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Los ongi etorri se topan con el rechazo frontal de la sociedad», titula EL CORREO (29-08-21). ¿De verdad? ¿De la sociedad misma? ¿O ... de los portavoces de los partidos y de otras instancias oficiales? ¿En dónde y cómo se ha manifestado ese rechazo frontal? ¿'Wishful thinking'? ¿Hemos asistido a expresiones mínimamente colectivas de rechazo tales como las que nuestra sociedad prodiga espontánea cuando se agrede a mujeres, niños, animales o diferentes de cualquier clase? ¿Dónde y cuándo fueron?
Establecer lo que hace o no hace ese ente que llamamos 'sociedad' no es fácil, probablemente porque no tiene una plasmación homogénea y concreta, pero usted, amigo lector, que percibe como yo en su derredor el eco y el runrún de los actos de bienvenida y homenaje a los asesinos abertzales puede atestiguar que no es el de un rechazo indignado, sino el de un encogerse de hombros muy cercano a la indiferencia (omito como es obvio contar a la parte de la sociedad que los aplaude, que no es moco de pavo): 'Bueno, hombre, no está del todo bien, pero tampoco es para tanto'.
Fue Juan Pablo Fusi el historiador que escribió lapidariamente que lo de la sociedad vasca ante el terrorismo solo podía calificarse como de «enfermedad moral». Porque, dejando a salvo casos muy limitados como el de los movimientos pacifistas, «la sociedad vasca pareció mayoritariamente acostumbrada y resignada ante la violencia, bien por la comprensión que el mundo nacionalista pudiera tener para con las aspiraciones independentistas de ETA, bien por la 'dictadura del miedo' impuesta por la organización terrorista y su entorno, bien por la necesidad de acomodación a las circunstancias -por execrables e inaceptables que estas sean- que toda sociedad parece requerir». La sociedad vasca ha sido de siempre muy pragmática y el terrorismo que le tocó vivir fue un 'terrorismo del bienestar', añado yo, de manera que es hasta lógico que aquella sociedad se acomodase sin demasiado problema a convivir con él, instalada, como insiste Fusi, «en una estupefaciente contradicción moral». Estupefaciente pero cómoda, ¡se vivía tan bien!
¿Se ha curado la sociedad vasca de esa su enfermedad moral? Urkullu parecía creerlo hace unos años cuando enfatizaba que la nuestra era una «sociedad modélica», admirable por sus valores éticos, su ejemplaridad, su esfuerzo y su rectitud. Ahora no debe de tenerlo tan claro, porque califica de «repulsivos» los actos en cuestión. Y no es fácil explicar cómo en una sociedad modélica pueden ocurrir entre el silencio generalizado tales actos si de verdad se perciben como repulsivos. En realidad el lehendakari no es sino un ejemplo de esa contradicción esencial que caracteriza desde hace mucho al nacionalismo hegemónico: la de compatibilizar una valoración superlativa de la trayectoria secular de la sociedad vasca con el comportamiento mayoritario que ha observado y observa esa sociedad ante el fenómeno terrorista, que fue y es el de mirar para otro lado y hacer como que esas cosas no pasaban en realidad, o disculparlas mediante el cómodo recurso a una genérica equidistancia: cada cual tiene sus víctimas, qué le vamos a hacer. Y, no nos engañemos, en eso seguimos, la lepra moral no ha desaparecido, simplemente se ha hecho menos llamativa porque ya no se mata.
La semántica tiene cosas sorprendentes: desde hace años el modelo de memoria histórica que se ha impulsado desde el Gobierno vasco ha sido el de una 'historia terapéutica', un relato que persigue el objetivo concreto de la reconciliación, la integración, la paz social, más que una historia que cuente las cosas con la mayor fidelidad posible a como sucedieron. En esa historia terapéutica se perseguía tranquilizar a la sociedad en una cómoda visión del pueblo vasco como víctima perpetua de violencias de todo tipo, unas malintencionadas como las que vinieron de fuera, otras equivocadas como las que surgieron de dentro, pero siempre víctima inocente. Lo expone otro historiador, Luis Castells: era y es un relato blando y acomodaticio de la historia reciente del País Vasco que obvia proyectar una imagen crítica que suponga cualquier culpa de la población vasca. Muy al contrario, se la presenta como «resistente frente a ETA».
«Desde los noventa, probablemente ninguna sociedad en Europa o en el mundo se ha movilizado tanto contra la violencia como la vasca», escribía Jonan Fernández en 2006. Sic. Así hemos llegado a una situación en la que, como muestra el Euskobaróometro, la sociedad cree mayoritariamente que fue su movilización la que acabó con ETA, al tiempo que la mayoría no es capaz de concretar o recordar ningún acto de movilización en el que participara realmente. Así ha superado su particular 'síndrome de Vichy' y se ha absuelto de toda culpa.
Esa era la terapia. Y así sigue de enferma. Pero vive bien como pocas.
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