Recuerdo sólido de Zygmund Bauman
Nadie como él anunció la demolición de los valores de la modernidad
El 9 de enero de 2017 falleció uno de los intelectuales más destacados de este siglo. Empleo de forma consciente 'este siglo', pues no fue ... hasta el año 2000 cuando se publicó, en Cambridge, su obra 'La modernidad líquida'. Nadie como Zygmund Bauman, en mi opinión, ha resultado tan certero, a la vez que demoledor, en su visión de lo que el nuevo orden mundial estaba creando. Nadie como él anunció los peligros de terminar con siglos de instituciones sólidas para dar paso a otro tipo de sociedad en la que la tecnología, el capitalismo sin humanidad, la inmediatez, la velocidad, la superficialidad, el hedonismo y una nueva forma de esclavitud no percibida (bajo la dependencia total de los nuevos paradigmas) se abrían paso.
Anunció que, entre nosotros, bajo el engaño de un progresismo epidérmico, se estaba produciendo una demolición de los valores de la modernidad, una «reasignación y redistribución de los poderes de disolución» que afectaban a todas las instituciones, desde la familia o la escuela hasta la justicia y, cómo no, la política. Y así fue como «las configuraciones, las constelaciones, las estructuras de dependencias e interacciones fueron arrojadas en el interior del crisol, para ser fundidas y después remodeladas. Los individuos tuvieron que enfrentarse a pautas y configuraciones que, aunque supuestamente nuevas y mejores, seguían siendo tan rígidas e inflexibles como antes».
Y ciertamente este ha sido el proceso. Los moldes que se rompieron, esos que servían de marco a nuestros padres, fueron reemplazados por otros y nos sentimos liberados de viejas celdas, agradecidos a los nuevos y jóvenes apóstoles de la posmodernidad que nos obligaron a situarnos, atrapados de por vida en los nichos confeccionados por el nuevo orden planetario. Podíamos ser libres y usar nuestra libertad para ubicarnos en uno de esos roles sociales, jamás en otro ajeno, para seguir jugando en el tablero de la producción, del disfrute, del consumismo y del placer propio.
Pocos investigadores sociales han resultado tan visionarios al describir el camino al que nos abocaba la modernidad líquida, el amor líquido, la cultura líquida, la fiesta líquida, el pensar líquido y, finalmente, no podía faltar, la política líquida, esa en la que también hemos visto aparecer a jóvenes líderes que se han mofado del legado de sus progenitores para anunciarnos una revolución y que en pocos años han desaparecido, entre decepciones y hastío, con la rapidez que marca nuestro presente.
Y es que nuestra actual política no participa de una cultura de aprendizaje y acumulación, sino de una especie de cultura del desapego, de la desafección y la desmemoria. Con unos actores que se mueven estupendamente en las redes sociales, pero que desconocen los discursos y consejos de los más grandes políticos de la historia y se ríen de los esfuerzos de concordia hechos por sus progenitores. Una nueva cultura política, una «cultura de la modernidad líquida que ya no tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir».
En palabras del autor, el amor era la supervivencia del yo a través de ese yo proyectado en nuestros semejantes. Bien, la posmodernidad líquida anula esa posibilidad de amar pues, en un impulso individualista radical, prescinde de los lazos de unión con los 'otros' (tan solo los permite en un mundo de relaciones virtuales, tan efímeras como oníricas) para fijarse solo en uno mismo y en su satisfacción. Un concepto onanista de la vida social, en el que estamos instalados en este tercer milenio y que, tristemente, categoriza como 'friki' o 'anticuado' a todo aquel que ose cuestionarlo. Y es cierto que nuestro tiempo presenta numerosos aspectos positivos, no caigamos en el catastrofismo, pero no es menos cierto que los peligros que señaló Bauman están presentes y afectan a la médula espinal de nuestro ser social: nuestra humanidad.
Sin ese componente humanista es muy improbable que nuestro sistema pueda resultar justo. Tomemos como ejemplo la economía, un planteamiento de la producción y distribución de la riqueza que hoy se nos ofrece. Realmente una «economía del exceso y los desechos», en la que el consumismo es el centro. Un capitalismo sin alma, en manos de «los mercados», esos cuyo mayor atributo es pasar, cada vez con menor espacio de tiempo, de una recesión a otra, con la característica a reseñar de que sabe muy bien repartir los costes de la recesión entre todos y los beneficios de la recuperación entre unos pocos, de forma desigual, generando esos desechos que Bauman denominó «los parias de la modernidad».
Dudo que hayamos mejorado en democracia o en libertad, disfrutamos de una vida cómoda pero los valores no son tales, sino «valores sucedáneo». Y ya saben que un sucedáneo, según el diccionario, es un producto que pretende sustituir al alimento.
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