Policía a la carta
A la izquierda abertzale nunca le ha gustado la Ertzaintza, aunque hubo un tiempo en el que le desagradaba incluso más que ahora: aquél en ... el que justificaba el asesinato de sus miembros. El esquema que confrontaba a ETA con las fuerzas de seguridad dependientes del Gobierno español encajaba mejor en su relato delirante; y la restauración en 1982 de una Policía vasca integral y querida, dispuesta a luchar contra cualquier tipo de delincuencia, les provocó un indisimulado berrinche.
Esa irritación se solía gestionar entonces abriendo la caja de los truenos, moliendo los derechos humanos más elementales. Acumularon tan negro historial aventando las tropelías más bárbaras que ahora tratan de esquivar el pasado mediante penitencias extremas: apoyando sin rechistar a un Gobierno del PSOE, por ejemplo.
Redimirse resulta liberador, siempre que el proceso esté acompañado de un profundo examen de conciencia. No se ha producido semejante transformación en la izquierda abertzale. Más bien se ha ceñido a pulir sus asilvestradas maneras de antaño por pura supervivencia, sin sajar su cultura política para liberarla a fondo de tanta necrosis.
Pero nada retrae a espíritus tan dúctiles, y los prebostes de Sortu reparten lecciones gratuitas de finos modales sin sonrojarse: ven a la Ertzaintza «alejada de los principios democráticos» que a ellos les caracterizan y, por tanto, exigen un vuelco en el actual modelo policial para hacerlo más campechano. En consecuencia, llevan años monitorizando el panorama internacional guiados por tan loable empeño, a la búsqueda del mirlo blanco policial.
Detestan las brusquedades, les intimida la mera presencia de los agentes. Puestos a pedir, quieren una Policía que, en última instancia, no lo sea. Mejor una especie de cuadrilla asustadiza. Que observe impasible cualquier desmán y, por supuesto, que no intervenga en las zonas que ellos determinan. Al fin y al cabo la inseguridad no es más que una percepción.
En su búsqueda de referentes edificantes e inspiradores, el año pasado Sortu suscribió un acuerdo de colaboración con los comunistas cubanos al objeto de «dibujar juntos la cartografía de un mundo libre». Cuanta más verdad falta, más pomposidad sobra. Bien sabido es que en la Policía de la isla concurren los estándares internacionales más sibaritas, no como en la Ertzaintza.
El debate sobre el modelo policial será legítimo si no se sustenta en la mezquindad demagógica y la retórica alicatada. El ejercicio del orden público es particularmente delicado en una sociedad democrática, y debe regirse por los protocolos más garantistas. Pero nadie debe llevarse a engaño ante los cantos de sirena de quienes siempre han pretendido adueñarse del espacio público con la libertad y la democracia como señuelo.
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