Tres décadas sin Linus Pauling, el científico que consagró su vida a terminar con las guerras
Defensor del desarme nuclear, fue una de las cinco personas en ganar dos premios Nobel: en 1954 en Química y en 1962 el de la Paz
Raluca Mihaela Vlad
Miércoles, 27 de agosto 2025, 00:11
El lunes 6 de agosto de 1945 a las 08:15 de la mañana se lanzó la primera bomba nuclear sobre Hiroshima. Tres días después ... siguió Nagasaki. La pérdida de vidas no tuvo precedentes. Para Linus Pauling, científico y pacifista galardonado con el Nobel de Química en 1954 y de la Paz en 1962, aquello era la advertencia de que la humanidad podía borrarse a sí misma en segundos si no se frenaba la carrera nuclear.
Han pasado 30 años desde la muerte de Pauling, una de las cinco únicas personas en ser doblemente galardonadas con el Nobel, y 80 desde aquellos bombardeos. La Doctora Linda Marie Richards de la Universidad Estatal de Oregón, donde se encuentra el Instituto Linus Pauling, recuerda: «Mi padre estaba sirviendo en Vietnam cuando vi en una revista la foto de Kim Phuc corriendo después de haber sido atacada con napalm en 1972». A sus 8 años de edad, se sintió «completamente responsable de la tragedia de la guerra». A partir de entonces buscó libros sobre cómo poner fin al conflicto bélico, y encontró en un mercadillo de garaje '¡No más guerra!' de Linus Pauling, obra que le abrió «un mundo completamente nuevo». Empezó a estudiar el trabajo por la paz del científico y difundió sus conocimientos a través de sus clases de Historia de la Ciencia en la universidad.
El impacto de Hiroshima
El futuro iba a ser diferente. Pauling, ex cadete además de científico, fue en su juventud miembro del partido conservador de Estados Unidos y en su madurez defensor de la paz, la justicia social y los derechos civiles. Comienza '¡No más guerra!' con la convicción de que el ser humano vivía en el siglo XX una época única en la que el diálogo, la razón y el derecho internacional tomarían el control frente a la guerra y las armas nucleares para resolver los problemas. Las fuerzas que podían destruir el mundo no debían usarse. Lo recalca. Hiroshima y Nagasaki fueron la prueba tangible de que la humanidad podía autodestruirse.
«El problema con la guerra, más allá del sufrimiento de las personas inocentes, la desestabilización a largo plazo y la especulación que continúa aumentando la riqueza y el poder para unos pocos», es la escasez de los recursos, comenta Richards. Deberían cuidarse el agua, la atmósfera, las mentes científicas y «brillantes» que deberían resolver cómo «sustentar la vida en las condiciones de crisis planetaria».
Como escribió Albert Einstein en 1946, cuando un único ataque puede garantizar la destrucción al instante, ningún lugar en la superficie de la Tierra es seguro porque la salvación no está bajo tierra, sino en la ley y el orden. Las acciones de cada nación deben ser juzgadas según lleven a la razón o a la muerte y la destrucción, insistió el físico —quien tuvo su propia historia con las bombas.
«Necesitamos la generosidad de la tierra, desde nuestras mentes hasta los metales que crean tecnologías, para ayudar a sustentar a las generaciones futuras. Puede parecer abrumador, y lo es», afirma Richards, coeditora del libro 'Making the Unseen Visible: Science and the Contested Histories of Radiation Exposure' (Oregon State University Press, 2023). En este volumen da voz a víctimas de la radiación, a académicos, comparte detalles sobre los efectos de la lluvia radiactiva, la radiación, la lucha de los activistas en pro de la salud y del medio ambiente. Recoge desde las pruebas nucleares coloniales en el norte de África, las batallas por la memoria pública alrededor del sitio nuclear de Hanford en Washington hasta la minería de uranio en Nación Navajo —cuya verdadera naturaleza fue ocultada a los mineros encargados de extraerlo.
Hiroshima y Nagasaki fueron solo el comienzo. Se crearon armas mucho más potentes. El problema, como escribió Cyrus S. Eaton a Pauling acerca del movimiento Pugwash —contrario a la guerra nuclear—, era que a quien menos preocupaba los peligros de una guerra nuclear era a los políticos. En esa época, el anticomunismo les empujaba al odio público contra todo lo ruso para ganar votos. Los sectores sabios no tenían voz.
Activismo y lucha política
Pauling habló con los políticos. En 1958 escribió al presidente Eisenhower, afirmando que después de un gran esfuerzo, por fin había conseguido entender estas armas y sus efectos biológicos. 2000 científicos estadounidenses firmaron la petición de desarme que menciona en esta carta, petición que fue iniciada por él junto a su esposa Ava Helen Pauling. Científicos de otros 44 países se unieron. 9235 nombres en total, pidiendo que se detuvieran las pruebas de bombas ante la Organización de las Naciones Unidas.
Ese mismo año, solicitó la renuncia como director de la División de Química e Ingeniería Química del Instituto Tecnológico de California, del que fue presidente durante 21 años, para poder dedicarse más a la docencia y a la investigación. Cuando la revista LIFE se negó a publicar un artículo suyo, Pauling decidió escribir '¡No más guerra!'. Solicitó la ayuda de científicos que le ayudaran a comprender y completar la información necesaria para escribirlo y denunciar con datos reales la situación y las consecuencias de este tipo de guerra.
Se enfrentaba al que consideraba el mayor problema del mundo en aquel momento. La sociedad, por su parte, era poco consciente. En una carta dirigida al presidente de la Compañía Nacional de Radiodifusión, el científico se queja sobre el deficiente planteamiento de la entrevista por parte del periodista Lawrence E. Spivak para hablar sobre este tema. Le habían abierto una ventana para alertar al mundo y le robaron la oportunidad de poder hablar realmente de ello. Estaba convencido de que nunca más habría una gran guerra mundial si las personas de Estados Unidos y del resto del mundo eran informadas a tiempo sobre lo que ocurría en aquel momento.
«Confiaba en que encontraríamos la salida de las guerras; al menos este fue un tema repetido en muchos de sus discursos y charlas. En su conferencia del Premio Nobel de la Paz realmente expone muchas cosas, […] tal como lo hizo el Doctor Martin Luther King Jr. más tarde en 1964, de manera tan inspiradora», señala Richards. «Pauling creía que las personas pueden crear confianza entre sí mientras hacen y mantienen acuerdos para desarmar las armas nucleares y, en este proceso, los mecanismos y formas de resolver los problemas nos ayudarán a aprender cómo poner fin a todas las guerras».
Las ocasionales críticas que recibió no detuvieron su lucha. Pidió al presidente John F. Kennedy que no amenazara con usar fuerza militar en sus negociaciones con la Unión Soviética, porque ninguna disputa podía justificar la guerra nuclear. La desmilitarización no podía desestimarse por muy difícil que fuera conseguirla. Afirmó que la Rusia comunista, igual que todas las demás naciones del mundo, se basaba en la fuerza y se oponía a la justicia y a la moral para resolver los problemas, como aún ocurre en la actualidad bajo el mandato de Vladímir Putin contra Ucrania y de Benjamin Netanyahu contra Gaza.
Según Richards, «la matanza de civiles inocentes como ocurre en Gaza es una violación directa del derecho internacional. Pauling realmente creía en el desarrollo de acuerdos y leyes internacionales; era un defensor del derecho internacional. Creía que llegaría un momento en que los mejores valores humanos podrían alinearse con las acciones de una nación; las personas pueden hacer lo correcto. Algún día…».
Vigencia de su mensaje
Haciendo un guiño a una de las cartas que escribió Pauling, no hay que ponerse en el peor escenario posible para adivinar qué depara el futuro a los países en guerra de la actualidad. Décadas después de su fallecimiento, las armas nucleares siguen siendo el elefante de la habitación. La actualidad las sigue temiendo mientras lidia con la corrosión de las actuales guerras. Yemen, Siria, la República Democrática del Congo, gobiernos autoritarios que restringen derechos muestran que estas amenazas siguen vigentes.
El miedo, la censura y la intolerancia suman popularidad. En Estados Unidos, con Trump, miles de libros fueron vetados en escuelas y bibliotecas por hablar de raza, género o diversidad. Que una niña aprenda a aceptar sus pecas en un cuento infantil —'Freckleface Strawberry' de Julianne Moore— es subversivo para quienes quieren imponer una monocultura blanca y cristiana. En Corea del Norte, la voz crítica contra la dictadura no existe. En Rusia, Putin ha convertido a la comunidad LGTBIQ+ en un enemigo interno y en Hungría Viktor Orbán limita la educación sobre diversidad como si fuera una amenaza nacional. Irán encarcela a mujeres por defender su libertad y en Afganistán los talibanes condenan a generaciones enteras de niñas a la ignorancia al prohibirles ir a la escuela. Acabar con la pluralidad y el derecho a ser diferentes es un patrón que se repite y la punta del iceberg.
«Hacer la guerra solo acelera (y no resuelve) problemas que conocemos intelectualmente, pero que parece que no podemos entender visceralmente. ¿Es realmente tan difícil para los humanos cambiar para sobrevivir como planeta? Creo que podemos hacerlo. Solo necesitamos un poco más de imaginación. Y una gratitud profunda y duradera por todas las vidas perdidas en el pasado: honrarlas cambiando el presente y el futuro con nuestro esfuerzo ahora», puntúa Richards.
El ser humano necesita de la cooperación y del entendimiento para sobrevivir como especie, como defendió Pauling en su famoso libro. En un mundo cuyos instintos de supervivencia gritan por la destrucción, hay muchas maneras de luchar por la paz y hay que hacerlo de forma activa para mover a la acción a otras personas cuando tantas generaciones están siendo empujadas al olvido. Protestas pacíficas, cartas sin parar a los responsables políticos, cuanto se pueda para saber que se ha hecho todo lo posible contra una barbarie, insiste: «Entonces, aunque nos vaporicen, atomicen, Hiroshimen, sabremos que hemos cumplido con nuestro deber como hombres, mujeres y niños reflexivos, cuerdos y de principios. Pero creo que podemos ganar».
Sus advertencias no fueron abstractas. El futuro del que hablaba hace décadas todavía no es una realidad porque tenía razón, iba a ser difícil conseguirlo. Las víctimas siguen sumando, como el padre de Richards. «Era un hombre sensible y ser parte de la guerra rompió algunas partes de él; ¿cómo podría no ser así? Creo que pedirles a las personas que sirvan en la guerra es pedir demasiado, pedirles que sacrifiquen sus almas, a sus seres queridos y a las personas que resultarán dañadas por ellos. No puedo imaginar cómo se sobrevive ni cómo y por qué continúa pasando. Más gente debe exigir este cambio».
Personas como Pauling, quien trabajó para poner fin a todo tipo de violaciones de derechos humanos, puntúa la historiadora. 30 años después, su figura recuerda que la supervivencia de la humanidad no depende de la fuerza, sino de la cooperación.
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