Una relación rota desde el inicio
El apoyo que dio el líder del PP vasco a Sáenz de Santamaría y las diferentes visiones sobre cómo debe ser el partido han marcado la historia de Casado y Alonso
david guadilla
Sábado, 22 de febrero 2020
Para entender por qué la relación entre Pablo Casado y Alfonso Alonso circulaba siempre al borde del abismo hasta la decisión de este domingo de quitarle como candidato a lehendakari ... hay que volver al punto en el que se produjo la gran colisión. Fue un choque frontal cuyos daños se han intentado reparar con el tiempo, pero con bastante desgana y, visto lo visto, con nulo éxito. Sucedió el 20 de junio de 2018 en pleno centro de Madrid, en la calle Génova. Allí acudieron los dos. Pero por separado. El presidente del PP vasco para apoyar a Soraya Sáenz de Santamaría en su intento por suceder a Mariano Rajoy. El actual líder de los populares para registrar su propia candidatura, acompañado entre otros de Javier Maroto e Isabel Díaz Ayuso. Bajo una nube de sonrisas, buenos gestos y apelaciones a la necesidad de remar juntos, crecía un desencuentro que nadie ha sabido, podido o querido parar.
La victoria de Casado en las primarias del PP cogió con el pie cambiado a Alonso y a su equipo. Que no había química se comprobó enseguida. Representaban proyectos con matices muy diferentes: mientras Casado no dudaba en endurecer el discurso, alejarse de Rajoy y coquetear con Vox, Alonso apelaba a la centralidad y a la necesidad de distintas voces en el partido. El 'feeling' personal era nulo. Solo un mes después de la derrota de Sáenz de Santamaría, el líder del PP vasco denunciaba que no había habido «una integración real» a la hora de conformar los equipos de dirección del partido.
Desde entonces, su relación ha sido como una montaña rusa. Ha habido acercamientos y presuntos gestos de afecto. En el PP vasco se agradeció, por ejemplo, que Casado defendiese el Concierto en un acto celebrado en marzo de 2019 en Vitoria. Pero no dejaban de ser espejismos en una relación marcada por la desconfianza y los movimientos subterráneos.
Las relaciones con Vox, la necesidad de marcar un discurso propio... cada debate se convertía en una fricción. Llegaron las elecciones del pasado abril y Génova impuso a sus candidatos. El batacazo fue mayúsculo. Por primera vez el PP vasco se quedaba sin representación. El análisis que se hizo en Euskadi fue claro: «La campaña de Pablo Casado y su giro a la derecha nos ha condenado».
Entre apelaciones a la unidad, las dagas seguían volando. Y algunas daban de lleno. En julio del año pasado, el propio Teodoro García Egea anunciaba un expediente contra Juan Carlos Cano, un histórico del PP guipuzcoano, por haber votado a favor de que EH Bildu presidiese la comisión de Derechos Humanos y Cultura Democrática en las Juntas. El PP vasco calificó de «despropósito» la decisión de Génova y recordó cómo Cano «se jugó la vida» en los años duros del terrorismo.
Fue como el aperitivo de la gran tormenta con nombre de Cayetana Álvarez de Toledo que golpeó a mediados de septiembre. La portavoz del PP en el Congreso rompía la baraja. En una declaración radiofónica, calificaba al PP vasco de «tibio» por su relación con el PNV, exigía a Alonso un proyecto «moral» y ninguneó la petición de sus compañeros de partido para tener «perfil propio». Aquello fue como abrir la caja de Pandora. Luego salió todo el mundo a intentar calmar los ánimos, como si no hubiese pasado nada y hubiese cometido un desliz. Hasta el propio Casado fue a Vitoria y afirmó: «Yo soy del PP vasco». Todo fueron sonrisas, buen rollo y halagos. En el fondo, una gran representación teatral.
«No en la bronca»
Porque en el PP vasco tenían claro que aquello había sido premeditado. Sobre todo, porque las críticas llegaron solo 24 horas antes de que los de Alonso celebrasen una convención destinada a relanzar su proyecto. «Mientras algunas caminaban sobre mullidas moquetas, otros nos jugábamos aquí la vida», clamó Borja Sémper, que acabaría dejando la política poco después. Las costuras se iban rompiendo.
Y llegó 2020. En enero Alonso recordaba a Casado que su «misión» es resituar al PP en la «concordia, no en la bronca», y le pedía que tendiese «puentes para la convivencia». La última vez que se les vio juntos en un acto en Euskadi fue el pasado mes de enero en San Sebastián durante un acto en recuerdo de Gregorio Ordóñez. Fue como una especie de paréntesis.
Pero la partida de ajedrez continuaba. La tardanza en aclarar si Alonso sería el elegido para encabezar la lista para las elecciones vascas fue el penúltimo movimiento. Hace solo unos días, Alonso afirmaba en una entrevista que Casado era «un líder por descubrir». Todo parecía resuelto, o al menos calmado. Hasta que llegó la alianza con Ciudadanos. Jaque. Y ahora con su destitución como candidato a lehendakari, jaque mate.
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