Garaikoetxea, un eslabón clave
La distancia temporal permite calibrar el peso real de un líder político con mayor precisión, sometiéndolo a escrutinio sin la salpicadura de lo efímero. Es ... la fórmula más serena para determinar su legado, para analizar su impronta prescindiendo de lo accidental. A cualquier mandatario sensato le preocupa cómo pasará a la posteridad; y, en cierta forma, el indisimulable punto de vanidad que acompaña al liderazgo se suele ver compensando por el vértigo que producen los libros de historia.
José Antonio Aguirre no fue únicamente el primer lehendakari. Prestigió el cargo hasta la cota de los más acendrados estadistas, trascendiendo las siglas de su propio partido y ganándose el respeto genuino de todos los demócratas vascos y del exterior. Su repentino fallecimiento supuso un mazazo sin igual, como si la esperanza se hubiera disipado de pronto y la dictadura franquista pareciera aún más insoportable.
En tiempos tan difíciles, Leizaola mantuvo las riendas con enorme dignidad, con el aplomo de un caballero a la antigua usanza; hasta que, una vez cumplida su misión, la legitimidad histórica que él representaba pasó a manos de Carlos Garaikoetxea, ya con la recuperación de la democracia. Y el dirigente navarro, rodeado de un gran equipo, puso en pie desde la nada la armazón institucional vasca, el sueño que había sido hurtado por los facciosos cuatro décadas antes.
Su abandono del cargo en 1985 fue el preludio de la escisión del PNV que se produjo al año siguiente. Aún después su andadura política ofreció aportaciones relevantes, gracias, por ejemplo, al papel de Eusko Alkartasuna en el Pacto de Ajuria Enea, o a la coalición con su antiguo partido, que vertebró la política vasca durante un período decisivo.
Ahora su figura empieza a ser reivindicada por partida doble. A nivel institucional, gracias a la determinación del lehendakari Pradales, reconociéndole como eslabón clave entre quienes han ostentado la presidencia del Gobierno vasco. E incluso por parte del PNV, a sabiendas de que el mejor Garaikoetxea fue el que representó a esas siglas, al margen del traumático cisma posterior.
De EA no queda ya más que el chasis. Certificada su defunción electoral en las elecciones al Parlamento vasco de 2009, en la práctica ha quedado engullida por la izquierda abertzale para mayor gloria de sus actuales dirigentes; con Garaikoetxea como referente crítico de quienes se oponen a intercambiar confortabilidad por entreguismo. No hay biografía política, ni humana, sin claroscuros, sin contradicciones. Pero la del dirigente navarro destacará por sus indiscutibles logros como lehendakari y su innata capacidad de liderazgo, siempre enarbolando un nacionalismo integrador y humanista. No es un legado cualquiera. Y así se le debe reconocer a todos los niveles.
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