jose ibarrola

«Maldito escolapio»

Es justo reconocer a los sacerdotes que formaron parte de lo mejor del recorrido vital o del crecimiento personal de niños y jóvenes

Jueves, 14 de abril 2022, 00:03

Hoy es Jueves Santo, el día en el que los cristianos conmemoran la Última Cena de Jesús y en cuya misa crismal tiene lugar la ... renovación de las promesas sacerdotales. En los últimos meses, ante la divulgación de numerosos abusos sexuales llevados a cabo en el pasado por parte del clero, los sacerdotes católicos constituyen un colectivo social bajo sospecha; a pesar de que la inmensa mayoría de ellos ni fueron los que cometieron estos delitos de pederastia ni participaron jamás en su encubrimiento.

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Es más que respetable que aquellos que sufrieron abusos en su infancia lo hagan público y señalen, además, quiénes fueron los responsables de ello. Al mismo tiempo, creo que es de justicia reconocer a aquellos sacerdotes que formaron parte de lo mejor del recorrido vital o del crecimiento personal de multitud de niños y jóvenes. A pesar de todos los errores que tuvieron lugar, el progreso educativo y cultural de Occidente no puede comprenderse sin los escolapios de José de Calasanz o los jesuitas de Ignacio de Loyola, entre otros muchos.

Pertenezco a la última generación de jóvenes vascos que, a través de la vida parroquial, el colegio o la universidad, mantuvo una relación estrecha con sacerdotes católicos durante largos años. Precisamente esta semana se cumplen los veinte años de la muerte de un sacerdote que dejó una huella indeleble en mí y en otros muchos: el escolapio Fernando Legarreta, más conocido como 'Lekun'.

No creo que hubiera, en mis tiempos mozos, un sacerdote tan popular en el País Vasco como él. De lunes a domingo, con más intensidad incluso los fines de semana y durante el tiempo de vacaciones, se dedicaba en cuerpo y alma a niños, jóvenes y familias, con una generosidad y un carisma desbordantes, extraordinaria empatía, singular creatividad, gran sabiduría y un dinamismo con un ritmo muy difícil de seguir. Y cada una de estas cualidades brillaban y se ponían en valor en todas las demás. Su compromiso y dedicación a nosotros iban infinitamente más allá de las obligaciones formales exigibles a cualquier educador de ayer y de hoy.

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Su funeral reunió tanto a sus antiguos alumnos más devotos como a aquellos otros que se convirtieron en ateos militantes, anticlericales o apóstatas. No obstante, ni los más radicales de estos últimos serían capaces de afirmar que la experiencia de Dios que forjó la personalidad y la vocación de 'Lekun' era una alucinación mental. A lo sumo se atreverán a decir, con el mayor respeto, que fue una vivencia que ellos no son capaces de comprender o alcanzar.

La primera vez que muchos de nosotros pasamos un fin de semana sin la tutela de nuestros padres fue en un caserío que, bajo su liderazgo, los escolapios adquirieron y habilitaron como lugar de recreo y retiro. En solo dos días, 'Lekun' era capaz de memorizar el nombre de treinta o cuarenta alumnos, en una época en la que el resto de profesores se dirigían a nosotros con el apellido y a veces nos trataban de usted. Nuestra primera velada, nuestra primera gran excursión al monte, nuestro primer campamento o la primera tienda de campaña que levantamos trascurrieron a su lado y gracias a él. A la luz de las velas escuchábamos ensimismados sus historias, cada una con su correspondiente moraleja. Todavía nos sirven de guía, aunque no podríamos reproducirlas como 'Leku'n lo hacía. Y aquellas conversaciones que mantuvimos a solas con él contribuyeron decisivamente a salir de los baches de nuestra adolescencia y marcaron el resto de nuestra vida. Antiguos compañeros de curso me han asegurado que, en la madurez, tomaron algunas decisiones contraculturales sobre la base de los valores que él representó y, evocando luego uno de sus relatos más sugerentes, han repetido: «Maldito escolapio, que hiciste de mí un hombre».

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Murió a los 60 años de edad. La última vez que lo vi fue en el hospital, con muchas ganas de recuperarse y seguir trabajando en convertir a niños en hombres. Todos los días de mi vida me he acordado de él. Llevo venerándolo entre los santos de Dios durante dos décadas. Me cuesta entender que no se haya incoado su proceso de beatificación. Es verdad que no hay que mitificar o idealizar a las personas, pero si un profesor aprecia a sus alumnos como a sus hijos, es lógico pensar que estos le puedan llegar a querer como a un padre.

¿Y después de 'Lekun', quién?, me pregunté el día de su muerte, con la triste convicción de que, como así ha sido, no volvería a conocer nunca a nadie como él. 'Lekun' no dejó relevo alguno de su altura. Hace algunos decenios, cuando trabajaban en ellos alrededor de veinte o treinta religiosos, casi todos los colegios católicos contaban con alguna personalidad semejante a 'Lekun'. Hoy es ya muy difícil reunir a la 'masa crítica' que sirva de caldo de cultivo para la germinación de gigantes como este padre escolapio. Con 'Lekun' murió una época. Aquella raza de sacerdotes católicos que forjaron hombres.

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