Perros en vez de hijos
La Mirada ·
La falta de una sustitución biológica generacional tiene implicaciones económicas, políticas, sociales y culturalesCualquiera que observe nuestros parques o paseos puede comprobar hasta qué punto los canes han sustituido a los niños como acompañantes de las parejas (jóvenes ... y no tan jóvenes). Entre los factores que han influido en la reducción de la natalidad está la percepción de los hijos como carga económica, obstáculo profesional y sacrificio adicional para sus padres. En cambio, los perros suelen justificar su apelativo de 'los mejores amigos del hombre': ofrecen compañía a bajo coste, resultan incondicionalmente fieles, los de algunas razas aportan prestigio a sus dueños y puede prescindirse de ellos en cualquier momento (algo que aprovechan muchos amos, pues los abandonan).
Por esto esas mascotas se han convertido en un sustitutivo de los hijos; adquiriendo tal importancia entre los afectos de sus propietarios, que han dado lugar a nuevos negocios alrededor de su bienestar y exhibición: estilismos, ropa, accesorios, adiestradores, comidas 'a su medida', guarderías... Hasta algunos dueños les hacen beneficiarios de herencias; porque son como hijos.
La explicación del hundimiento de la natalidad humana excede a factores como la anticoncepción y el aborto. Ha habido un vuelco en los valores sociales. La familia ya no es el pilar de la sociedad; incluso, si esta es numerosa, a los padres les pueden tachar de carcas. Antes, una prole amplia prestigiaba socialmente, porque se entendía como una valiosa contribución a la comunidad; en tanto que la capacidad de inculcar valores familiares denotaba fortaleza de grupo. Ahora el protagonismo lo acaparan el individuo y sus intereses contingentes; lo colectivo, el bien común, quedan en segundo plano.
Como lo queda también lo 'trabajoso' y 'sacrificado'; si de alguien se dice que es una persona 'sacrificada', esto se asocia a ser 'poco práctica' (o tonta). Y pocas cosas resultan más sacrificadas que cuidar de niños y ancianos, cada día y cada noche, durante años.
La falta de una sustitución biológica generacional, además de sus evidentes implicaciones económicas y políticas, también tiene consecuencias culturales y sociales. Marca el fin de las identidades tradicionales, las minoritarias. Pues el 'ser' colectivo está formado por infinidad de historias familiares (intrahistorias en terminología de Unamuno). Las peñas, cofradías, sociedades recreativas, cuadrillas de cazadores… son colectivos de reclutamiento familiar, que se transmiten de padres a hijos. Lo mismo que los apellidos, los nombres anticuados (de los antepasados), muchos oficios artesanales, granjas, negocios de hostelería. Asuntos y actividades que han resistido más en el medio rural. Y que van desapareciendo con la despoblación de los pueblos más apartados.
Hasta hace unas décadas, desde la perspectiva de los procreadores, los vástagos representaban un acompañamiento y un soporte económico durante su vejez; pues se entendía socialmente que el 'favor' de traerlos al mundo, criarlos y ampararlos debía ser 'devuelto' posteriormente. Hoy, la asistencia económica y sanitaria del Estado ha sustituido a los descendientes; pues tampoco hay mucha seguridad de que estos vayan a ocuparse de los padres durante la vejez (motivo por el que la legislación civil vasca eliminó la obligatoriedad de dejar parte de la herencia a los hijos).
Que una familia no tuviese descendencia - y, por lo tanto, se extinguiese de la faz de la tierra- se interpretaba como un fracaso, pues desaparecía una estirpe que estuvo perpetuándose durante milenios. Con la desaparición de las familias extendidas y la convivencia de generaciones también desaparecen las historias familiares transmitidas por los abuelos, el conocimiento de 'sus lugares', lo que cuentan sus fotos y cartas… No hay más que ver la abundancia de legados familiares que salen a subasta, a precios irrisorios. Como los herederos no valoran los vestigios del entorno del que provienen, los venden o los tiran.
Por ello, diputaciones y ayuntamientos deberían ampliar sus servicios de conservación de cuadros, cartas, fotos, vídeos… de todo tipo de familias (no solo de celebridades). Representan un patrimonio colectivo. Con la desaparición de infinidad de linajes, la preservación de todo tipo de objetos etnográficos se ha convertido en una urgencia. Asimismo, debemos reflexionar acerca del bien colectivo y la familia en particular. No basta facilitar incentivos fiscales, conciliación familiar y adopción internacional, hay que repensar qué valores se están enseñando a los -cada vez más escasos- niños que van naciendo. Entristece la escasa trascendencia de la vida humana: nacer, crecer, disfrutar consumiendo, evitar lo desagradable y morir. ¿Y dejar algún legado humano? «¿Para qué -te pueden responder-, si no lo van a valorar y desaparecerá?».
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