Ciudadanos, libres e iguales
Sí a reformar la Constitución para introducir derechos básicos, como vivienda o sanidad, o caminar hacia un Estado federal. Pero solo por consenso
Escucho, con cierta frecuencia últimamente, que 'hay que acabar con el régimen del 78', al parecer, causa y origen de todos nuestros males. Bildu pretende ... así justificar a ETA y su violenta lucha contra la democracia y el autogobierno vasco. Otros, como Podemos, quieren restaurar la república y refundar nuestra democracia sobre la plurinacionalidad, aunque no nos dicen en qué modelo territorial se basaría ese polisémico término. La Constitución del 78 es, efectivamente, núcleo y símbolo de ese régimen, que no es tal, puesto que esa denominación, con pretensiones peyorativas, no debería aplicarse a nuestra democracia representativa y constitucional.
Estuvimos muy solos en aquella campaña del año 1978 para que Euskadi votara 'sí' a la Constitución .Socialistas, PCE y pocos más salimos a las calles para defenderla frente al 'no' abertzale y la abstención nacionalista. Sin caer en nostalgias del pasado, a las que la edad te proyecta inevitablemente, me gustaría destacar tres razones, de hoy, que avalan nuestra defensa de aquella Constitución, que es nuestro actual marco de convivencia democrática,la que nos hace ciudadanos, no súbditos, libres e iguales.
La primera es que fue y es de todos. Sin exclusiones. Se trata de una Constitución abierta -no militante, se dice también- que acepta todas las opciones políticas, sin límite alguno, garantizando así el pluralismo político pleno ,cuya raíz -conviene recordarlo hoy- es el reconocimiento del otro y la exigencia de respeto y diálogo con las opciones políticas ajenas .Que protege las libertades, todas las libertades, en todas sus manifestaciones y en toda su extensión. Que ordena los poderes, su separación y sus instituciones, de manera moderna y funcional y que garantiza la alternancia política ,como nuestra historia moderna acredita.
Las democracias están en crisis. También la nuestra .Las respuestas son múltiples pero hay una imprescindible: defender y fortalecer las instituciones democráticas y el Estado de Derecho. Si perdemos la fe en ellas o las desprestigiamos frívolamente, los caballos de Troya que atacan nuestra democracia la acabarán destruyendo. Por eso, defender la Constitución es defender nuestra democracia.Tan simple como cierto.
Un segundo factor es el reconocimiento de los indudables beneficios que la Constitución nos ha proporcionado. No hay, en la tumultuosa y fratricida historia española, un periodo tan largo -casi cincuenta años- con mayor nivel de libertad, paz y progreso que el que hemos disfrutado con ella.Incluso para quienes se abstuvieron o votaron en contra de aquel texto, puede decirse, sin temor a ofenderles, que la Constitución no ha representado un freno o un impedimento a sus aspiraciones y a sus proyectos .Es más, el nacionalismo vasco ha ejercido y ejerce su inmenso poder institucional en plena conformidad con el marco jurídico y político que configuran Constitución y Estatuto. Paradojas de la política, el PNV de hoy articula su 'nuevo estatus' para la reforma estatutaria sobre la base de la disposición adicional de los Derechos Históricos de nuestra Constitución.
De manera que ¿por qué destruir ese marco? ¿Qué otra alternativa puede asegurar nuestra pacífica convivencia? ¿Dónde y en qué encontraremos nuevos consensos, si nos ponemos a reconfigurar nuestro marco jurídico y político?
Así enlazo con la tercera razón. Todos los elementos claves de nuestra Constitución fueron consensuados sobre la base de mutuas renuncias. No hace falta enumerarlas, son bastante evidentes.Pues bien, en contra de lo que muchos piensan, esos consensos de hace 47 años siguen siendo necesarios e insustituibles. La monarquía parlamentaria, el credo democrático ,que integran el pluralismo político,las libertades y el Estado de Derecho, el Estado autonómico y en consecuencia el modelo cuasi federal de nuestra política territorial, el modelo social, es decir, el Estado del bienestar y la cohesión social, son piedras de bóveda que articulan la actual vertebración política y social de los españoles. Si pretendemos modificar o sustituir alguna de esas bases, el edificio se desmorona, la convivencia se fractura y la sociedad se divide en dos irremisiblemente.
Otra cosa es proponer reformas constitucionales que, sin duda, necesitamos. Por ejemplo, para hacer más fácil su propia reforma, en aspectos no básicos, mediante procedimientos que no requieran referéndum. O para constitucionalizar nuevos derechos básicos (vivienda o sanidad), o para cambiar el Senado y el reparto competencial hacia un Estado federal, o nuestra inserción jurídica y política en Europa, o tantos otros capítulos que los cambios producidos estas décadas reclaman.
Reformar la Constitución, sí, pero, una vez más, solo por consenso. Hacer una nueva pretendiendo imponer nuestro modelo a los otros, y destruir la actual, no, por favor.
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