Estamos rodeados de líderes. Hay muchísimos sin cargo. Y también hay muchos cargos sin liderazgo. El líder suele ser acreedor del cargo bajo tres condiciones. ... Esperar demasiado. Anticiparse demasiado. Ambas opciones conducen irremediablemente al error. He conocido centenares de organizaciones sociales, empresariales y políticas, y la primera condición que atesoran quienes las han liderado bien es saber leer el momento.
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La segunda es esquivar la mediocridad que, como dice uno de mis maestros, «es un reto de cada día». Y no es sencillo. Especialmente en organizaciones en las que el acceso a las posiciones de poder no requiere de condiciones objetivas, y existe la tentación de tirar de gente que no haga sombra. Afín. Fiel. Silenciosa. Pero no. Los buenos líderes intentan rodearse de personas a las que admiran. Confían en sí mismos y en su visión, y saben que solo la alcanzarán acompañados por quienes les aporten en ese camino.
La tercera condición es la valentía. Hay muchos dirigentes que «mandan» de manera gris, sin hacer demasiado ruido, con miedo a cagarla… El objetivo, pensamos, es permanecer. Sin embargo, la valentía es uno de los atributos que hacen que el líder y su organización transciendan, especialmente en el ámbito político.
El PSE-EE reelige este fin de semana a Eneko Andueza como secretario general, un perfecto desconocido para el gran público antes de las autonómicas, que, en medio de la pugna PNV-EHB, mejoró los resultados y, sobre todo, su posición negociadora. Contra la norma, decidió que no sería el principal referente de su partido en el Gobierno vasco. Dijo que el PSE-EE aún tenía mucho que mejorar para liderar la sociedad vasca y que se quedaba al frente de la nave. Leyó bien el momento.
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Tras ello, apostó por Mikel Torres como principal referente socialista en el Gobierno vasco. Torres, con el aval de su gestión, con una sólida formación y muy buena reputación, era (es) un líder incuestionable. De lo mejor del PSE-EE. De los que podrían hacerle sombra. Con su nombramiento, esquivó la mediocridad.
Respecto a la valentía, Andueza ya fue valiente. Junto a los Madina, Morcillo, Díez, Marañón, Rojo, Vicente, Mateos, Serna, Moreno y compañía, formó parte de esa minoría de jóvenes que en los 2000 no pudo disfrutar de su juventud, porque se autoimpuso la obligación moral de plantar cara a ETA.
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Pero esto hoy no es suficiente. El pasado no garantiza el futuro. Y los retos que obligan a ser valiente hoy en Euskadi son de otro tenor: crece el PIB, pero crece el porcentaje de gente en riesgo de exclusión; el problema de la vivienda limita nuestra capacidad de retener y de atraer talento; nuestra dependencia energética es superior al 90% y nos negamos a «contaminar» nuestros montes con fuentes de energía renovable; y mientras la desafección política y la crisis de nuestras instituciones de intermediación siguen al alza, no nos atrevemos a emplear el autogobierno para reformar nuestra desgastada democracia.
No digo que Andueza vaya a ser uno de los grandes líderes de nuestra era a escala global, no se me ha ido la olla. Digo lo que decía al principio. Que he conocido a muchos cargos sin liderazgo. Y que si Andueza logra, a través de los representantes institucionales del PSE-EE, plantear ideas alternativas valientes en los cuatro retos descritos, estaremos ante un líder con cargo. Veremos.
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