Nuestro abuelo Guillermo Wakonigg: un austriaco en Bilbao
Guillermo de Osma Wakonigg
Martes, 5 de agosto 2025, 19:11
Nuestro abuelo Guillermo Wakonigg (Littai 1875 - Bilbao 1936) fue fusilado en noviembre de 1936. A pesar de que no había asesinado ni matado a nadie, no hubo clemencia con él y murió en el cementerio de Derio en la madrugada del 19 de noviembre de 1936.
En nuestra casa se hablaba poco del tema y desde luego nunca hubo un sentimiento de venganza o de revancha o nada parecido. Fue algo con lo que vivíamos de una manera natural, y siempre nos referíamos a él como «el abuelo Guillermo», nunca con el nombre germano 'Wilhelm'. Yo creo que a partir de cierta edad, entendíamos que se había jugado la vida por las ideas que él defendía y en las que él creía.
Hace poco se publicó sobre él un artículo en este periódico con un título 'El espía nazi fusilado por el Gobierno vasco'. No hay duda de que fue espía ya durante la Primera Guerra Mundial y lógicamente del lado, como haríamos todos –al menos a los que su sentido de responsabilidad les incita a tomar posición y ser coherente con la misma– de su país Austria y de Alemania su principal aliado. Él se sentía profundamente austriaco.
Lo que no fue es nazi, o al menos no hay ninguna constancia documental de ello. En el archivo familiar no ha aparecido ningún carné del partido ni ninguna otra documentación que indique su afiliación al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Ni siquiera hay en su extensa biblioteca un ejemplar de 'Mein Kampf'. Es muy posible que sintiese admiración por lo que estaba haciendo el nuevo canciller, Adolf Hitler, en su país en los primeros años de su gobierno: sacar a Alemania de la tremenda crisis económica y política de la República de Weimar, crear empleo y remontar la moral tan maltrecha de los alemanes. Esta admiración, si la tuvo, la compartía con la gran mayoría del pueblo alemán. No sabemos, ni podremos saber, qué hubiera pensado del Anschluss (la anexión de Austria en marzo de 1938), ni de los horrores de las invasiones y agresiones alemanas, y las monstruosidades cometidas por los nazis en los campos, que se fueron descubriendo según avanzaba la Segunda Guerra.
Lo que sí conocemos es su profunda fidelidad a la familia Habsburgo. Ya a la muerte del emperador Francisco José en noviembre de 1916 hace erigir en la iglesia de Santiago de Bilbao un enorme catafalco con el escudo imperial bicéfalo y las insignias austriacas. Es Francisco José quien firma su nombramiento –¡en latín!– como vicecónsul de Austria-Hungría el 15 de junio de 1914, pocos meses antes del estallido de la Primera Guerra. Tiempo después sería nombrado cónsul honorario de Austria.
Como es bien sabido fue uno de los responsables de la venida al País Vasco y su consiguiente instalación en Lekeitio de la familia imperial austriaca, al fallecer el último emperador Carlos I de Austria y IV de Hungría en Funchal, capital de Madeira, en 1922. La emperatriz Zita -nacida Borbón-Parma- y sus ocho hijos vivieron fundamentalmente en Lekeitio entre 1922 y 1929.
Pienso que es sin duda con Adolfo Urquijo, primer conde de Urquijo, el instigador de la creación de la sociedad Uribarren, para alquilar y adquirir después el palacio de Uribarren del conde de Torregrossa y sufragar los gastos de la familia imperial y del séquito que le acompañaba.
Los Habsburgo en Lekeitio
La sociedad Uribarren la constituyeron un grupo de prohombres vizcaínos, pero sin duda el hombre de confianza de la emperatriz fue nuestro abuelo Guillermo Wakonigg, por una muy sencilla razón: era austriaco, hablaba alemán (idioma que hablaban perfectamente la emperatriz y sus hijos), y era el representante consular de su país, en el que todavía tenían aspiraciones de volver a reinar la emperatriz y el joven heredero, el archiduque Otto. Recibía a la emperatriz cuando venía a Bilbao, y mis tías le esperaban en la calle con un ramo de flores. Pasaba con su numerosa familia, nueve hijos, parte del verano en Lekeitio. Conservamos muchas fotos de la familia Habsburgo Borbón-Parma de sus años en Lekeitio, entre ellas una magnífica –creo que inédita– del fotógrafo Benjamín Resines de San Sebastián de la emperatriz con su hijo Otto, el heredero.
La emperatriz fue la madrina de una hija de los abuelos, que llevaría el nombre de Zita y que moriría poco tiempo después. En la foto del bautizo que tuvo lugar en San Vicente, aparece la emperatriz llevando en brazos a su ahijada y el abuelo muy formal y serio.
Es bien sabido la tremenda animadversión que sentía Hitler por los Habsburgo y lo que representaba el imperio ya desaparecido –multirracial y multicultural– con su mezcla de razas, según él inferiores. Hasta el punto de que persiguió a varios miembros de los Habsburgo, acabando algunos de ellos en el campo de concentración de Dachau. En especial, las mujeres de la familia Habsburgo ejercieron una resistencia activa contra el nazismo y Otto, hijo de la emperatriz, siempre dejó muy clara su posición al respecto.
El barón Gudenus, que fue secretario y ayudante de la emperatriz durante los años de Lekeitio de 1922 a 1929 y más tarde en Bélgica, comenta en sus memorias como Wakonigg era un profundo patriota austriaco y cómo se ocupó de los intereses de Austria durante la guerra, siendo de los primeros que apoyaron la llegada de la familia imperial a España. Hace referencia a la ayuda humanitaria que nuestro abuelo prestó durante la guerra civil española y comenta –no sé si de manera exagerada– como escondió en su piso bilbaíno a 32 monjas disfrazadas que estaban siendo perseguidas.
En el obituario de nuestro abuelo en el periódico monárquico, 'Der Österreicher' del 4 de diciembre de 1936, se vuelve a insistir sobre su enorme patriotismo austriaco y su vinculación con la familia imperial.
El abuelo, que tenía una importante biblioteca, tenía los primeros libros que se publicaron –hacia 1924-1925– sobre el fallecido emperador. En uno de ellos su viuda, la emperatriz Zita, escribe un pequeño prefacio aprobando el contenido del libro sobre el legado del emperador Carlos, fechado en Lekeitio el 24 de diciembre de 1924.
También conservamos el telegrama que manda la emperatriz a la abuela Elisa para darle el pésame por la muerte del abuelo. Por cierto, nuestra abuela, discreta como buena bilbaína, no quiso homenajes o una calle o un título para el abuelo como se le llegó a proponer.
Era difícil compaginar la fidelidad con la vieja monarquía y el nazismo. Nuestro abuelo era una persona interesante y culta, además de valiente y comprometido con sus ideas. Tenía una extensa biblioteca con muchos libros de historia, en particular la historia contemporánea, pero también una buena sección de literatura clásica, con obras de Goethe, Schiller, Heine, Achim von Arnim, E.T.A. Hoffmann, Eduard Möricke o Gottfried Keller, además de clásicos, ingleses o franceses.
Tenía también una importante colección de grabados con buenas pruebas de Durero, Rembrandt, Goya, etc., y una notable colección de cuadros en la que destacaban seis Regoyos, pintor al que había conocido. También tenía obras de pintores austriacos que habían venido a Bilbao durante la Primera Guerra Mundial, y a los que había acogido, como Felician von Myrbach.
El abuelo era un personaje popular y una figura en ese fascinante Bilbao del primer tercio del siglo XX. Era ingeniero de minas, razón por la que había venido a Bilbao hacia 1900, casándose unos años después en 1905 con Elisa Poirier Bolívar Blanchard Icaza, prima segunda de la pintora María Blanchard, e hija de Gastón y de Daniela, creadores de la empresa textil homónima y de la que ella se ocuparía con energía e inteligencia a la muerte de su marido, para hacerse cargo de sus nueve hijos.
Wakonigg tuvo una carrera bastante exitosa, primero trabajando en la Basconia y más tarde emprendiendo su propia sociedad con intereses mineros y también dedicándose al comercio de minerales. Sufrió bastante con la crisis del 29 y obligó a la familia a trasladarse de la Gran Vía a la calle de la Ribera, donde él tenía sus oficinas.
Tertulia del Café Lion d'Or
Formó parte de la célebre tertulia del café Lion d'Or en la Gran Vía bilbaína. Tertulia de la que formaba parte el doctor Areilza, don Pedro Eguillor, Ramón Basterra, Joaquín de Zugazagoitia, José María Salaverría y Esteban Calle Iturrino, entre otros, y a la que acudía cuando estaba en Bilbao Unamuno y también eventualmente Pedro Mourlane Michelena, Esteban Bilbao y el pintor Adolfo Guiard.
Pienso que sin duda el encarcelamiento de don Pedro Eguillor al inicio de la Guerra Civil –probablemente por sus ideas militaristas y nacionalistas–, fue sin duda un duro golpe para su buen amigo y contertulio el cónsul honorario de Austria y Hungría, que hizo lo que pudo para intentar sacarlo de la cárcel donde estaba recluido, en Los Ángeles Custodios, pero no tuvo éxito. En enero de 1937 el recinto fue asaltado y fueron asesinados un número elevado de personas, entre ellos Pedro Eguillor.
Seguramente la violencia que se desató contra las derechas, en particular los asaltos de los barcos prisiones, el 'Altuna Mendi' el 26 de septiembre y el 'Cabo Quilates' en septiembre y octubre de 1936 donde asesinaron a un centenar de personas le hizo tomar la determinación de apoyar, a pesar de su nacionalidad no española, al bando nacional. Era un hombre echado para adelante y algo aventurero, y volvió a sus andanzas como espía por lo que fue juzgado y ajusticiado al encontrarle unos documentos comprometidos cuando salía del embarcadero de Las Arenas, donde se había instalado la zona consular para una reunión de cónsules del norte de España y el sur de Francia en ese país.
No escatimó esfuerzos para salvar a cuánta gente pudo de la persecución de una caótica República, dominada ya por grupos radicales. Así pudo conseguir sacar de España a muchas personas de las maneras más variopintas, haciendo pasaportes que firmaba con su hijo o vistiendo a las personas perseguidas con uniformes de la marina alemana, cuyos barcos fondeaban a Bilbao. En todo caso, debía estar vigilado y sin duda pecó de imprudencia cuando se dirigía hacia la reunión consular en Bayona. No sabemos exactamente cuánta gente llegó a salvar, pero sí sabemos que consiguió sacar de Bilbao a gente relevante de los grandes clanes empresariales que habían hecho de Bilbao una ciudad moderna e importante, y cuyas vidas peligraban. Salvó a miembros de las familias Aznar, Churruca, Ybarra, Urquijo, Valdueza, Sendagorta y otros como el popular actor Luis Escobar, protagonista de la exitosa película 'Patrimonio Nacional'.
Vuelvo a insistir que mi abuelo no asesinó ni mató a nadie. Vivió coherentemente con sus ideas y principios, como tantas otras personas durante esos años, y fue fusilado por ello, cuando hubiera sido muy fácil para él adoptar una actitud pasiva de mero espectador en ese terrible momento de la historia de España.