JORDI ALEMANY

Fíjese bien en esta foto... ¿qué ve?

La mayoría dirá que ve un perro y, efectivamente. Pero, ¿acaso alguien se fija en la hierba? No, porque sufrimos de 'ceguera a las plantas'

Martes, 30 de mayo 2023, 18:05

Una profesora estadounidense del grado de Biología siempre pone a sus alumnos la misma prueba: «¿Seriáis capaces de sobrevivir veinticuatro horas sin plantas?». Y les ... deja algunos «comodines», como respirar. No pone nota porque, si no, tendría que suspender a todos. «No podrían vivir en sus casas si el suelo es de madera, ni desayunar un cruasán porque lleva harina de trigo o cocinar con aceite, nada de café tampoco, claro, ni vestir una camiseta de algodón o de nilon, ni lavarse el pelo con champú, ni escribir en un cuaderno, ni limpiarse en el baño con papel higiénico... Así que acaban pasando esas veinticuatro horas comiendo salchichas ahumadas, que no necesitan ser cocinadas».

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Ainara Achurra también es doctora en Biología y da clases en la Facultad de Educación y Deporte de la Universidad del País Vasco, en Vitoria. Suele contar esta anécdota de su homóloga americana como introducción de su campo de estudio: la ceguera a las plantas, 'plant blindness', termino acuñado en 1999 por los botánicos James Wandersee y Elisabeth Schussler para referirse la pérdida de conocimientos sobre nuestro mundo verde.

¿Cree usted que no sufre de eso? Pues compruébelo. Fíjese en la foto de arriba, la que ilustra este reportaje. ¿Qué ve? Un perro, ¿no? Eso habrán dicho la mayoría. «Hay un experimento que demuestra que si en un escenario verde, como este campo de hierba, colocas un animal, la gente solo verá el animal. Nadie te dirá que ve hierba, aunque es obvio. La vegetación es como un telón de fondo de algo importante que está ocurriendo, en este caso, que hay un perro», explica Achurra.

Ainara Achurra, durante su paseo por el parque de Doña Casilda. JORDI ALEMANY

Y eso, advierte la experta, tiene consecuencias. «Hay un estudio de la Universidad del País Vasco y Aranzadi que dice que cualquier joven es capaz de nombrar diez animales sin problema pero solo un 7% sabe los nombres de una decena de plantas distintas. Como mucho, se acuerdan de la rosa, la margarita, la palmera o el manzano, pero tampoco saben cuál es cuál». Más aún: «Una investigación hecha en Reino Unido arrojó un dato sorprendente: los chavales no conocen los nombres de las plantas, pero llegan a distinguir el 80% de las especies de Pokemon...».

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Para poner a prueba nuestra ceguera a las plantas nos vamos de paseo con Ainara Achurra por el parque de Doña Casilda de Bilbao y solo con ella de guía abrimos los ojos a los magnolios, los abedules, los plataneros, los castaños de Indias, las margaritas que pintan de color la hierba o ese ombú de Sudamérica en el que no reparamos hasta que la bióloga nos llama la atención sobre sus prominentes «raíces zancos».

¿Un coche o un árbol?

No se nos escapan, sin embargo, los cinco perros que nos topamos en el recorrido. Más bien, no se le escapan a nuestro cerebro. «Hay un factor biológico que explica la ceguera a las plantas. Percibimos más fácilmente un animal que un árbol porque nuestros ancestros necesitaban fijarse en los animales para sobrevivir por dos razones: les podían atacar pero, por otro lado, eran su comida. Como necesitaban estar más atentos a lo que se movía (animal) para protegerse y para alimementarse, se generó esa adaptación en el cerebro». Para comprobarlo, nos invita Ainara Achurra a hacer un sencillo experimento: «Señálale a un niño de 4 años una persona, un coche y una planta y pregúntele cuáles son los seres vivos. Te dirá que la persona y el coche porque asocian vida con movimiento: el coche se mueve y la planta no. Además, morfológicamente, las personas no se parecen a las especies vegetales, pero un coche, a ojos de un niño, puede tener ojos (faros), patas (ruedas)...».

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Además de factores biológicos, la vida moderna, dice la experta, tiene buena culpa de que las plantas se hayan hecho poco menos que invisibles. «Tomamos café en cápsulas y no somos conscientes de que estamos bebiendo una planta; cuando comprábamos los granos, los molíamos, los olíamos... Antes usaban los helechos para hacer las camas del ganado, también se hacían vahos de eucalipto pero hoy usamos sprays nasales, se echaba laurel a los guisos. Pero la modernización se ha traducido en una pérdida de relevancia porque ya no recolectamos, ya no cuidamos plantas, se ha perdido la transmisión de conocimiento de su uso medicinal».

«Más cantidad de C02 que una planta por la noche, expulsa tu pareja»

Sin darme cuenta, mientras paseo con Ainara Achurra por el parque de Doña Casilda voy pisando las margaritas. «No habríamos hecho eso con unas hormigas, ¿verdad? Con los animales tenemos más cuidado», le comento a la bióloga. «Es que tratamos a las plantas como inferiores a los animales», advierte Achurra. E invita a introducir a los más pequeños en el mundo verde. «Los niños deben tumbarse en la hierba, sentir el contacto, si se llevan una flor a casa, aunque la hayan arrancado, la pueden cuidar y eso ya genera una relación. Es interesantísimo que jueguen en el campo con palos porque un palo puede ser una trompeta, una espada... subirse a los árboles mejora la psicomotricidad, arrastrar troncos ayuda a trabajar la cooperación entre los niños...», señala los ejemplos la experta. Y aprovecha para desterrar un mito. «Hay quien dice que es malo dormir con plantas porque expulsan C02. Y sí, es cierto, pero más cantidad de dióxido de carbono expulsa tu pareja».

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