Bullicio demoscópico
La demoscopia se ha apoderado del alma de los grandes partidos. Matiza la ideología y expurga las veleidades de la afiliación. Ya no se trata ... de defender los ideales a contracorriente, de abrirse camino blandiendo argumentos, sino de acomodarlos al humor de los encuestados, a las tendencias del mercado.
Los estudios de opinión guían el ánimo de los dirigentes políticos, determinan sus acciones, su forma de operar. En un momento dado, sólo la credibilidad les distingue: una determinada trayectoria, la finura en el estilo, lo resolutivo del espíritu con el que se afrontan los problemas.
Hay en Euskadi quien se alboroza ganando las elecciones en las encuestas, aunque luego las pierda cuando se contabilizan los votos. En sus países de referencia evitan esos disgustos haciendo desaparecer las actas o, directamente, aniquilando el derecho al sufragio. Tal es su querencia por la pobredumbre que, con cierta asimetría perversa, lo que allí les parece que brilla aquí lo juzgan imperfecto: ya sea el sistema sanitario, el modelo policial o los estándares democráticos.
Se vienen nutriendo de succionar a quienes comparten modelo de sociedad pero carecen de su talento para guardar las apariencias. Aquellos que convierten la discrepancia en disidencia, también entre los suyos, hasta la derrota final.
O de desinflar a los instalados en la resta, más mañosos en las formas. Los que abogan por lo confederal pero obstaculizan las transferencias retenidas durante medio siglo, los que entienden la pluralidad como simpático aderezo de lo sustantivo.
No podía faltar al guateque el rey de la pista, agitado por el estancamiento a la baja que le augura la demoscopia. No le surten efecto, salvo el del bumerán, ni su constante refunfuño ni su ademán desafiante. Salmodiar contra la estabilidad con aire retador sólo conduce a la melancolía, al hastío ciudadano. Olvida que sin saber contenerse es imposible crecer, convencer a los incrédulos, ganar altura.
La transversalidad no se construye desde la aspereza, la trifulca y la sobreactuación. Menos aún convirtiéndose en el mayor problema de un gobierno del que se forma parte y que es bien valorado por los ciudadanos. Por contra, no hay mejor argumento que el cumplimiento leal y a tiempo de un buen acuerdo que representa los recovecos del país y le da vuelo en tiempos convulsos.
Los chispazos que provocan las encuestas nublan la visión de quienes piensan más en lo suyo que en lo de todos. Los que se instalan en la doblez, el sectarismo o el ombliguismo, y no en la coherencia y la aportación serena. A partir de ahí, los ciudadanos actúan en consecuencia, dan y quitan, suman y restan en función de lo que perciben. Y los volatineros suelen ser los primeros en caer, porque sólo aportan espectáculo y nunca pisan tierra firme.
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