Los mejores planes culturales para este fin de semana

Recordamos que la asistencia a los espectáculos está limitada por las restricciones de movilidad entre los municipios

Todos creemos conocer a Federico García Lorca, pero en 'Una noche sin luna' descubriremos facetas de su vida y su obra que solo están al alcance de sus amigos. Juan Diego Botto, que de tanto leerle lo considera «un compañero de vida», escribe e interpreta una función que conecta la voz del poeta con nuestra propia realidad, especialmente con la de las personas vulnerables «que sienten que no terminan de encajar en la sociedad».

La dramaturgia de esta pieza «atrevida» y difícil de clasificar, dirigida por Sergio Peris-Mencheta, reúne fragmentos de sus obras, conferencias y entrevistas en las que relata vivencias que le marcaron: su estancia en la residencia de estudiantes, el teatro que hacía con el grupo La Barraca, sus amores... a través de él nos acercamos a temas que nos atañen como el papel de la mujer, la memoria, la libertad de expresión y la identidad sexual. Su mirada nos acompaña y nos anima a seguir leyéndole, como hace Botto desde los trece años, para encontrar algo de luz en esta noche sin luna.

'La mejor madre del mundo', adaptación de la novela de Nuria Labari realizada y dirigida por Juana Lor, continúa este fin de semana en Pabellón 6 con un aliciente añadido: el sábado por la mañana, a las 12.30 horas, Nuria Labari, Juana Lor y la escritora Katixa Agirre, autora de 'Las madres no', participarán en un encuentro abierto al público (hay que reservar sitio mandando un email a info@pabellon6.org).

El tema de la creación y la maternidad da para muchas conversaciones, como se ha demostrado en la andadura de esta obra. Su historia es la de una madre contemporánea que se retrata a sí misma, una mujer que además de tener hijos y trabajar fuera de casa tiene una vena artística que le reclama tiempo y espacio propio. Combina situaciones cotidianas y momentos poéticos para contar «con mucho humor, ironía, profundidad y ternura» las preguntas y las contradicciones a las que se enfrenta esta madre. Situaciones a las que saca chispas con su vis cómica un reparto compuesto por Leire Ucha, Haizea Águila, Karmele Larrinaga, Eneritz García e Iñaki Maruri.

Despierta añoranza pensar en un karaoke, uno de los templos de la vieja normalidad en los que despedíamos la noche por todo lo alto. La Compañía Joven de Pabellón 6 ha elegido este escenario para recrear la transformación de Bilbao con el punto justo de nostalgia y el subidón de energía que necesitamos. La trama de 'Gris. Morirse en Bilbao', de David Caiña, empieza en una noche de mayo de 1992, cuando murió Iosu Expósito, guitarrista y uno de los fundadores de Eskorbuto, y viaja en el tiempo con personajes «del Bilbao que fue y el que será».

También la banda sonora es atemporal e incluye temas muy conocidos que se «descontextualizan» con arreglos diferentes. El autor, la directora Ane Pikaza y el director musical, Urtzi Iza, recrean con frescura una época en la que eran niños y reafirman lo importante que es mantener la identidad de una ciudad. Todo a través de un concurso en el que Kepa Alesso, Aitor Echarte, Itxaso Gil, Leire Ormazabal, Sandra Tejero y Yeray Vázquez encarnan diferentes arquetipos que se salen del cliché para mostrar su humanidad.

Si se hiciera una de esas encuestas disparatadas sobre con qué músico clásico nos iríamos a tomar unas cañas –cada verano las hace una marca de cerveza y pregunta por... políticos–, es probable que ganara Johannes Brahms. Debería hacerlo por goleada, no solo porque era un bebedor consumado de cerveza, sino porque debía de ser un buen tipo, amigo de sus amigos, con un marcado sentido del humor. Tan grande era ese sentido del humor que cuando en una carta dirigida a un amigo, que también era músico aficionado, le habló de su Concierto para piano y orquesta Nº 2 se refirió a la pieza como «un pequeño concierto» con «un pequeño scherzo».

Brahms calificaba así a una de las obras mayores del repertorio, una partitura inspiradísima, técnicamente muy compleja y que ha gozado desde su estreno de un gran éxito. Y por si fuera poco –aunque la duración de una obra no debe ser una forma de medirla– es uno de los conciertos más largos del repertorio, porque se aproxima a los 50 minutos. Así que de «pequeño concierto», nada de nada. Un gran concierto, una obra enorme, que lleva esta semana la Sinfónica de Bilbao a los atriles.

Para hacer boca, el 'Idilio de Sigfrido' de Richard Wagner. Fue Rossini quien soltó esa frase lapidaria de que el alemán tiene «instantes sublimes y cuartos de hora insoportables». Creo que Rossini no entendía la música de Wagner, pero en cualquier caso este 'Idilio' estaría entre los instantes sublimes.

El Barroco dominó la música europea durante aproximadamente siglo y medio. Suelen distinguirse dos etapas dentro del mismo. Y luego están las especialidades locales. Porque hay un barroco centroeuropeo, denso y profundo; un barroco francés, ligero y elegante; y un barroco italiano, vivaz y sensual.

El grupo barroco de la BOS ha organizado algo así como un menú degustación. Porque reúne en un solo concierto una base sólida, con Biber; la sutileza que aporta Rameau; y la carnalidad de Vivaldi y Corelli. Las tres ramas principales del Barroco en una sola velada.

El barítono Christian Gerhaher es uno de los grandes liederistas de nuestro tiempo. Por eso, su actuación del miércoles 10 en el Arriaga es un acontecimiento que con seguridad no pasará inadvertido a los amantes del género. La lástima es que si esos amantes no viven en Bilbao no podrán disfrutar de este recital.

El programa se compone de distintos ciclos de canciones de Schumann y Debussy. El romanticismo contenido, profundo y formalmente perfecto del alemán frente al perfume y el color del francés. No es un repertorio inusual dentro del liederismo –puede que haya quien eche en falta a Schubert, Brahms, Mahler, incluso Wagner– pero tampoco es el más habitual. Y eso se agradece también. Aunque en tiempos de pandemia, el arte, todo el arte, es igualmente necesario.

A falta de óperas escenificadas, la ABAO nos trae a la soprano Lisette Oropesa. Este sábado protagonizará en el Euskalduna su primer recital en España, arropada por el pianista Rubén Fernández Aguirre. Un hito que no conviene perderse. La artista cubano-estadounidense tiene 37 años y se encuentra en su mejor momento. El delirio llegó en 2018 en el Teatro Real, con 'Lucia di Lammermoor', pero bien podría haberse consagrado mucho antes. Yo tuve oportunidad de escucharla el año anterior en la Ópera de París y me dejó embelesada. Hacía tiempo que no escuchaba a una soprano con tanta personalidad y dominio de la palabra.

Oropesa siente lo que canta y dice. Más allá del dominio técnico, que lo tiene, es una cantante muy inteligente. Sabe dosificar perfectamente la tensión. Estaba previsto que el pasado 7 de diciembre inaugurara la temporada de La Scala. Le hacía una ilusión inmensa coger el relevo de Maria Callas –la anterior soprano estadounidense en protagonizar la 'prima', allá por 1960– y los 'tifosi' de la ópera contaban los días. Se esperaba una función a la altura del mejor coliseo lírico del mundo. Algo que en los últimos tiempos, ay, ay, no sucede todos los años... El título elegido era 'Lucia di Lammermoor', con el tenor Juan Diego Flórez como pareja. Pero no pudo ser. Uno de tantos planes que la pandemia le ha desbaratado.

No obstante, ella se mantiene en la brecha. Forma parte de la élite, a la que ahora se ficha en cuanto hay una sola oportunidad de montar un espectáculo. Decía Jonas Kaufmann recientemente que se ha disparado la tasa de suicidios en el sector. Hay profesionales que llevan casi un año sin cantar, con nulas posibilidades de hacerlo en el futuro inmediato. Con décadas de sacrificios a sus espaldas y sin ahorros. La música es su vida. Por eso, el público, los amantes de la lírica, no podemos fallarles. Ahora más que nunca hay que estar con todos ellos.

No faltemos a la cita con Oropesa. En esta ocasión la tendremos con un repertorio de canción italiana y francesa (Donizetti y Bizet, por ejemplo), sin que falte un buen puñado de arias en ambos idiomas, ya sean de Rossini o Meyerbeer. Es una soprano lírica de coloratura, sin agudos estratosféricos, que llega al mi bemol y no necesita más para epatar al personal. Tiene el brillo de estrellas de antaño y el aplomo de una profesional con muchos kilómetros a sus espaldas. Y no solo porque sea una corredora entusiasta, sino porque desde su debut con 22 años ha madurado muchísimo y tiene poso. Si van a escucharla este sábado, no la olvidarán.

Pero qué bonito es Paul. Y qué grande, para lo pequeñito que es. Porque resulta que solo tiene seis años, pero menudo poder: es el rey de su casa. A una palabra suya, padre, madre, abuela y cualquiera que entre en sus dominios cae rendido a sus pies. Es lo que tiene ser hijo único, el mayor tesoro de los suyos... Tanto poder tiene Paul que un día decide pedir que le den un hermanito. Error, al menos de entrada. Entonces llega Irati, y el reinado de este precioso títere que convive en 'ÚniKo' con intérpretes de carne y hueso se acaba. O muta, pero eso él no lo sabe todavía. Y vaya dramas, vaya pataletas, ay que ver qué malos son los celos. Con este montaje en euskera que llega al escenario del Sozial de Basauri este domingo a mediodía –dirigido por Iñaki Rikarte y con Maite Bayón, Tomás Fdez. Alonso y Ainara Unanue junto a Paul–, Teatro Paraíso se llevaba un Premio FETEN el año pasado (a la mejor interpretación, la de Bayón).

El ying y el yang están en la exposición de Dolo Marina y es que la dualidad caracteriza la muestra, abierta en la galería Aire. La alegría de vivir y el miedo, la atmósfera de libertad que refleja la playa y la incertidumbre del espacio doméstico durante la cuarentena, las circunstancias del invierno y el verano, literales y metafóricos, se reúnen en este conjunto de cuadros. La artista bilbaína nos ofrece una panorámica de sus inquietudes como autora figurativa, con preferencia por la pincelada densa y el color intenso.

La exposición es todo un relato, una historia que se desenvuelve cronológicamente. La creadora presenta sesenta piezas que realizó durante el encierro, una cada día, y que reflejan fielmente ese ámbito cerrado, donde valoramos los pequeños detalles, y las dimensiones adquieren otro relieve. Los libros de la estantería, las hortalizas sobre la mesa o las vistas que proporciona una ventana sobre el campo circundante, se convierten en protagonistas de la vida cotidiana. La mirada es cercana y la contemplación pausada, como corresponde a un tiempo sin premuras y las imágenes se acompañan de textos, informaciones procedentes de la radio que contextualizan la obra.

Pero la vida triunfa. Los lienzos de cuatro bañistas jugando a las cartas en la playa proporcionan el efecto contrapuesto. Los grandes formatos, la desnudez, el sol acariciando sus cuerpos y la luz que envuelve el plano generando sombras perfectas, constituyen toda una declaración de intenciones, un canto a la libertad que también se aprecia en sus paisajes nocturnos, alumbrados por un foco central.

La autora reconoce su necesidad de optimismo, de pintar en la calle, de disfrutar del color, del arte como una manifestación positiva. En periodos aciagos, la pintura de Marina puede ser un lugar de esperanza, donde recuperar la luz, los buenos recuerdos y la confianza en que otros tiempos vendrán.