Gobernar, ¿para qué?
Gobernar requiere de un propósito transformador. No basta con la gestión más o menos anodina, por mucho que la misma esté impregnada de bienintencionados ideales. ... En un país con poso democrático el Ejecutivo no debería sustentarse únicamente en las imposibilidades aritméticas de la oposición, sino en mayorías de gobierno coherentes y bien engrasadas que permitan la correspondiente aprobación de los Presupuestos en el Parlamento y la implementación de una agenda reformista congruente.
Pedro Sánchez carece de lo antedicho. Ni sus propios socios de coalición le respaldan sin fisuras. Menos aún aquellos que conforman la mayoría que le invistió en 2023. La repetida prórroga de las cuentas públicas y el manifiesto ocaso de la ambición legislativa atestiguan que el suyo es, a día de hoy, un Gobierno desvaído, de mera resistencia.
En esas circunstancias, la convocatoria de elecciones anticipadas parece el mecanismo más eficaz para superar el bloqueo. Pero es una opción de la que abjura el dirigente socialista, habida cuenta de que las encuestas conceden una amplia mayoría a la suma de PP y Vox. Todo ello, bajo la sombra de graves casos de presunta corrupción en el núcleo mismo del poder, el de quienes susurraban al oído al presidente.
En definitiva, el de Sánchez es un gabinete que no puede aprobar los Presupuestos ni activar un cronograma legislativo solvente, que se sostiene más por el rechazo a la extrema derecha que por sus bondades intrínsecas y que, por si fuera poco, ve cómo se siega su apoyo popular de forma constante hasta proyectarse en franca minoría.
Un gobierno que se considera progresista debería dar ejemplo con las mejores prácticas democráticas, obrando en consecuencia desde el reconocimiento de lo evidente. Mantener un discurso de suprema exigencia desde la oposición y aferrarse al poder con la máxima laxitud hacia uno mismo dinamita los fundamentos de la coherencia.
No se trata de cuestionar la legitimidad del Ejecutivo a medio mandato; pero la acción de gobierno está sujeta a una serie de condicionantes tangibles e intangibles que le dan sentido en las democracias más exigentes, al margen de la fecha de las últimas elecciones. Por ello, provoca pesadumbre que quien se considerara llamado a liderar grandes transformaciones descuente los días sin propósito.
Sánchez debería explicar con claridad a la ciudadanía para qué quiere permanecer en el poder y con qué resortes reales cuenta para ello. Lejos de un victimismo cada vez más sombrío y de limitarse a infundir miedo respecto a terceros. Como muestra de que sigue creyendo en la excelencia democrática que reivindicaba antaño. Pero, entre otras cosas, también porque la situación actual se asemeja a un atrincheramiento patoso que está dando alas, precisamente, a quienes busca combatir.
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