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Aitor Ansa
Viernes, 15 de noviembre 2024, 08:09
La familia de Mónica de la Llana, la irundarra desaparecida en el verano de 2022 en La Morera de Montsant (Tarragona), recibió el miércoles la ... noticia de que un juzgado de Valls había detenido y enviado a prisión a su novio Carlos, de 53 años, por los delitos de homicidio, ocultación de cadáver y maltrato físico y psicológico. «Llevábamos tiempo esperando que llegara el día. Siempre hemos sabido que tenía algo que ver con la desaparición de Mónica», explica en conversación con este periódico su hermana María Jesús, quien asegura que los allegados están viviendo estas últimas horas con «nervios y mucha expectativa».
La Unidad Central de Personas Desaparecidas y la Policía Científica de los Mossos d'Esquadra registraron a lo largo de este jueves el domicilio que compartían Carlos, el presunto autor de la muerte violenta de la guipuzcoana, y la propia Mónica en el momento de su desaparición, a mediados de julio de hace dos años, en busca de vestigios y pruebas relacionadas con los hechos. «Lo primordial ahora es encontrar el cuerpo de mi hermana para que tanto ella como la familia podamos descansar en paz», asegura María Jesús.
El Ayuntamiento de Irun mostró este jueves el apoyo a la familia y a través de una nota mostró su rotundo rechazo «por hechos que no se pueden tolerar y sobre los que tiene que caer todo el peso de la justicia. Enfrente tiene que tener a toda la sociedad, que juntas y juntos debemos seguir mostrando nuestra repulsa para acabar de una vez por todas con esta lacra».
El presunto homicida fue detenido el martes por los Mossos d'Esquadra. Pero el caso se remonta a julio de 2022. El día 21 de dicho mes, Mónica había quedado en Reus para comer con una amiga, pero no apareció a la cita. «Al final no has venido, ya me dirás por qué no has podido venir», le preguntó en un mensaje su compañera. No obtuvo respuesta. Días antes, Mónica le había enviado otro mensaje inquietante: «Ya te contaré lo que me está pasando», le escribió. Ese mismo día 21 también tenía previsto pasar por casa de un excompañero de piso en Valls para recoger algo de su ropa. Tampoco apareció.
Las alarmas saltaron cuando, tras decirle Teresa, su madre, que la iban a operar, Mónica tampoco se puso en contacto con ella. A veces dejaba de dar señales durante días, pero su familia veía que tenía actividad en redes sociales y era así como sabían que estaba bien. «Cuando vi que no había compartido nada y que no se conectaba a Whatsapp desde el 21 de julio, dije 'no es normal'. Sus amigos tampoco sabían nada de ella», relató hace unos meses su hermana.
Su expareja también alertó a su madre. «No sé nada de Mónica, el último día que hablé con ella fue el 18, por Telegram, qué raro que no me conteste, no sé nada de ella». Fue entonces cuando la familia decidió formalizar la denuncia en la comisaría de los Mossos d'Esquadra de Valls.
Desde entonces, la investigación se ha centrado en analizar los datos de telefonía móvil. Fuentes de la Policía catalana aseguran que esos datos han permitido romper la coartada que Carlos, que nunca se puso en contacto con la familia y tampoco alertó a los Mossos de la desaparición, ha mantenido durante este tiempo.
El presunto homicida también ha incurrido en contradicciones que se han demostrado como falsas. En su declaración contó a los investigadores que aquel 21 de julio la había dejado en la parada de autobús de un pueblo cercano, Cornudella de Montsant. Detalló que la llevó hasta allí a las dos de la tarde, para que ella fuese a trabajar. Según la familia, era mentira, Mónica ese día no tenía que trabajar, como así lo corroboró el dueño del local. Además, su teléfono móvil señala que tampoco salió de La Morera. En la investigación han aflorado también indicios materiales determinantes consistentes en pertenencias de Mónica que el detenido tenía en su propiedad meses después de su desaparición y que en un contexto de normalidad la víctima nunca habría abandonado, como medicación para el asma y también para una arritmia. No se las llevó consigo y la Policía catalana no detectó movimientos que indicasen que pudiese haberla adquirido después.
Las investigaciones se centran ahora en localizar el cuerpo de la mujer. «Es una zona muy amplia, con mucho terreno, por lo que es como estar buscando una aguja en un pajar. ¿Qué hizo con el cuerpo? Vete tú a saber, la pudo enterrar en alguna zona próxima al domicilio o arrojarlo al pantano de Siaruna, que está no muy lejos de aquí», reflexiona la hermana de la víctima, quien desconoce si el acusado revelará o no donde ocultó el cadáver. «La familia ni si quiera sabíamos que salía con este chico hasta que Mónica desapareció, así que no le conocemos de nada. No sabemos cómo es, si tiene una personalidad dura y no dirá nada o si llegado un momento se derrumbará y dirá algo», añade.
Mónica de la Llana tenía 44 años en el momento de su desaparición. Había nacido en Irun, era la menor de tres hermanos y al ser su padre agente de la Guardia Civil vivió en la casa cuartel del barrio de Belaskoenea hasta que a los veinticinco años se mudó con su familia a Valls (Tarragona). Primero ella, embarazada, y su madre; y luego su padre, ya prejubilado, y sus dos hermanos. Mónica la Vasca, como era conocida, era de salud delicada y odiaba estar sola. Había compartido piso en Valls hasta que decidió mudarse hace poco tiempo con Carlos, su pareja desde hacía ocho meses a La Morera de Montsant. La relación entre ambos era bastante tóxica.
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