Apadrinar olivos que se mueren
Oliete (Teruel) tiene 100.000 árboles pero nadie que los cuide. Miles de padrinos de 17 países han hecho el milagro. Hoy se reabren negocios y ya no les cierran la escuela
antonio corbillón
Viernes, 2 de agosto 2019, 23:50
«Querer volver. Volver a querer». El colectivo de artistas urbanos Boa Mistura se ha hecho famoso poniendo color y dignidad a las favelas de ... Río de Janeiro, los desconchones de Brooklyn (Nueva York) o los barrios de Madrid. Estos días pintan de esperanza la flamante almazara de Oliete (Teruel). La frase en las paredes recordará al visitante el 'milagro' de este pueblo de la serranía celtibérica.
Acostado al abrigo de una loma, a caballo entre los valles mineros de Andorra y Sierra de Arcos, si Oliete perdiera un habitante diario (ahora tiene 364 vecinos), en un año sería un pueblo muerto. Otro más de la España Abandonada. Vaciada.
Este fin de semana están de enhorabuena. «Abrimos un bar nuevo. Ya tenemos tres», se alegra su alcalde, Rogelio Villanueva. Si el tópico dice que Teruel y Soria son 'la zona cero' de la España despoblada, el cierre de las minas de carbón y la térmica de Andorra son «la puntilla» para los habitantes del Bajo Aragón.
Aunque el mayor patrimonio de Oliete ya no lo cuidaba nadie. 100.000 olivos, muchos centenarios, condenados a secarse por falta de manos. Tocaban a 275 por vecino. Pero, como recuerda Rogelio, «de 22 jóvenes de la misma generación, solo se ha quedado uno».
Alberto Alfonso es uno de esos hijos del pueblo que se marcharon a la ciudad. Solía volver todos los años a recolectar los olivos familiares. Un año se tomó un descanso durante el vareo y levantó la vista. Estaba solo. Comprendió entonces esa filosofía que sueltan los veteranos de las plataformas contra la despoblación. Gente como Tomás Guitarte (Teruel Existe), 20 años en la pelea. «Con una generación que se marche rompemos el hilo de la permanencia».
Alberto entendió enseguida el peligro de muerte de la cadena de custodia. «Los hijos heredaban los árboles, pero emigraron y ya no los cuidan. Había que hacer algo». De esta primera reflexión nació el proyecto Apadrina un Olivo.
¿No hay gente que apadrina niños en África? ¿O mascotas? ¿Porque no árboles? Para su iniciativa, Alfonso reclutó a cuatro socios. Gente como él, expertos en redes sociales, a los que conoció en un Campus Party (esas cumbres de informáticos) en Londres. El aislamiento al que las infraestructuras convencionales (o mejor, la ausencia de ellas) han condenado a una gran parte del territorio, «se tenía que vencer desde la alianza con las nuevas tecnologías».
Alfonso y sus cómplices convencieron a casi todos los propietarios de que les cedieran la custodia de sus árboles. El alcalde, Rogelio, es precisamente uno de los que más plantones han heredado.
Después los fotografiaron uno a uno, les colocaron un código QR y ofrecieron al mundo la posibilidad de apadrinarlos. Una ágil y práctica gestión de esas redes sociales hicieron el resto. Un lustro después hay 4.000 padrinos de 8.000 olivos. Gente de 17 países que pueden ver cómo va su 'protegido' e incluso reciben dos litros de aceite cada año. Todo por 50 euros de aportación anual.
Padrinos 'urbi et orbe'
El proyecto cumple cinco años de vida y aún le queda un largo recorrido. Hay árboles más que de sobra esperando a su protector. Se ha convertido en un modelo para explicar que, más allá del derrotismo, siempre hay una puerta a la esperanza. «Si en Oliete, que está en 'casadios', es posible, cualquiera puede. Es más importante la pasión que las carencias», resume Alberto Alfonso.
Daniel Palos, otro hijo emigrado de la comarca, buscaba un «regalo inmaterial y con valores» para una ahijada. Una niña de cinco años de Bilbao que después «ha estado en Oliete y siente el olivo como si fuera suyo», asegura. Palos es un nuevo cómplice cuya labor de proselitismo ha captado a otros tres o cuatro padrinos más. El regidor Rogelio recuerda que no hay mes que no vengan «diez o doce padrinos, muchos extranjeros», con lo que también se hace campaña boca a boca de las muchas posibilidades que ofrece la comarca.
Una zona con yacimientos arqueológicos notables, serranías, una de las simas más largas de Europa (San Pedro), dos pantanos, un río... «¡Hay mucho que explotar aquí!», argumenta Villanueva.
Apadrina un Olivo detuvo no solo la sangría de los árboles. En estos cinco años se han creado 14 o 15 empleos. Se han abierto casas rurales... Con el que abre hoy serán tres bares, dos tiendas, farmacia... y, casi lo más importante, han llegado 8 o 10 niños al pueblo, a los que se sumarán dos más de la familia que levanta la nueva persiana. «Hemos salvado el colegio. Si nos lo cierran, el pueblo se muere definitivamente», da las gracias el alcalde, que además de regidor es el panadero de Oliete.
En la comarca, el 'milagro' de los olivos, como el de los panes y los peces, está teniendo un efecto multiplicador. «Ha dinamizado la zona. Hemos pasado de la mina de carbón a descubrir el yacimiento arqueológico». Así de agradecido se muestra el director del parque cultural San Martín, Pepe Royo.
Hace unos días han cerrado una nueva campaña de excavaciones. Hoy son un territorio en tierra de nadie que lucha por no vaciarse. Pero este tramo medio del río Martín, un afluente del Ebro, fue en otro tiempo un asentamiento clave para poblar el resto del territorio. Aquí se instaló a lo largo de la historia uno de los poblados celtibéricos más importantes de la Península.
«Hemos salvado el colegio. Si lo cierran, el pueblo se muere definitivamente», asegura el alcalde
La campaña de 2019 ha profundizado en la datación de 15 túmulos funerarios, una ciudadela ibérica con un horno de grandes dimensiones y la que es, con sus 15 metros de altura, la torre en altura de esta civilización mejor conservada de España. Este parque incluye unas pinturas rupestres que fueron declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad hace 20 años.
«Entre todos estamos buscando alternativas al monocultivo del carbón», avanza Royo, que hace recuento mental de pueblos y terrenos a defender. «Somos ocho localidades, más de 250 kilómetros cuadrados, y no llegamos a 5.000 vecinos. Entre unos y otros luchamos por contener la derrama de población». Y, por supuesto, está la almazara, abierta en 2016 y que estos días recibe un bautismo de colores con mensaje de esperanza. «Querer volver. Volver a querer».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión