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ANÁLISIS ·
Impedir la intervención de Marimar Blanco tras los acuerdos del Gobierno con Bildu solo habría servido para enlodar un acto de cuyo fiasco se beneficiarían los extremistasHace ahora un cuarto de siglo, una jovencísima Marimar Blanco, obligada a regresar a toda prisa de Escocia, donde cursaba sus estudios, pidió tomar la ... palabra en la gran manifestación de Bilbao para exigir la liberación de su hermano. Faltaban pocas horas para que ETA ejecutara su macabro ultimátum y no estaba previsto que nadie interviniera pero los líderes de la época no tuvieron inconveniente en cederle la palabra.
Veinticinco años después de que su vida cambiara para siempre, Marimar, hoy diputada del PP en la Asamblea de Madrid, en un bucle temporal que ratifica el adagio de que la historia se repite como tragedia o como farsa, se ha visto obligada a pedir de nuevo que le permitieran hablar. Pero esta vez la reacción no ha sido tan espontánea como entonces porque, a pesar del silencio de las pistolas desde 2011, hay asuntos -la Guerra Civil, la Transición y ETA, sobre todo- que siguen provocando sarpullidos y contribuyendo a enlodar el patio aunque remitan a sucesos de hace décadas.
Han tenido que pasar días -y sobre todo ha tenido que hacerse pública en los medios la carta de la hermana del edil al alcalde de su pueblo, Ermua, en medio de una comprensible alarma en Zarzuela y en Moncloa- para que la Corporación haya rectificado y haya accedido a incluir a Marimar Blanco en la escaleta del acto. El jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, Óscar López, demostró rapidez de reflejos y una vez se hizo pública la misiva no esperó al acuse de recibo. Descolgó el teléfono inmediatamente para dejar claro a la diputada del PP que Moncloa no tenía inconveniente alguno en que tomara la palabra.
En realidad, lo que estaba haciendo López era desactivar una bomba de relojería para la ya de por sí crispada política española. Porque, hagamos política ficción e imaginemos qué habría sucedido si el alcalde socialista se mantiene en sus trece. El plante de la hermana del edil no solo habría deslucido gravemente el acto sino que lo habría politizado hasta la náusea en el peor momento posible, tras pactar Pedro Sánchez la Ley de Memoria Democrática con EH Bildu. A nadie se le oculta que tras ese acuerdo está la orden del presidente a Bolaños para acelerar las leyes más emblemáticas a costa de lo que sea. Y el interés de Bildu en apropiarse del relato sobre una presunta Transición inacabada así como de patrimonializar bajo su ala y la de sus fundaciones a 'sus' víctimas, las de torturas y las de los GAL. Qué necesidad va a tener Sortu de revisar sus fundamentos éticos para honrar la memoria de Blanco si ya es un actor político no solo blanqueado sino indiscutiblemente central.
En ese contexto, las críticas del PP, ya de por sí duras, habrían elevado la tensión hasta lo insoportable. Todo en presencia del Rey y en nombre de la memoria de todas las víctimas de ETA y del 'espíritu de Ermua'. La vena institucional de Feijóo se habría visto sometida a un test de estrés imposible. Y cuesta poco imaginar quién había salido ganando en semejante río revuelto: los extremistas, los populistas, los que ya han anunciado que se ausentarán de Ermua y pretenden contraprogramar a las más altas instituciones del Estado con actos paralelos. Menos mal que, aunque tarde, se ha impuesto el sentido común. Porque la quiebra de una mínima unidad política en cuestiones de Estado, por superficial que sea, es la mejor noticia que podría recibir un Vox estancado en las encuestas.
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