Hablemos de la muerte
Asistimos a un Death Cafe, una reunión donde la gente divaga sobre la «mayor verdad de la vida»
Cuando la hija de Teté García tenía solo nueve meses, se dio un golpe tremendo en la cabeza. El bebé sufrió un traumatismo craneoencefálico y ... su madre, desesperada, estaba convencida de que se moría. La pequeña, de hecho, ingresó en el hospital sin constantes vitales. «Estaba muerta pero los médicos lograron reanimarla y devolverle la vida». Aquel susto angustioso cambió la historia de aquella madre. Una mujer que entendió que, aunque todo el mundo haga el cálculo mental de que le queda de vida lo que le falta hasta llegar a los 80 o 90 años, la muerte siempre puede adelantarse. A los 50 o a los 40. A la semana que viene o a mañana. O incluso a antes de acabar este artículo, que, quién sabe, podría llegar a no salir publicado nunca.
Teté García está sentada un miércoles por la tarde, años después de aquel sobresalto, en un extremo de un rectángulo formado por catorce personas. De repente todos cierran los ojos, ella golpea un pequeño cilindro y comienza a sonar un pitido metálico que va perdiendo intensidad hasta que se consume entre el murmullo de la calle que acaba colándose por las rendijas de este local -Espacio by Teté- del valenciano barrio de Ruzafa. Un minuto de silencio para comenzar a hablar sobre la muerte. Sin tapujos. Sin guion. La espontaneidad manda.
No es un invento nuevo; es un Death Cafe, un concepto ideado hace ocho años por Jon Underwood que consiste simplemente en hablar sobre la muerte alrededor de una mesa donde, en su origen, no podía faltar una taza de té ni una buena porción de tarta. La idea triunfó y ya se ha exportado desde Inglaterra, la patria de Underwood, a 68 países.
En Valencia no hay té ni tarta, pero sí café, zumo de naranja, cerveza y tentempiés mucho más 'cuquis': 'macarons' de colores, bombones de mil tipos y un cubo pequeño repleto de 'chuches'. Al fondo, sobre una mesa, un par de bandejas con pequeños bocadillos. Todo colocado cuidadosamente con ojos de 'instagrammer'.
La sesión empieza con un vídeo sobre un hombre, un abuelo, que finge su muerte para lograr lo que se antoja imposible en vida: que vayan a verle sus hijos y sus nietos. Un trampolín para lanzarse a divagar sobre la vida y la muerte.
«Una cosa es el dolor y otra el sufrimiento, que se puede evitar»
Teté García, Organizadora
Ya lo dice Arancha, un pelín mística, que cuando el alzhéimer se cuela en una familia, muchos salen huyendo y luego, cuando muere el enfermo, todos quieren estar en el entierro. Arancha tiene una madre desmemoriada que va perdiendo facultades a la carrera. Aún así, no le desea una muerte rápida. «Por respeto a su alma».
Van cayendo conceptos que se repiten cada mes en los Death Cafe que organiza Teté periódicamente. Cada vez la conversación deriva hacia un punto u otro. Hay días más encaminados hacia la religión, otros hacia lo paranormal, algunos hacia el miedo. Ella deja que fluya el debate en un ambiente propicio, casi en penumbra, con la luz indirecta de velas colocadas por aquí y por allá.
Adriana le pega un trago al botellín de cerveza antes de lanzarse a describir su despreocupada posición ante la muerte. «Yo soy de uno de esos pueblos donde se sigue acompañando el féretro, caminando, desde la iglesia hasta el cementerio. Pero también organizo eventos en la ciudad de comidas de despedida que paga el abuelo. Esto va evolucionando. Y yo no le tengo miedo a la muerte».
Teté, la experta, resalta la importancia de hablar sobre la muerte. «Si hay algo que nos une a todas las personas, a toda la humanidad, es que nos vamos a morir. Es la mayor verdad absoluta de nuestras vidas, pero luego hablamos de todo menos de esa única verdad. Y lo que tenemos que aprender es a vivir aquí y ahora».
Muchos de los asistentes escuchan sin abrir el pico. Por vergüenza o porque, aunque los tiempos del luto riguroso y el silencio van quedando atrás, la muerte sigue siendo un gran tabú. Hay gente incapaz de entrar en un cementerio. Personas que se cruzan con un coche fúnebre y de inmediato se dan la vuelta, horrorizados, y se tocan la cabeza varias veces con el índice y el meñique. Ciudadanos, en definitiva, a quienes no les gusta hablar de la muerte.
Prever tu despedida
«Es un error -apunta Teté-. Uno de los objetivos de esto es ponérselo más fácil a los que se quedan, que sepan lo que quieres. Porque sabes que les va a doler, eso es inevitable, pero conocer tus deseos lo hace más fácil». A su lado, coliderando esto, está Carol de Miguel, quien aún recuerda el día que conoció a Teté: «Me habló del Death Cafe y yo le dije: '¿Estás loca? ¡De la muerte no se habla!'». Eso fue hace cuatro años, cuando su hoy compañera importó este proyecto que solo había llegado, en España, a Palma de Mallorca. Ahora ya está por todo el país y ella es otra persona. «Mi madre ya tiene hecho el funeral. Quiere que suenen George Michael y Barry White; también tiene elegido el monte donde quiere que esparzamos sus cenizas. Y un deseo, que los hijos descorchemos en cada cumpleaños una botella de vino determinada».
Ángela, criada en el seno de una familia de firmes convicciones religiosas, comparte con los asistentes que su madre, una persona extraordinariamente vital, que aún disfruta de cada día, de cada experiencia, le cuenta que tiene ganas de alcanzar la otra vida para reencontrarse con la gente que quiere y ha perdido por el camino. La religión católica abre una puerta al final de nuestra existencia, un alivio para los creyentes y una astracanada para los ateos, que solo piensan que un día se apagará la luz y se acabó.
«En los pueblos aún se acompaña el féretro hasta el cementerio»
Adriana, Asistente
Teté los acoge a todos. Porque lo fundamental no es lo que pensemos que hay al final del ocaso de la vida sino cómo lo afrontemos y cómo lo encajen los que nos quieren. «Una cosa es el dolor y otra el sufrimiento. El primero es inevitable; el segundo, no». La sociedad hedonista va desplazando a las generaciones más antiguas, las del luto y el boato. Ahora la tendencia es hacia la despedida más alegre. Un homenaje más que un drama por la pérdida. Y una creciente desacralización de la muerte. Porque las ceremonias son cada vez más laicas. Carol enlaza su mensaje con el de Teté: «La clave es si lo enfocas hacia la pérdida o hacia el agradecimiento».
La conversación da un giro y ahora la religión la acapara. Arancha cuenta que ella era agnóstica. Hasta que un día, de golpe, vivió una experiencia interna que le hizo volver a creer de una manera muy espiritual. Un joven vestido con una sudadera del Paris Saint Germain, callado hasta entonces, la mira fijamente a los ojos y le pregunta cómo fue ese cambio. Qué sintió. Cuánto duró. Arancha se pone a la defensiva. Se nota que está harta de que le tomen por una pirada por aquella revelación y le contesta que no vio ningún espíritu ni una luz ni nada parecido. Que fue un sentimiento que de repente se instaló en su alma.
«Mi madre ya tiene programado su funeral y lo que quiere que suene»
Carol de Miguel, Organizadora
Lo intangible descoloca. Unas veces por miedo y otras por desconocimiento. Así que los más incrédulos ponen los ojos como soles cuando Teté pasa a relatar el día que su hija, la misma que sufrió aquel accidente casi mortal, se le acercó y le contó una experiencia de otra vida que de ninguna de las maneras pudo haberse inventado por sí sola. Un comentario sobre una vida anterior. El Death Cafe pasa de nivel y alcanza el territorio de lo paranormal. La reencarnación. Una explicación lógica para unos y un cuento para otros.
Pero todo suma, cada opinión va calando en el resto y todos se marchan enriquecidos. Sin darse cuenta han aligerado el temor atávico a la muerte. Aunque, claro, con la certeza de que es una cita inevitable. Porque año tras año la tasa de mortalidad se mantiene estable... al cien por cien.
¿Qué es un Death Café?
Una reunión, alrededor de una merienda, donde los asistentes hablan sobre la muerte. Se hace sin ánimo de lucro, en un espacio respetuoso y confidencial y sin intención de llevar a nadie a ninguna conclusión.
El Death Cafe
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Los únicos requisitos. El Death Cafe es una franquicia social que tiene que respetar unos requisitos básicos: hacerlo sin ánimo de lucro -en Valencia piden un donativo de cuatro euros para pagar la merienda-; que se haga en un espacio accesible, respetuoso y confidencial, y que no tenga intención de dirigir a las personas a ninguna conclusión.
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68 países en todo el mundo han celebrado ya alguna vez un Death Cafe. En España esta actividad se estrenó en Palma de Mallorca y después se hizo en Valencia. Ahora ya ha llegado a Granada, Málaga, San Sebastián, Bilbao, Burgos...
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Pensar y hacer. Una encuesta realizada en Estados Unidos reveló que el 94% de las personas cree que es importante hablar sobre la planificación de la muerte, pero que solo el 27% ha tenido esas conversaciones.
Los pioneros: Underwood y su madre empezaron en un sótano
Jon Underwood se topó un día con un artículo en el 'Independent' de Bernard Crettaz, un sociólogo suizo, sobre unos eventos relacionados con la muerte. Aquello le marcó y este inglés se entregó a organizar los Death Cafe para hablar sobre la muerte alrededor de una taza de té y un pedazo de tarta. El primero lo organizó con su madre, Sue Barsky Reid, en septiembre de 2011 en el sótano de su casa, en Hackney, un barrio del East End londinense. Underwood no tenía ni idea de que todo lo que pregonaba, la importancia de vivir cada día como si fuera el último, iba a ser premonitorio, pues la muerte le sobrevino en 2017 con solo 44 años y dos hijos. Una hemorragia cerebral por una leucemia no diagnosticada acabó con sus días. Pero su madre, con quien empezó en aquel sótano, mantiene viva esta franquicia social.
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