Abascal tiene razón
El caso de Jumilla, donde el Ayuntamiento niega a la comunidad musulmana el uso de un pabellón deportivo para una festividad religiosa, ha desatado una ... tormenta política. Mientras, en línea con los partidos de izquierdas, la Conferencia Episcopal defendía la libertad religiosa de todos, Santiago Abascal les reprochaba su «blandura» y culpaba al dinero público de su supuesto silencio ante lo que él llama «el avance del islamismo».
Tiene razón el católico jefe de Vox: la Iglesia no será libre del todo mientras dependa de fondos públicos, como tampoco lo será cualquier institución que viva de ellos.
Ahí termina nuestra coincidencia. Porque la solución no está en la campaña antihumana que Vox mantiene contra todo lo que no encaje en su fantasía de «España pura». Ese camino no defiende la libertad, la devora.
Donde Vox ve una excusa más para sembrar odio y dividir a los de abajo entre sí, yo veo una oportunidad inaplazable: separar de una vez por todas Iglesia y Estado. Ninguna confesión debe gozar de privilegios fiscales ni financiarse con el dinero de todos. Ni la católica, ni la musulmana, ni la evangélica. La religión, como toda creencia privada, debe sostenerse con los recursos de sus fieles, con proyectos concretos y con las actividades que organice.
En buena parte de Europa esto no solo es una idea, es una práctica. La tormenta política me pilló viajando por Bélgica y Países Bajos, y me sorprendió descubrir iglesias sin bancos fijos, con sillas ligeras que se mueven para convertir el templo en un espacio cultural de pago en cuestión de minutos. En muchas, un pequeño bar-restaurante o un centro comunitario ayudan a mantener viva la actividad pastoral. Este modelo no solo garantiza cuentas claras, sino también una voz más libre.
Por eso, al volver a casa, me parece un error quedarnos en criticar –con razón– el racismo de Abascal en otra discusión de vuelo corto. Tenemos que levantar la mirada. Usar este debate para defender que ninguna fe sea convertida en un arma política, y que todas puedan existir bajo las mismas reglas, con igualdad, respeto y libertad, en el marco de una democracia laica que debemos construir ya.
Haciendo más y hablando menos. Porque de nada sirve escandalizarnos con las cifras de apoyo a Vox, especialmente entre jóvenes y personas en paro, si después seguimos atrapados en la parálisis por análisis. La democracia no se defiende con lamentos ni con tuits indignados. Se defiende con reformas valientes, con leyes claras, con instituciones que no se arrodillen ante ningún credo ni caudillo.
Si no actuamos, otros lo harán. Y no para ampliar derechos, sino para recortarlos. No para unir, sino para dividir. No para defender la libertad, sino para ponerle precio y venderla al mejor postor.
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