El miedo como estrategia de poder en tiempos de guerra
rente al liderazgo que exige sumisión, compromiso con la convivencia
Catedrático de Derecho Internacional Privado UPV/ EHU
Miércoles, 30 de julio 2025, 23:51
Vivimos tiempos de zozobra geopolítica, un proceso de transición que altera los equilibrios del mundo y deja sin efecto las normas internacionales de las que ... nos dotamos hace 80 años para garantizar cauces pacíficos para las controversias entre Estados. La guerra, la vulneración impune del Derecho Internacional y el inadmisible recurso a la fuerza brutal se imponen como mera continuación de la política por otros medios. Es tremendo comprobar que el cálculo de oportunidad política por parte de líderes estatales imposibilita poner fin a la guerra en Ucrania y a la barbarie perpetrada por el Gobierno de Netanyahu en Gaza.
¿Qué está sucediendo? En realidad, y ahí radica una de las claves, las reglas de los organismos internacionales (en particular la ONU) son definidas e interpretadas por potencias como EE UU en función de sus intereses, volcados en consolidar su posición estratégica. Prescinden de los derechos humanos, aplican obscenamente diferentes varas de medir y esos dirigentes autócratas tratan de dominar al colectivo que representamos la sociedad civil instaurando la sumisión acrítica y el gregarismo social ante el miedo a la guerra, que opera como un verdadero instrumento de dominación y control social.
El recordado Ulrich Beck señaló que la confusión social se convierte en una herramienta de gobierno a través del miedo y del control. Hoy, la noción de amenaza ya no es una excepción en el lenguaje de muchos dirigentes políticos, se convierte en un marco desde el que se desarrollan las dependencias humanas y geopolíticas. El miedo a la guerra persigue colocarnos en un estado de angustia permanente ante la incertidumbre por el porvenir. Tal temor nos desestabiliza y fomenta un conformismo que nos trasforma de ciudadanos en súbditos. Desde esta nueva categoría aceptamos acríticamente un modelo de liderazgo fuerte, de 'macho alfa' tras el que se esconde un modelo de gobernanza basado en el control permanente.
El miedo paraliza la disidencia y se convierte en un aliado fiel del poder. La manipulación del miedo colectivo generado a través del riesgo de un conflicto bélico se instaura mediante la exageración de una amenaza externa y de la construcción de un enemigo. Esos dirigentes saben bien que para la ciudadanía detrás de una guerra los demás problemas no existen, pues quedan retranqueados ante la angustia emocional derivada del temor a un conflicto bélico. También en democracia puede sobrevenir tal sentimiento, baste recordar el terror y la presión y agitación social generados por el terrorismo.
El sentido de la sumisión, propio de sociedades feudales que creíamos ya superadas, se desarrolla con gran intensidad. Frente a ello solo cabe reivindicar una verdadera rebelión cívica, necesitamos una sociedad civil activa y comprometida con los valores de convivencia y respeto.
Cuando hablamos del franquismo y asistimos a discursos legitimadores de tal régimen dictatorial cabría afirmar que este fue mucho más que la guerra; las palabras de Queipo de Llano no dejan lugar a dudas: «Hay que sembrar el terror, eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros». Entre 1939 y 1975 el franquismo fue un régimen implacable, que usó el terror y el miedo de forma planificada y sistemática para exterminar a sus oponentes ideológicos y atemorizar a toda la población. El resultado social de todo ello puede resumirse en el fascismo silencioso que encubre la expresión tan conocida en esa época: «No te signifiques».
Carl Schmitt ya definió de forma anticipada el modelo de política que ahora parece imponerse: se basa en la distinción entre amigos y enemigos. La construcción de un adversario común se utiliza para movilizar apoyos y para legitimar decisiones cuestionables. Todo vale contra el enemigo. Triunfa la fuerza negativa del maniqueísmo populista: los buenos y los malos, o estás conmigo o contra mí. Sucumbimos como sociedad a la tentación de la estigmatización, de la exclusión, de la búsqueda de chivos expiatorios.
El físico Sagan reflexionó sobre la fragilidad de la civilización humana y afirmó que nuestro futuro depende de que aprendamos a vivir juntos con sabiduría y humildad. Justo lo que más se echa de menos ahora en los dirigentes mundiales.
La democracia puede definirse como un sistema social y político en el que la confianza entre extraños es posible. Frente a esta concepción, asistimos a una inercia discursiva política anclada en el extremo opuesto: la desconfianza, el miedo al extraño,al inmigrante, a lo ajeno se ha convertido en el elemento central de la vida en sociedad. En este contexto los líderes autócratas parecen ejercer una suerte de seducción infalible, frente a la que solo cabe rebelarse pacífica y cívicamente.
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