Último destino antártico
Javier Sagastiberri
Miércoles, 7 de agosto 2024, 00:18
La mañana del día siguiente visitamos la Bahía Charlotte. Otra vez silencio blanco y ni rastro de vida. Nieve, hielo, roca, glaciares que se derrumban en el océano, así nos despedimos de la Península antártica y navegamos hacia el norte.
Unas horas después el buque se detiene frente a la isla Decepción, el propio nombre de la isla nos anticipa lo que nos espera. Es una isla volcánica, tiene forma de herradura. Estamos frente a la puerta de acceso, un estrecho que puede conducirnos hasta la bahía interior. Es una hermosa vista: en un primer plano se encuentra la puerta, un pasillo entre negras paredes de roca y, al fondo, montañas nevadas. El mar parece en calma. No se avistan icebergs. Vamos a entrar, tengo esa seguridad. La decepción llega de pronto: el capitán advierte de que observa icebergs y peligro, y el mar agitado. No sé: debemos de estar en barcos distintos. Raúl y yo nos miramos.
-No va a entrar el güevón.
-Este capitán es algo novato y no parece muy valiente-le contesto.
Nos vamos calentando.
-Haría falta un marino como Pacheco-comento- que se enfrente con decisión a los icebergs.
Pacheco es un gran corredor de football americano. Juega en los Kansas Chiefs. Acostumbra a arrojarse contra los defensas contrarios, esas moles de carne casi del tamaño de los icebergs, y siempre les arranca unos metros de carrera. Pensándolo con un poco más de frialdad, quizás Pacheco esté bien para la NFL, pero no sé si me pondría en sus manos para sortear unos témpanos de hielo.
Los icebergs están en la cabeza del oficial y no salen de allí. Se acerca la hora de la cena y nos alejamos de la isla. Nunca sabremos si la decisión del capitán ha sido la acertada o si, al contrario, ha pecado de prudencia. Reconozco que su responsabilidad es enorme. No nos queda otra que aceptarlo.
Continuamos con la navegación hacia el norte. Nuestro último destino antártico, la isla Elefante, fue a la que accedieron Shackleton y sus hombres tras la penosa navegación que pudieron emprender tras liberarse del bloqueo de los hielos, en unos frágiles botes salvavidas y en la que resistieron la mayoría mientras Shackleton, con unos voluntarios de confianza, navegó durante 16 días hasta llegar a un puerto ballenero.
Llegamos al mediodía. La isla quizás no sea tan hermosa como Isla Decepción, pero en este caso disfrutamos a placer de sus vistas. Contemplamos desde el barco un bonito glaciar y también una zona de rocas desnudas en la que podemos ver no sólo a los inevitables pingüinos, sino también a unos cuantos lobos marinos solitarios descansando. Sacamos muchas fotografías, conscientes de que es el final de nuestra visita al territorio antártico.
Abandonamos estas aguas con tristeza. Han sido unos días diferentes, llenos de emoción, con la conciencia de haber visitado unas tierras hostiles, que tenemos el deber de preservar en toda su pureza.
Nos disponemos a navegar el mar de Escocia para llegar a las islas Malvinas, donde coexisten pacíficamente dos especies animales: cuatro mil británicos habitan rodeados de más de un millón de pingüinos. También hay argentinos: unos cientos de ellos residen bajo tierra, en un cementerio dedicado su memoria. Fallecieron en la invasión ordenada en 1982 por la Junta Militar.