La nueva vida de Aitzole y Kimetz, dos personas trans: «Aceptarte es lo más duro»
Tras el visto bueno del Consejo de Ministros a la llamada 'Ley Trans', dos personas de este colectivo repasan el camino que han recorrido: las diferentes vivencias de una y otro evidencian la progresiva normalización de esta realidad en Euskadi
Aitzole Araneta es la interlocutora ideal para ventilar algunas concepciones trasnochadas de la transexualidad. Dice, por ejemplo: «Eso de haber nacido en un cuerpo equivocado... ... Si no es el tuyo, a ver de quién es. Identificamos nuestro sexo con los genitales que tenemos, y no es así: cuando alguien pierde sus genitales, no deja de ser el hombre o la mujer que era». O también esto: «El cambio de sexo no existe. Ese tránsito es un cambio de mirada de los demás, nuestra historia es que siempre hemos sido lo que somos». O una más, la última: «La transexualidad no está definida por hormonas, bloqueadores y operaciones, sino por un periodo de tu vida en el que la gente no te ha visto como siempre has sido».
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Todo esto, por supuesto, sonaba a ciencia ficción cuando Aitzole nació en San Sebastián, hace 38 años, o la primera vez que manifestó su convicción de ser una niña: «Esto me lo han contado, claro, pero parece ser que me di cuenta a los 3 años. Lo dije cuando empecé a hablar y me contestaron que no, que no era niña, porque tenía pito. Entonces no había referencias o, si las había, estaban asociadas a ambientes marginales, a estereotipos, a vidas que acababan mal». Aquello que no encajaba en su infancia se complicó aún más en la adolescencia: «Mi experiencia es la de un ser anfibio, entre mundos, entre lo masculino y lo femenino, y no por mí sino por dónde me colocaban los demás. Me decían que chica no podía ser y yo sabía que chico no era». Se protegió con un «cascarón»: siempre en chándal, con la cara tapada por un buf («habría agradecido las mascarillas», bromea), sin mirarse al espejo ni sacarse fotos, sin amigos...
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Así llegó a la veintena, cuando internet le permitió investigar. Se volcó en los estudios y se convirtió en una universitaria de matrículas de honor: «Tenía un miedo atroz a acabar en la prostitución y pensaba que la universidad me iba a salvar de eso». Al final, volvió a decir en casa exactamente lo mismo que a los 3 años. Hubo lloros, hubo miedos, pero el paso ya estaba dado. Empezó ahí el proceso médico-administrativo para cambiar legalmente de identidad, cumpliendo las exigencias de la ley de 2007, la que sigue vigente ahora mismo. «Antes de aquello, para cambiar la partida de nacimiento había que pasar por la intervención de los genitales, y un juez y un forense te examinaban para comprobarlo».
«Mi experiencia es la de un ser anfibio, entre dos mundos, y no por mí sino por dónde me colocaban los demás»
la adolescencia
Vender flores o cazar leones
De eso se libró, pero no de que un psiquiatra tuviese que diagnosticarle «la disforia de género, una enfermedad mental que no existe». Su experiencia suena tan anacrónica que obliga a recordar que estamos hablando de este siglo. «Me hicieron todas las preguntas horribles que se puedan imaginar: si era muy promiscua, si mi madre tomaba drogas, si me quería operar los genitales para beneficiarme de ello... Había un test interminable: si prefería ser florista o cazar leones en África, si oía voces, si quería matar a mi familia, si me gustaban los hombres a los que les gustan los hombres... Un psiquiatra me dijo que no moviese mucho las caderas porque eso lo hacen las prostitutas. Son estereotipos recalcitrantes, pero tampoco quiero demonizar a los profesionales, ¡somos hijos de nuestro tiempo!». A raíz de cambiar su género en los documentos, se produjo un «cambio milagroso» y empezó a conseguir los trabajos que antes le negaban. Aitzole ha sido candidata por Podemos a la alcaldía de San Sebastián y trabaja como técnica de igualdad.
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Las cosas han cambiado rápido: «Han aparecido en la agenda pública las niñas y los niños en situación de transexualidad. Antes se creía que esto aparece como un champiñón al crecer, o que es una elección. No, no elegimos quiénes somos». En esta evolución, ella ve un punto de inflexión -el suicidio del adolescente ondarrés Ekai en 2018- y considera decisiva la actividad de Naizen, la Asociación de Familias de Menores Transexuales. ¿Y la nueva ley? «Es un paso adelante en el sentido de no exigir el escrutinio psiquiátrico y médico, pero se queda corta con los menores: el cambio registral no se permite por debajo de los 12 años y eso no se ajusta a la jurisprudencia, ni tampoco a la realidad que ya tenemos en bastantes familias».
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