Cuando Franco dejó un cachalote en Bermeo
Se cumplen 60 años de la inesperada visita del yate Azor al puerto vizcaíno para depositar allí un cetáceo que había capturado el dictador
Los bermeanos están más que acostumbrados al talante imprevisible del mar, un gigante caprichoso que nunca dejará de sorprenderles. Aun así, la estampa con la que se encontraron el 13 de agosto de 1963 fue un 'más difícil todavía' que logró dejar a más de uno con la boca abierta. Aquel fue el día en que el Azor, el yate de Francisco Franco, entró inesperadamente en el puerto vizcaíno para depositar allí un cachalote de unas cuarenta toneladas, según la estimación publicada por la prensa de la época. El dictador desembarcó, supervisó las operaciones de descarga durante tres cuartos de hora y se hizo de nuevo a la mar, dejándoles a los bermeanos el engorroso regalito del cetáceo.
Por mucho que a los residentes los pillase desprevenidos la singular visita, ya hacía años que Franco iba repartiendo cachalotes por distintos puertos del norte. Àlex Aguilar, catedrático de la Universidad de Barcelona, recoge en su libro 'Chimán: la pesca ballenera moderna en la Península Ibérica' algunos detalles de aquella tardía afición del dictador, que servía además para trasladar a la opinión pública una imagen de 'hombre de acción' inmune a los achaques de la edad. En los años 50, explica Aguilar, la Armería Nacional artilló el Azor con dos cañones de pequeño tamaño: uno de 50 milímetros para arponear cachalotes o ballenas pequeñas y otro de 12 que servía para los delfines. El segundo comandante del yate, José Díaz Lorenzo, tuvo que embarcarse varias veces en balleneros para adiestrarse en la tarea, aunque las capturas siempre se atribuían al jefe de Estado en persona.
«De acuerdo con las hemerotecas, Franco dio muerte al menos a cinco cachalotes y dos ballenas que, por su ínfimo tamaño –solo diez metros–, eran sin duda crías lactantes. Pero Franco no dio muestras de gran pericia en lo que para él era un deporte. Se le escapaban más animales de los que capturaba. Eso sí, no se iban sin un recuerdo del Caudillo, por lo que no resultaba infrecuente que, coincidiendo con sus navegaciones estivales, aparecieran a lo largo de la costa cantábrica cadáveres de cetáceos con arpones incrustados en el cuerpo», desarrolla Aguilar. Varios de aquellos 'cachalotes de Franco' están bien documentados en la prensa de la época, como el de 1957 en San Sebastián o el de 1958 en la localidad coruñesa de Sada. En 1959, el alcalde de Pasaia envió una protesta formal –aunque muy comedida, qué remedio– después de que le dejasen un cachalote pudriéndose en el puerto: a partir de entonces, Franco procuró entregar sus capturas a factorías balleneras y reclamaba después los beneficios por la venta de su aceite, el cotizado espermaceti.
Con la 'nietísima'
Para los bermeanos, el Azor constituía una imagen familiar, pero a cierta distancia, ya que solía fondear con bastante frecuencia frente a su costa. Pero aquel 13 de agosto, alrededor de las diez de la mañana, el yate entró con decisión a puerto seguido sumisamente por el Almanzor, el dragaminas que lo escoltaba y que se encargaba de remolcar el cachalote muerto. Según hicieron constar los reporteros, el animal medía unos catorce metros de largo y había sido cazado la víspera a una hora de navegación del litoral.
El cetáceo fue depositado en el varadero de la dársena de Artza, con la idea de descuartizarlo y aprovechar su carne para fabricar harina de pescado. El propio Franco bajó a tierra junto a los ministros de Marina y del Ejército, el almirante Pedro Nieto Antúnez y el teniente general Pablo Martín Alonso, y por supuesto fue «objeto de cumplidas manifestaciones de simpatía por parte de los pescadores», según publicó 'La Gaceta del Norte'. También desembarcó la 'nietísima', la nieta mayor de Franco, Carmen Martínez-Bordiú, que entonces tenía 12 años y se prestó a posar para los fotógrafos junto al enorme mamífero marino.
El doble
En 1960, un soldador de Sada fue llamado a bordo del Azor para reparar el cañón de arponear cachalotes. Estuvo conversando con Franco, pero al día siguiente comprobó que el dictador 'también' había estado en el río Eo pescando salmones. El testimonio de aquel hombre es uno de los argumentos más sólidos sobre el uso de dobles por parte de Franco.
Y, al cabo de 45 minutos, todos se marcharon a seguir con sus vacaciones y solo quedó el cachalote. Para saber qué sucedió con él podemos acudir al blog del vicelehendakari Josu Erkoreka, que ha dedicado un par de entradas al asunto. Aunque él es de Bermeo, en aquel momento solo tenía 3 años, así que ha tenido que indagar en la memoria de familiares y vecinos para completar aquella insólita peripecia de hace seis décadas: «La empresa que se hizo cargo del cetáceo –escribe– quiso trocearlo para obtener aceite, pero carecía de herramientas adecuadas para llevar a cabo el despiece. Lo intentaron con hachas, sierras y cuchillos de todas las dimensiones, pero la tarea se hacía más larga y penosa de lo esperado. Ello hizo que el cuerpo inerte del animal permaneciese en el puerto durante varios días, iniciando un proceso de descomposición que acabó produciendo un olor insoportable (...). Finalmente, se tuvo que traer una motosierra del parque de bomberos de Bilbao».
Erkoreka destaca además que el episodio quedó inmortalizado en una coplilla burlesca: «Patxi Bermiora etorri, / katxalotie ekarri» (Patxi ha venido a Bermeo, ha traído un cachalote), decían aquellos versos, que sabían ver el lado grotesco de todo el asunto y servían como sano reverso de las aparatosas crónicas oficialistas.