En el Puente del Arenal se camina por la derecha
Hace ahora un siglo, el Ayuntamiento recuperó la norma para peatones que ya había aplicado trece años antes para combatir la «anarquía» en el tránsito
Como sabemos que aún había pocos vehículos a motor, tendemos a imaginar el tráfico del Bilbao de hace un siglo como una escena tranquila, casi ... arcádica, algo así como unas apacibles calles de pueblo venido a más. Seguramente nos llevaríamos un buen susto si pudiésemos viajar en el tiempo y experimentar aquel trajín desordenado y bullicioso, un pintoresco caos en el que tranvías, automóviles, coches de caballos, bicicletas y peatones (y también carretas de bueyes y ganado en tránsito) compartían un mismo espacio sin reglas que facilitasen esa agobiante convivencia. Aquella barahúnda cotidiana tenía su corazón en las calles más transitadas de la villa, un cogollo que llegó a obsesionar a las autoridades municipales y las llevó a adoptar medidas que también incumbían a los peatones.
En 1912, siendo alcalde Federico Moyúa, el Ayuntamiento trató de implantar un mínimo de orden en el punto más conflictivo de la trama urbana, el Puente del Arenal, al que todos solían referirse así pese a que su nombre oficial era Puente de Isabel II. En julio, se estableció que los tranvías habían de recorrerlo «al paso» y los vehículos debían circular por la derecha, pero también se estableció que los transeúntes respetasen esa mano: en realidad, lo más urgente era que utilizasen las aceras, ya que abundaban quienes preferían caminar por la calzada, pero además se les imponía igualmente la derecha, para evitar aglomeraciones y ganar fluidez.
Durante algunos días, la medida funcionó, más que nada porque se estableció un dispositivo policial para velar por su cumplimiento. De aquel verano quedó una anécdota que probablemente sea apócrifa, pero que los periódicos (sobre todo, claro, los de derechas) reprodujeron con notorio deleite. El concejal Facundo Perezagua, un histórico del socialismo vizcaíno, bajaba muy decidido por la acera izquierda del puente cuando un agente lo interceptó. «Señor Perezagua, tiene usted que ir por la derecha, lo ha mandado el señor alcalde», le indicó. El concejal, según esta historia cómica, reflexionó un momento y respondió: «Pues, antes que ir por la derecha, soy capaz de volverme». Y giró y desanduvo sus pasos, sin darse cuenta de que en esa maniobra de ciento ochenta grados había pasado a caminar por la derecha.
No fue el único político al que hubo que corregir. A finales de agosto, Alfonso XIII y Victoria Eugenia visitaron Bilbao y asistieron a un festival benéfico en el frontón Euskalduna, con partido de pala y espatadantza. El ministro Manuel García Prieto, que había acompañado a los reyes, regresaba después por el Puente del Arenal y fue advertido por un municipal de que estaba yendo por la izquierda. «El ministro se apresuró a obedecer la orden y, dándose a conocer, felicitó al guardia», recogió el periódico madrileño 'El Correo'.
Aquella disposición fue muy admirada en el resto de España («un ejemplo que debieran imitar todos los de las poblaciones importantes», elogió al Ayuntamiento el diario 'El Universo'), pero se quedó en flor de un día. «Va cayendo en desuso desde que los guardias no están dedicados a ello», recogió ya en septiembre 'El Noticiero Bilbaíno'. Y la prueba es que, en 1925, de nuevo con Moyúa al frente de la corporación, se retomó la iniciativa para tratar de corregir «la anarquía» del tránsito en el centro de Bilbao. El renovador reglamento de circulación de aquel año incluía unas obligaciones para los peatones: en el Puente del Arenal y la calle Estación (la actual Navarra), debían caminar por la derecha y cruzar solo por «las franjas marcadas en el suelo», es decir, los abuelos de nuestros pasos de cebra, y en la Plaza Circular se les exhortaba a hacer el rodeo por las aceras y no atajar a las bravas por el centro.
Bocinazos e improperios
También se aprovechó julio para aplicar la norma. El día 2, el cronista local de 'El Noticiero', Chimbito, publicó una crónica que merece figurar en las antologías del periodismo irónico. Se titulaba 'Todo un éxito' y, en fin, lo argumentaba así: «Los peatones circularon en el más bello de los desórdenes por las aceras, pasaron de una a otra por donde les vino en gana y, en el tránsito por la Plaza Circular, utilizaron todo lo utilizable, incluso la diagonal, menos las aceras. Así da gusto. Con otro día como el de ayer, dejamos a París en mantillas. ¿Y qué me cuentan ustedes de las franjas de paso? ¡Qué bien trazadas estaban! ¡Cómo se metían por ellas los automóviles en amigable desbarajuste con los peatones, en medio de un estrépito delicioso de bocinazos por parte de los primeros y de improperios por parte de los segundos! ¡Con qué matemática precisión el viandante pasaba a dos dedos del motor de los autos y cuán galanamente esquivaban estos el encuentro con los tranvías mediante unos virajes rapidísimos, modelo de perfección, para, a renglón seguido, llevarse por delante en alocado correr a una chavala o a un viejecito!». Se quedó a gusto Chimbito.
A Moyúa no le entusiasmó tanta guasa. «No se tomó Zamora en una hora», replicó. Lo que estaba claro era que Madrid, que en 1912 quería copiar la reglamentación bilbaína, nos había dejado atrás hacía tiempo: «Hoy en día, la Corte de las Españas, en sus principales vías, es un verdadero modelo en lo que a la circulación de peatones se refiere -planteó Moyúa-. Yo les aseguro a ustedes que en Bilbao llegaremos pronto al resultado apetecido y, seguramente, sin que pase tanto tiempo como el que fue preciso en Madrid».
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