Pradales asume riesgos (o quizás no)
La decisión de poner plazos al nuevo Estatuto ata y compromete al lehendakari. Pero la cosa tiene trampa porque no es seguro que la legislatura de Sánchez llegue a junio
Hace tiempo que el PNV escarmentó en cabeza propia y dejó de poner plazos tasados al nuevo estatus para no pillarse los dedos. A los ... jeltzales les pesaba demasiado aquella promesa con que Urkullu concurrió a las elecciones de 2012, la de ratificar el nuevo Estatuto en referéndum en 2015, una cumbre que, por supuesto, jamás llegó a hollarse y un incumplimiento que Bildu siempre utilizó para zaherir a los jeltzales y ponerles frente a su espejo. La extrema necesidad política que Pedro Sánchez tiene de todos sus socios empujó a la anterior cúpula del PNV, encabezada por Andoni Ortuzar, a volver a comprometer fechas en el acuerdo de investidura que firmaron con el presidente del Gobierno en 2023, en el que fijaron el plazo «orientativo» de año y medio desde el inicio de la legislatura vasca para «culminar» el tan traído y llevado acuerdo de renovación del autogobierno. Eso obligaba, sin duda, a apretar el paso si se quería lograr un pacto en el tiempo esbozado, antes del final de este 2025.
Aunque Aitor Esteban dio a entender en el arranque de curso que la proeza era posible, las cosas se empezaron a torcer, especialmente porque al PSE le entró la ansiedad por tirar del freno de mano e insistir en que lo importante ahora es poner en valor los niveles de autonomía de los que ya disfruta Euskadi. Eneko Andueza ha advertido incluso al lehendakari de que la búsqueda de ese mínimo común denominador compete exclusivamente a los partidos y no al Ejecutivo ni a su presidente. Desde esa perspectiva, Pradales asume riesgos al anunciar que se implicará para «favorecer» el consenso entre las fuerzas vascas, que, por otra parte, está ya muy avanzado, a falta de desatar el nudo gordiano del blindaje conpetencial y la formulación del derecho a decidir o sucedáneos. El gesto le ata y compromrete. También los asume al exponerse a que, una vez más, la promesa se quede flotando en el viento y al lehendakari le toque no apuntarse un tanto, sino gestionar la frustración de un fracaso, que, por otro lado, no parece inquietar en demasía a la ciudadanía vasca.
El lehendakari asume riesgos al poner una fecha en realidad innecesaria, sobre todo de cara a la coherencia interna del Gobierno y de la alianza con el PSE y de la competencia a cara de perro con EH Bildu, a quien, es de esperar, la le parecerá que Pradales duerme la pelota y lo fía demasiado largo. En realidad, la promesa, adornada con el habitual discurso del miedo y el 'que viene la derecha' (tiempos oscuros para la «identidad» vasca, en el lenguaje de Pradales) puede ser una carcasa vistosa pero vacía. Junio queda extraordinariamente lejos, se mire por donde se mire. En los nueves meses que restan hasta entonces (metáfora perfecta del parto de los montes en que se ha convertido el nuevo estatus) puede pasar de todo, también, por supuesto, que Sánchez disuelva las Cortes Generales y convoque elecciones, lo que dejaría en el limbo el acuerdo vasco cuya culminación definitiva Pradales supedita sí o sí a que el actual Gobierno siga en La Moncloa.
Así las cosas, ha hecho bien Pradales en incluir en su discurso una segunda pata menos etérea y alejada del humo político que suele envolver el debate sobre autogobierno. Es un acierto incluir en el debate de Política General un paquete de medidas para subvertir la paradoja vasca: una sociedad bien surtida en lo material pero con graves problemas para traducir ese teórico bienestar en felicidad real. Tener la valentía de admitirlo seguramente ha sido lo más valioso, por disruptivo, del discurso del lehendakari.
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