Urgente Un accidente en Ugao-Miraballes obliga a cortar la BI-625
josé ibarrola

La sangría del talento joven

¿Cuántos de los que se marchan lo hacen con auténtica conciencia de lo que dejan? Tenemos derecho a ser informados de las implicaciones de emigrar

Lunes, 28 de diciembre 2020, 01:45

La emigración de los jóvenes representa el mayor desequilibrio que está provocando la globalización. Esta continua transfusión de recursos técnicos y empresariales dificulta el relevo ... generacional en las localidades menores, poniendo en peligro el futuro de la abrumadora mayoría del territorio. Y si en el siglo XX nuestro reto colectivo fue la reducción de la pobreza, la principal 'pandemia socioeconómica' del XXI es la creciente desigualdad territorial. Buen ejemplo es Vitoria-Gasteiz, una urbe ejemplar, reconocida internacionalmente por su calidad de vida; pero cuyo éxito ha sido -en buena medida- a expensas de su territorio circundante, que ha quedado convertido en un desierto demográfico.

Publicidad

Además de un enorme problema económico, la emigración representa un drama familiar. Después de sacrificios ímprobos para ayudarles a convertirse en excelentes profesionales, los padres de muchos de ellos comprueban cómo ese 'éxito' del que están tan orgullosos también conduce a que la prole forme sus hogares lejos, eche raíces allí y solo puedan ver a sus hijos y nietos de cuando en cuando. Lo han hecho tan bien, que se han quedado sin ellos. Otros, que no han capacitado tanto a sus hijos, y que -por ello- estos se quedan, disfrutan del trato habitual con quienes han permanecido: conviviendo en familia, viendo crecer a los nietos y sintiéndose acompañados durante la vejez... Además, tienen las satisfacciones que aporta saber que la descendencia continúa el negocio familiar, habita la misma casa, releva en las tradiciones (asociaciones, aficiones…). Que la siguiente generación contribuye a la comunidad, como antes lo hicieron los antepasados comunes, dando continuidad a la cadena de la vida en su localidad.

Paradójicamente, esta silenciosa sangría humana es producto de las espectaculares mejoras que vienen experimentando las condiciones de vida del conjunto de la población. A través de la web todos podemos tener acceso a infinitas opciones de diversión, educación, comercio e interacción; en gran medida gratis. Una tendencia que incorpora la ventaja añadida de aproximar la oferta de ocio y trabajo de los habitantes de pueblos y ciudades. Pues como Internet llega a todas partes, todos tenemos acceso a teletrabajo, educación y diversión 'online'.

Además, la web y las redes sociales también aportan la posibilidad de encontrar pareja, estudiar, trabajar y residir en otro lugar. Por lo que también facilitan la emigración y la inmigración. Y si hasta hace unas décadas lo más habitual era encontrar trabajo y pareja en el ámbito local, ahora cada vez más gente forma sus hogares en lugares distantes. Por ello, la continua mejoría de las condiciones de vida de los pueblos no ha impedido un aumento de la migración hacia las grandes ciudades.

Publicidad

Entre las muchas causas de la marcha de jóvenes, destaco estas. En primer lugar, la necesidad de formarse técnicamente. También la creencia de que hay más calidad de vida en las localidades grandes que en las pequeñas. Finalmente, la extendida opinión de que tiene más estatus social residir en una ciudad que en un pueblo.

Comienzo comentando las dos últimas creencias, que suelen estar combinadas. Antiguamente, la imposibilidad de cursar estudios avanzados y de desempeñar profesiones de alto valor intelectual motivaba que los individuos más dinámicos emigrasen a las ciudades. Por eso se generalizó la opinión de que siempre se marchaban los más inteligentes. Pero ahora irse a la ciudad no implica más estatus, ni mayor calidad de vida. Muchos de los que emigran a Londres o Madrid lo que allí hacen es sufrir una auténtica explotación laboral en multinacionales muy glamurosas, pero con paga miserable, prácticas repetitivas y contratos temporales.

Publicidad

Y si el emigrante no está muy cualificado, lo que hace es fregar platos o hacer de mensajero; tampoco sus habitaciones compartidas son mejores que las casas de sus padres; ni sus fines de semana son más entretenidos o variados que los que tenían en sus pueblos. Y muchos de ellos ni siquiera son económicamente independientes, pues deben recibir ayudas familiares. Más sentido tiene quien se marcha para adquirir una formación o una experiencia que no se encuentra en la localidad de origen. Una vocación profesional, al igual que un amor, representan promesas de futuro; y, por ello, es natural que prevalezcan sobre el arraigo.

¿Cuántos de los que se marchan lo hacen con una auténtica conciencia de lo que dejan? Creo que se puede hacer mucho a este respecto. Pongamos en valor el estilo de vida local, los llamados 'oficios manuales', el teletrabajo, los personajes ilustres y los logros comunitarios. Además de la libertad de movimientos, también tenemos derecho a ser informados acerca de las implicaciones de emigrar. Los que conocemos las grandes capitales sabemos que generan espejismos; y que, más que aventura, procuran desventuras (que hay que afrontar sin el apoyo de quienes te quieren).

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad