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Un crucero pijo hacia la Antártida (Capítulo II - Parte 3)

En busca del Glaciar Brujo

Javier Sagastiberri

Viernes, 2 de agosto 2024, 00:16

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Puerto Chacabuco es nuestra primera escala. Para arribar a este puerto el buque debe atravesar un largo pasillo que se adentra en territorio patagónico. Recorremos un hermoso fiordo con paredes escarpadas y que finaliza en una bahía tan resguardada de los vientos que tengo la impresión de que hemos abandonado el Pacífico para visitar un lago interior, tal es la tranquilidad del mar en ese punto. El paisaje es de un verde intenso y abundan los árboles de variadas especies. Visitamos un parque privado en el que podemos pasear por el bosque patagónico. En el autobús conozco a Raúl y a su hija Leylany. Son mejicanos y enseguida hacemos grupo, rodeados como estamos de norteamericanos muy amables, pero que hablan exclusivamente en inglés. Durante la excursión visitamos una bonita cascada, pero no me impresiona, es un paisaje parecido al de mi tierra. Quiero acercarme al sur y ver glaciares, fiordos e icebergs.

Mis amigos mejicanos se quejan del frío. Viven en la península de Yucatán, de clima tropical.

-Pues esperad a ver cómo es el verano en la Antártida.

Raúl tiene una simpatía natural que le empuja a relacionarse con todo el mundo, a pesar de que su inglés es todavía más escaso que el mío. Durante el almuerzo conocemos a una pareja de Texas. Ella es de origen cubano. Su familia abandonó Cuba al inicio de la Revolución. Cuando me entero de ello hablo con prudencia, pues pienso que puede tratarse de una mujer muy conservadora, pero enseguida me relajo. Ella misma saca el tema estrella en su país: las próximas elecciones presidenciales. Es una antitrumpista convencida, por lo que rápidamente congeniamos.

Cuando se entera de que mis amigos provienen de México nos informa de que su marido es catedrático de botánica y que dedicó varios años a investigar un determinado arbusto que se pensaba que se había extinguido. No era así: acabó encontrándolo en la Sierra Madre mexicana, y esa planta y el nombre de su marido están expuestos en un museo de Nueva York.

Todavía más interesante resulta la historia de su familia, que se inicia en España.

-Residimos en Cuba durante más de un siglo, pero antes habíamos emigrado desde Turquía.

-¿Y por qué eligieron Cuba?

-Por la lengua. Todavía hablábamos en familia el español. Lo conservamos todos esos siglos.

Me cuenta que eran judíos sefardíes que abandonaron España cuando los Reyes católicos los expulsaron.

-Y ahora ese mierda de Trump puede regresar. Y con ganas de revancha. Espero no tener que volver a huir por culpa de esa mala bestia.

Volvemos al barco un poco antes de la cena. Raúl y yo nos intercambiamos los teléfonos. Me pasa las fechas de los play-offs de la NFL. Acordamos quedar para tomar alguna copa y ver los partidos. En México es un deporte muy popular. A mí ha empezado a interesarme. Me gustaría que Kansas se llevase la Super Bowl. Me fascina la complejidad de las jugadas. Son como gigantescas partidas de ajedrez, en las que se enfrentan piezas humanas que se mueven en un orden intrincado y secreto, ensayado en días anteriores hasta alcanzar la perfección.

Durante los días siguientes el buque se mueve con prudencia por estrechos canales y fiordos sorteando islas diminutas, que parecen la parte visible de picos imponentes pertenecientes a alguna cordillera hundida. A lo lejos observo picos nevados de las estribaciones andinas. En ocasiones, los canales se cierran y solo podemos observar paredes verticales cortadas a pico en una costa salvaje, inhóspita y hermosa, muy hermosa.

Recorremos el canal Fallos y el canal Ladrillero desde el Golfo de Penas. Son pasillos marinos que corren paralelos al inmenso Campo de Hielo Sur. Observo en el mapa esa enorme extensión de hielo, un anticipo de lo que vamos a encontrar en la Antártida, y lo que impresiona es hallarlo tan al norte, todavía tan alejados del círculo polar antártico. Leo que alimenta a unos 50 glaciares. Nos anuncian que al día siguiente, muy de mañana, podremos contemplar uno de ellos, situado en el flanco occidental de este imponente campo helado, cuya lengua desemboca en el estrecho por el que nos adentraremos. Es el Glaciar Brujo.

Madrugo, como tantos pasajeros, y me asomo a la proa de la cubierta número 4. Decepción: una espesa niebla nos rodea, casi no distingo a las personas que nos acompañan, como para divisar al glaciar prometido. Hay que armarse de paciencia ¡Estamos en verano! ¡El sol debe abandonar su refugio! Todos lo deseamos; aguardamos con ilusión, muertos de frío, casi estamos a cero grados. De pronto, nuestra paciencia resulta recompensada. Un rayo de luz penetra en el muro de niebla y actúa como un bisturí que corta el aire como si rajara la piel de un cadáver. En pocos minutos la niebla se disipa y el Glaciar Brujo nos impone su presencia. Empiezan las fotografías y los malditos selfies. Resisto la tentación y mantengo el móvil en el bolsillo. Es más importante concentrarse en la contemplación directa, en la experiencia solemne de la gran masa de hielo azul enmarcada entre rocas negras y del mar lleno de grumos, de grises témpanos desgajados del glaciar.

-Hola Javier- me saluda Raúl.

-Hola- contesto.

No hace falta decir más. De pronto un rumor lejano, o así me lo parece, hasta que me doy cuenta de que proviene del flanco izquierdo del glaciar, donde se ha levantado una ligera espuma: hemos asistido, casi sin darnos cuenta, al desprendimiento de un diminuto témpano de hielo.

-¡Joder!

¿Qué más se puede decir? Continuamos contemplando el glaciar en silencio durante más de una hora y no se me hace largo. Cuando ya estoy saciado del puro contemplar empiezo con las fotografías. Raúl me hace también algunas, para llevarme un testimonio de que he estado allí. Prefiero eso a los selfies, evito esa ansiedad narcisista.

El resto de la mañana la nave se desliza por estrechos y canales. Avanzamos entre montañas oscuras y a lo lejos contemplamos otras con las cumbres nevadas. No me canso de mirar.

En un momento dado unas personas gritan. Me acerco y veo la cola de una ballena que se sumerge. Después, entro a desayunar.

Leo en el cuadernillo que nos entregan todas las noches que vamos a internarnos por el estrecho de Magallanes y por la mañana haremos escala en Punta Arenas, capital de la Región de Magallanes y la Antártica chilena. Es una de las ciudades más australes del país.

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