fiestas («¿Borracho yo? Si eres tú el que estás borroso»). Junto a ellos («con la mano arriba, cintura sola») Mari Paz Valle y Roberto García celebran con bailes sus bodas de oro. «Nos conocimos en un guateque y cumplimos los 50 años bailando juntos», asegura Mari Paz, originaria de Sestao y veraneante en Siete Iglesias. Hay muchos vecinos que en su día emigraron al País Vasco y vuelven al pueblo con el calor. Como Lauri Valencia, 85 primaveras, que vive el resto del año en San Sebastián y baila ahora, en su pueblo natal, 'Devórame otra vez' abrazada a su hija Henar. «Donde hay orquesta, hay alegría», dice Lauri, con un montón de adolescentes alrededor.
Porque la verbena es pegamento social, argamasa para un pueblo que, en verano, llega a los 1.200 residentes y rejuvenece su padrón. «Solo seis vivimos aquí el resto del año», dicen Irenka, Irene, Sofía, Santiago, Gonzalo y Diego, los adolescentes de Siete Iglesias. Ahora, en fiestas, llegan refuerzos (de Madrid, Valladolid, Bilbao, «pon Fuentelapeña también») para enfundarse la camiseta rosa de La Revolución. O la de La Gotera. O la de El Pilón. Peñas jóvenes que vacían de tractores las cocheras y corrales para llenarlas de sofás viejos, calimocho y besos furtivos.
«La verbena es la 'mili' de los músicos, más exigente de lo que parece porque tienes que controlar muchos estilos »
Cuando parece que la cosa desfallece, que los culos piden silla, las piernas tiempo muerto, las gargantas pausa de hidratación, la Génesis ataca con un arma infalible. «The room, the room, the room is on fire». Suena una de esas canciones que nadie en su sano juicio escucharía por gusto en casa, pero que todo el mundo baila en la calle cuando empieza a sonar. «Follow the leader, leader, leader, follow the leader, sígame». Y entonces, la plaza entera sigue las instrucciones que dicta la orquesta («un paso izquierda, un paso derecha») en una estampa gozosa en la que un puñado de gente de diferentes edades, gustos, problemas y aspiraciones comparte por unos minutos, como si la vida les fuera en ello (porque acaso la vida les va en ello), el embrujo de una canción, el conjuro de un estribillo, el poder hechizante de una noche de verbena como esta que está a punto de terminar.
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