A vueltas con una nueva reforma laboral
Las respuestas a los problemas del inmediato futuro no pueden ser las recetas de siempre procedentes del pasado. Del pasado debemos aprender para no repetir errores
Tras el reciente cambio de Gobierno y la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia del Ejecutivo, se han vuelto a intensificar demandas y peticiones ... a favor de la anulación total o parcial de las últimas reformas laborales de 2010 y 2012. Los argumentos utilizados las sitúan como las causantes de prácticamente todos los males de nuestra economía; entre otros, de la caída de los salarios y el empleo, del aumento de la temporalidad o de la pérdida de los derechos de los/as trabajadores/as. Nada más lejos de la realidad. A partir del 2008 vivimos una recesión económica mundial que tuvo extraordinarias consecuencias negativas en la economía, la actividad de las empresas y, como consecuencia de ello, en el empleo. En tiempos de postverdad, donde las emociones y las creencias personales son más importantes que los hechos objetivos a la hora de crear opinión pública, es necesario el debate sereno y la información contrastada.
En relación al empleo temporal, desde la aprobación del Estatuto de los Trabajadores en 1980 se han producido numerosas reformas laborales y seguimos sin resolver este problema, que tiene que ver sobre todo con su regulación. La temporalidad es mala para el/la trabajador/a y también es mala para la empresa. Tenemos que preguntarnos por qué las empresas eligen un contrato temporal para realizar una actividad que no lo es. En lo que tiene que ver con los salarios no solo hay que decir que mayoritariamente los/as trabajadores/as vascos/as no han perdido poder adquisitivo, sino que desde hace cuatro años los incrementos salariales son mayores que en el resto del Estado, partiendo además de salarios superiores a la media estatal y de jornadas de trabajo menores en todos los sectores.
La reforma laboral supuso un importante cambio del marco institucional de las relaciones laborales y creo que tuvo elementos muy positivos para la dinamización del mercado de trabajo, sobre todo a partir de la recuperación económica. La reforma propició una mayor flexibilidad para adaptar las condiciones de trabajo a las circunstancias de los mercados y las necesidades empresariales, así como la introducción de herramientas para que las empresas pudieran adaptarse a los convenios colectivos sectoriales, favoreciendo con ello la estabilidad laboral y la creación de empleo.
En definitiva, puso el foco en la empresa y sus circunstancias como objetivo de la reforma. Situó a la viabilidad futura de la empresa como elemento clave de la misma. No hay ninguna institución ni organismo serio que proponga una vuelta a la situación previa a 2012.
En Euskadi, además, vivimos desde el lado sindical un reproche casi permanente al empresario/a y a la actividad empresarial. Afortunadamente, la sociedad vasca está en otra clave diferente, tal y como observamos en los análisis y las encuestas socioeconómicas elaboradas por las instituciones y las universidades vascas.
Necesitamos más empresas. Queremos más iniciativas empresariales. Es necesario fomentar la actividad empresarial y reconocer a la empresa y al empresario/a, porque hace falta un entorno atractivo para la actividad empresarial. El mantenimiento de nuestro sistema de bienestar necesita de la actividad y de la aportación empresarial.
Las relaciones laborales están cambiando mucho en los últimos 30 años y el derecho del trabajo debe responder a los nuevos retos a los que se enfrenta la empresa: adaptabilidad, transparencia, información y comunicación multidireccional, compromiso y corresponsabilidad, formación a lo largo de toda la vida, etc.
A mi entender, nuestro mercado de trabajo tiene en la actualidad algunos retos a los cuales dar respuesta. Los más importantes son cinco: reducir la temporalidad a través de una reforma que simplifique la contratación y sus causas; contar con una negociación colectiva moderna y con contenidos que permita unas relaciones laborales transformadoras de verdad; responder a la exigencia de más y mejor cualificación de nuestros jóvenes en perfiles STEM (ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas) orientando la formación a las necesidades de las empresas; contar con unas políticas activas de empleo eficaces y, finalmente, implantar la cultura del acuerdo y la concertación.
La revolución digital derivada del progreso tecnológico también va a suponer cambios en la educación, los conocimientos y las habilidades. Como ha dicho recientemente el Premio Nobel Jean Tirole, «no hay que proteger los trabajos, sino dar herramientas a los trabajadores/as para que puedan responder a los retos tecnológicos que se nos presentan». Estamos obligados, más que nunca, a tener en cuenta a las personas en todo este proceso, ya que dicha revolución servirá también para eliminar esfuerzos físicos o tareas peligrosas en determinadas actividades cualificándolas para tareas de mayor valor añadido.
Cualquier aproximación a una nueva regulación laboral que no atienda a las necesidades de adaptabilidad y la flexibilidad, o que insista una vez más en las rigideces que han condicionado las relaciones laborales en nuestro país, estará caminando por el sentido contrario a donde va Europa en la actualidad. Y producirá, además, un grave daño a las empresas y al empleo.
Las respuestas a los problemas del inmediato futuro no pueden ser las recetas de siempre procedentes del pasado. Del pasado debemos aprender para no repetir errores.
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