Soriarras
La ultraderecha busca adeptos entre los afectados por la crisis. Casado empieza a entenderlo y pide ayuda al PSOE sin ofrecer cambiar su propia estrategia
El episodio sucedió hace veinticinco años, en el curso de los Mundiales de Atletismo en Atenas. Eran tiempos de oro para el fondo español, o ... estatal como se diría por aquí, y en la maratón obtuvimos tres corredores entre los seis primeros, y sobre todo el oro y la plata. Para ETB estuvo a punto de ser un momento glorioso: imaginemos el entusiasmo ante el oro ganado por un gazteiztarra. Cierto que el padre de Martín Fiz salió a la calle en Vitoria con la bandera española, pero eso se omite fácilmente. Lo peor es que al final Abel Antón adelantó por la mínima a Fiz. ¿Cómo dar la noticia? No era políticamente correcto decir que ganaron dos españoles, y menos que un español había vencido a un vasco. Así que surgió una nueva nacionalidad. Ganó el oro el «soriarra» Abel Antón, y la plata el vasco (o gazteiztarra) Martín Fiz, siendo sexto el español Roncero. Las cosas en su sitio.
¿Quién iba a decir que la identidad 'soriarra' iba a convertirse en realidad? Pues así ha sido en las recientes elecciones de Castilla y León, y no porque haya aparecido una nueva conciencia nacional en Soria o en Ávila -León es otro tema-, sino porque la desconfianza profunda de los habitantes de la España vacía ante el Estado, y por consiguiente ante los partidos políticos estatales, solo podría verse canalizada mediante la búsqueda de un espacio propio de representación y defensa de unos intereses que sienten desatendidos. Fruto del desencanto y la frustración.
Tenemos delante una importante llamada de atención acerca de la sensación de malgobierno y de degradación de la vida política que se extiende por el país. En Castilla y León ha fracasado Mañueco, cargándose a Cs para ver cómo Vox le exige una vicepresidencia, anticipo de mayores ambiciones. Pero el PSOE ha salido aún peor parado en pérdida de votos y escaños. En ambos casos es difícil que los ciudadanos entiendan que, dada la gravedad de los problemas venideros, los dos líderes de los principales partidos se entreguen a una contienda a muerte, como los protagonistas de la lucha a garrotazos de Goya.
Pensemos en lo que ha sido la reciente campaña electoral: un corrillo de apuestas donde los medios se lanzaron a mil y una elucubraciones sobre lo que podía pasar con cinco procuradores más o menos. De nuevo, como en tiempos de los arbitristas de 1600, lo que no contaba para nada era el examen de la situación concreta, en los planos demográfico y económico, de la comunidad castellano-leonesa. Y a tal oferta, tal pago de los votantes.
Algo positivo: Pablo Casado despertó ante el avance de Vox y se dio cuenta de que las alianzas reiteradas constituían un trampolín para que la verdadera derecha apuntase claramente al 'sorpasso'. Y es que lo de Vox no es ninguna broma, ya que en esa progresión, aupado sobre el PP, desde sus orígenes neofranquistas va cobrando forma un auténtico partido neofascista, similar al que en Francia está forjándose bajo el liderazgo de Eric Zemmour. Claro que con el suicidio del PP todo sobra
En la imparable deriva europea hacia la derecha cada vez más profunda, desde la crisis de 2008, reaparecen los rasgos de lo que Umberto Eco denominó «el fascismo eterno»: un nacionalismo fundado sobre falsas tradiciones y orientado a la violencia contra el otro desde una radical xenofobia (ahora el inmigrante en vez del judío), opuesto al racionalismo y al humanismo, exaltando la vida como lucha permanente frente a la democracia y dispuesto a ganar adeptos entre los sectores sociales afectados por la crisis y la frustración. La extrema derecha española va por ese camino. El conservadurismo es otra cosa, y los Republicanos en Francia y Casado entre nosotros empiezan a entenderlo. Solo que no es lícito plantearlo pidiendo ayuda al PSOE sin que acompañe un cambio en la estrategia propia.
De paso, una exclusión de Vox bloquea la formación de mayorías y lleva al extremo la tensión de Casado con el dúo de Madrid, Isabel Díaz Ayuso-Miguel Ángel Rodríguez, para quienes la cercanía a Vox es imprescindible. Y Sánchez lo tiene claro: está feliz electoralmente con el binomio PP-Vox y responde con un ultimátum. Nunca piensa en los requerimientos del sistema democrático.
Por su parte, sin aprender las lecciones de la pandemia sobre la relación con el Estado, el lehendakari resucita el 'nuevo estatus' (seguimos manipulando el lenguaje, como vimos en la alusión al «soriarra»). Ha habido tiempo para pensar, y Urkullu bien podía aclararnos a todos sus ideas para saber cuál es el final de ese debilitamiento escalonado del Estado español. Él dice que es serio, y gesto serio sí que tiene, pero es mucho menos serio aducir que corre prisa, contando con la mayoría parlamentaria actual, dispuesta a respaldar todo lo que sea nacionalismo.
Cuando malpracticaba el fútbol de joven, había un jugador poco apreciado al que llamábamos 'el aprovechategui'. A la táctica del PNV le cuadra perfectamente. Otra cosa es que tenga por objeto alcanzar el óptimo técnico del encaje de Euskadi dentro de la España democrática. Perdón, usé la palabra maldita.
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