En la Bizkaia de finales del siglo XIX y principios del XX eran muy comunes los enfrentamientos por cuestiones ideológicas en los que salían a ... relucir las armas de fuego. Existía, por supuesto, un pistolerismo más o menos organizado, pero también un clima cotidiano de violencia política que cristalizaba cada cierto tiempo en alguna acción irreparable. En toda esa historia turbulenta, en todos esos años de encontronazos y emboscadas callejeras que acabaron con la vida de tantos jóvenes, resulta muy difícil encontrar un episodio similar al que protagonizaron Crescenciano y Ponciano, dos amigos de Sestao que fracasaron en su intento de atentar contra sus adversarios políticos y acabaron volviéndose el uno contra el otro.
A eso de la una de la madrugada del 1 de agosto de 1935, el guardia nocturno Genaro Castillo estaba haciendo su ronda habitual por las calles de Sestao, muy animadas por las fiestas de San Ignacio. Patrullaba por Rivas cuando oyó «varios disparos, al parecer de arma corta», que procedían de la calle Chávarri. Echó a correr hacia allí, pero el suceso salió a su encuentro: se topó con tres jóvenes, vecinos del número 11, que evacuaban hacia el cuarto de socorro al herido Ponciano Sebastián Moreno, un jornalero de 21 años, natural de la propia localidad y domiciliado en el cuarto piso de ese mismo bloque. El desventurado Ponciano llegó cadáver a las dependencias sanitarias.
En ningún momento hubo dudas sobre la identidad del autor de los disparos. Se trataba de un buen amigo de la víctima, Crescenciano Vesga, un minero de 30 años que vivía en las casas baratas de La Aurora y procedía de la localidad burgalesa de Quintanilla San García. El guardia lo encontró en el lugar de los hechos y le tomó declaración: Crescenciano explicó que estaba examinando con Ponciano unas pistolas que les había dejado el padre de este y que, de manera accidental, una se disparó e hirió mortalmente a su amigo. El agente Castillo recogió las dos armas, del calibre 7,65, sin marca ni número, junto a tres cargadores, dos de ellos con siete cápsulas y el tercero con ocho. Hay que tener en cuenta que, en la Bizkaia de hace un siglo, se producían numerosas muertes por disparos accidentales, ya que las armas de fuego tenían mucha más presencia en la sociedad y acababan a menudo en manos inexpertas, o se dejaban por descuido al alcance de los niños, o se compraban y vendían entre particulares que cometían algún error en el momento de la transacción.
En una txosna
Pero ese no era el caso. Desde luego, parecía extraño que los dos amigos hubiesen pasado toda la velada festiva juntos, algo de lo que había numerosos testigos, y se hubiesen puesto a inspeccionar las armas a su regreso a casa, en el portal, justo antes de despedirse. Pero, más allá de la extrañeza de partida, pronto se evidenció que las pruebas no encajaban en ese relato. Los médicos del cuarto de socorro comprobaron que el tiro recibido por Ponciano había entrado por debajo de un omoplato y había salido por el pecho: es decir, le habían disparado por la espalda. Además, los testimonios recogidos en la zona mencionaban tres detonaciones, según especificó el diario 'La Tarde'. Y al día siguiente, a las dos de la tarde, Crescenciano acudió a que le curasen una herida que había ocultado hasta ese momento. Los doctores descubrieron que presentaba un balazo en el muslo, de pronóstico reservado.
«Uno y otro estaban afiliados al partido tradicionalista y nunca había habido disgusto entre ellos», se extrañaba el periodista que cubrió el suceso para 'El Noticiero Bilbaíno'. «El hecho se presenta bastante oscuro», se intrigaban en 'El Pueblo Vasco'. ¿Qué había pasado? El caso se juzgó tan solo una semana más tarde, ante el Tribunal de Urgencia, y el relato que hizo el fiscal disipó tanto misterio. Crescenciano había salido de casa «provisto de una pistola, para uso de la cual carecía de la correspondiente licencia», y se había dirigido a la sede de la Sociedad Tradicionalista, donde se encontró con Ponciano y otros correligionarios. «En unión de ellos se dirigió a la romería, entrando en una chozna de un tal Poza», recogió el diario 'Euzkadi'. Allí, sentado a una mesa, se encontraba un «enemigo político» de los dos carlistas, «acerca del cual tenían acordado buscarle para agredirle». Pero el ataque planeado no se llevó a cabo y «entre Crescenciano y Ponciano se suscitó una discusión, calificándose ambos de falsos y cobardes».
No habían solucionado esa agria pendencia cuando llegó el momento de despedirse, en el domicilio de Ponciano. «Cuando este subía las escaleras, encontrándose, naturalmente, de espaldas, Crescenciano, con la pistola que llevaba, disparó contra él, causándole lesiones que le produjeron la muerte. Al caer Ponciano, disparó también su pistola, hiriendo a Crescenciano», explicaba el fiscal, que pidió para el procesado una pena de 26 años de cárcel (21 y medio por el asesinato y cuatro años y nueve meses por tenencia ilícita de armas). Esa fue la condena que impuso el tribunal. El diario 'Euzkadi' dedicó al caso una columna de opinión, en la que hacía hincapié en la distancia entre «la profesión de fe religiosa que de boca para fuera hacen constantemente los elementos tradicionalistas» y el hecho de salir armados «para perpetrar a mansalva la proyectada agresión», además de urgir a las autoridades a atajar «el pistolerismo de Sestao».
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