Los límites de la reconciliación trasatlántica
Biden necesita contener a China. ¿Coinciden la OTAN y la UE?
La visita del presidente de EE UU, Joe Biden, a Europa, sus instituciones y el encuentro con el mandatario ruso, Vladímir Putin, cierran una toma ... de contacto de la nueva diplomacia estadounidense ante los desafíos estratégicos del mundo. Ningún privilegio para el G-7 o la UE; Washington había iniciado su «revitalización» de los lazos tradicionales con el primer ministro japonés, Yoshihide Suga, y el presidente surcoreano, Moon Jae-in, recibidos previamente en la Casa Blanca. Si los reencuentros trasatlánticos parecen reconstituir una unidad de las democracias occidentales, de Asia o del Viejo Continente, superando el unilateralismo de Donald Trump, no queda tan claro que la operación diplomática norteamericana gire en torno a unos intereses comunes: Biden necesita contener la afirmación de China como potencia rival y desea hacerlo en bloque. ¿Coinciden la OTAN y la UE en este empeño? La estrategia de bloqueo a China desata divergencias.
Biden potencia un diálogo constructivo sobre el clima, el comercio y la fiscalidad internacional. La UE y EE UU acordaban ayudas públicas al sector aeronáutico clausurando un contencioso de 17 años entre Boeing y Airbus y se levantaban las sanciones comerciales de Trump. Nada de alharacas, se trata de una tregua y una retirada de aranceles por cinco años. Iniciativas de envergadura ante urgencias como la lucha contra el cambio climático o el acceso mundial a la vacuna contra la covid-19 quedan pendientes.
En las cumbres del G-7 y de la OTAN, fuera de cámara, también se dirimió cuál de los dos grandespaíses de la Unión dirigiría el relanzamiento de la cooperación entre Europa y EE UU. A juicio de los asistentes, el eje germano-estadounidense gana. Más que una compensación a la canciller por haber sido el chivo expiatorio de Trump es una inversión en la Alemania posMerkel. Angela Merkel será recibida en la Casa Blanca el 15 de julio desplazando al dúo ejecutivo de la UE (Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo). ¿Cree Biden en «la fuerza de la UE» como proclamaba en Carbis Bay?
En mayo se levantaban las sanciones estadounidenses contra las empresas implicadas en la construcción del gasoducto Nord Stream 2, futuro suministrador del gas ruso hasta Alemania. Símbolo de la condescendencia hacia los intereses germanos, impedir la finalización del gasoducto, prácticamente terminado, no tenía sentido. Merkel lo sabía; esperaba impasible. Biden cedió antes de iniciar su gira europea. No sin contrapartidas: próximamente pueden aumentar las inversiones estadounidenses en infraestructuras para la importación del gas licuado de EE UU en Alemania, Europa central y oriental.
En su voluntad de agrupar a los europeos frente a China, la Administración Biden no olvida la firma del acuerdo chino-europeo CAI (Comprehensive Agreement on Investments) tan pertinazmente promovida por Merkel durante su presidencia de la UE. El acuerdo sobrepasaba ampliamente las relaciones comerciales para consagrar una soberanía europea que, sirviéndose de las negociaciones comerciales, generaba un instrumento de política exterior hasta imponer sus normas medioambientales y sociales. El CAI mejoraba el acceso de las empresas europeas al mercado chino, pero la industria alemana lo necesitaba más que nadie. Por su parte, China sentía ya el peligro de una alianza trasatlántica contra ella y veía en el cierre del pacto con la UE un medio de protegerse frente a Washington.
Atrapado en una transición caótica, Biden sugería a los europeos «algunas consultas previas», un 22 de diciembre… Francia planteaba una línea roja: China debe ratificar las convenciones de la Organización del Trabajo (OIT) sobre el trabajo forzado. Países Bajos rechazaba tanta precipitación. Desde 2016, China es el primer socio comercial germano. Finos conocedores del peso económico alemán en la relación China-UE, la diplomacia de Biden dirige hacia Alemania toda su 'atención'. El CAI nunca ha sido ratificado por el Parlamento europeo: publicados sus anexos, destaparon una extraña concepción de la reciprocidad que empaña algo más la respetabilidad de Xi Jinping. Hong Kong, Xinjiang, los derechos humanos al margen.
Los europeos digieren los daños de la tormenta Trump, ahora conocen la fragilidad de la democracia estadounidense, se desenvuelven en la lucha contra el terrorismo, vigilan la Rusia de Putin e, inmersos en el control de la pandemia, han descubierto las molestias de las dependencias sanitaria, industrial o económica. Con la designación de Alemania como primer interlocutor de EE UU en la Europa posBrexit, la diplomacia de Biden no convence por igual a «los aliados preferentes». Trump y la pandemia han abierto una brecha en el atlantismo estadounidense. Los franceses lideran otros funcionamientos de la OTAN y la Unión sin dejarse arrastrar por los dos gigantes. Aportan su 2% a la carga común de la Alianza; el de Alemania, ahora, se olvida.
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