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El próximo mes de septiembre se cumplirán 540 años de la visita a Bizkaia de su señora Isabel la Católica (1451-1504), un viaje que ... Fernando de Pulgar (1436-1492) resumió en términos más bien espantables: durante «el tiempo que el rey estovo en el Andalucía ocupado en la guerra de los Moros», escribió este cronista, la reina «entró en el Condado de Vizcaya, e fue a la villa de Bilbao, e mandó executar la justicia en algunos malfechores; e puso gran temor a los moradores de la tierra, de tal manera, que todos estaban sometidos a la justicia, e vivían en paz, e sin pensamiento de cometer las fuerzas que antes cometían. E mandó examinar sus leyes e fueros, e confirmóles los que debían ser guardados para el bien común de la tierra. E puso sus corregidores e jueces en todas aquellas provincias e valles. E mandó facer pesquisa contra los jueces e corregidores que antes estaban puestos, e prender algunos que falló haber pervertido la justicia por dádivas e intereses, e facer justicia dellos». Un relato que E. J. de Labayru consideraba «inexacto y exagerado» en su 'Historia general del Señorío de Bizcaya' (1895-1903).
Lo cierto es que Isabel vino a Bizkaia, donde estuvo del 5 al 21 de septiembre de 1483, a prestar el juramento de respeto y mantenimiento de los Fueros. Privilegios y derechos que ya había reconocido desde Aranda de Duero en 1473 en un acto que puede entenderse como una usurpación, pues aún vivía el señor de Bizkaia anterior: su hermano Enrique IV (1425-1474).
En 1476, cuando Isabel era ya la señora de Bizkaia, su marido Fernando (1452-1516), como su consorte, renovó el juramento en el territorio. Renovación que se repetiría una vez más en 1481 a través de un procurador, Alfonso de Quintanilla, y, por fin, definitivamente, efectuada por la propia reina en 1483.
Juró Isabel los Fueros en Bilbao el 5 de septiembre de 1483, en Portugalete el 8, el 16 en Larrabetzu, el 17 en Gernika, bajo el árbol, posiblemente también en Bermeo y el 19 en Durango. Según Prudencio de Sandoval (1552-1620), en sus visitas a Bizkaia y Gipuzkoa, «la Reyna se vestía y tocaba al uso» de cada localidad, «llamando a las personas de más merecimiento y tomando de la una el tocado, de la otra la saya, y de la otra el cinto y las joyas, para tener a todos de su mano y mostrarles el amor que les tenía; y volvía estas preseas a sus dueños mui mejoradas, quando llegaba a otro pueblo; y a sus maridos hacía muchas mercedes, y honrrava y gratificava con dones a los que la havían servido en la guerra, y desto hay grandes privilegios entre los nobles vizcaynos y guipuzcoanos».
Fuera para reforzar su legitimidad, fuera para poner orden en un territorio a menudo convulso por enfrentamientos de «bandos e parcialidades», la visita de la reina al territorio resultó provechosa para Bilbao, pues la villa obtuvo varias mercedes y provisiones, entre ellas el permiso para hacer realidad lo que sus autoridades llevaban ya un tiempo reclamando: un ensanche.
Desde mediados del siglo XV, el espacio amurallado de la villa se encontraba colmatado de casas. Se trataba de viviendas de madera, de planta baja más un piso, en las que las dependencias a nivel de calle estaban ocupadas por lonjas, talleres y tiendas. También formaban parte del cada vez más denso tejido urbano bilbaíno las torres de piedra de los linajes. El aumento de la población llevó a que se desbordara el recinto amurallado, en el que se abrieron nuevas puertas, y a que se construyeran casas extramuros y se formaran arrabales.
Llegó la reina Isabel a Bilbao acompañada por una de sus hijas, llamada también Isabel, entonces una adolescente de 13 años (acabaría siendo reina de Portugal en 1497 y moriría de parto al año siguiente). El 5 de septiembre la señora juró los privilegios de la villa y los Fueros de Bizkaia bajo el portal de la calle de la Tendería, donde había un templete levantado para acoger la jura de los reyes. Isabel había llegado con una concesión importante para la villa. Días antes, el 24 de agosto en Santo Domingo de la Calzada, había dado y firmado la «licencia y facultad» para ensanchar Bilbao.
El documento comienza detallando que la concesión respondía a una instancia de los propios bilbaínos. La villa, decían, «tiene muy poco circuyto de los muros adentro, para según la población» que había en ella, por lo que suplicaban y pedían por merced licencia y facultad para poder «alargar la dicha villa, a la parte que mejor e más sin perjuizio a los vezinos della se pudiese fazer». Prosigue el texto señalando que era voluntad de la reina «honrrar y enoblezer y acrezentar» Bilbao, dados los los muchos «e buenos e leales servicios que el Rey mi señor e Yo della abemos recibido».
En consecuencia, Isabel daba a los bilbaínos «poder y facultad para que podays acrezentar y acrezenteis ensanchar y ensancheis alargar y alargueys la dicha villa todo lo que fuere menester alargar y ensanchar en ella». Esto se haría «a vista del alcalde o alcaldes que al tiempo fueren» y de cuatro «hombres buenos» nombrados y elegidos «por la Justicia, Rexidores e fieles e otros oficiales del Reximiento».
La reina autorizaba tomar «los heredamientos e huertas e berxeles que estobieren a la parte o partes por donde se obiere de alargar y ensanchar» Bilbao, pagando por las «dichas heredades lo que fuere tasado y moderado por dos personas». Una sería nombrada por la villa y otra por los propietarios de los terrenos. En caso de no poder «concordar» el pago, se indicaba que «tomen por tercero al guardián del monesterio de San Mamés de la orden de san Francisco, cerca de la dicha villa», y se pagara «lo que todos tres o los dos dellos determinaran».
El terreno ganado tenía que ser amurallado «de cal y canto, según e cómo está cercada la dicha villa». Por último, se liberaba a Bilbao de pagar «agora, ni de aquí en adelante, ni en tiempo alguno», más de los 80.000 maravedís «de pedido en que agora está encabezada la dicha villa».
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