Gregarismo social
Debemos intentar parar esta civilización de lo efímero y comenzar a reflexionar con calma sobre el camino que llevamos como sociedad
Catedrático de Derecho Internacional Privado. UPV/ EHU
Martes, 18 de julio 2023, 00:02
La efervescencia popular que se vivió en todo Euskadi con ocasión del comienzo del Tour y las tres etapas celebradas en nuestras carreteras deja un ... poso de reflexión que, más allá de la notoriedad mediática de nuestros paisajes y de su impacto en clave turística y de prestigio organizativo, invita a preguntarnos cuál es el motor que impulsa esta especie de entusiasmo público irrefrenable.
Todo lo vivido en esos tres días -y las semanas que precedieron al evento, con una dimensión informativo-mediática que desbordó todo lo conocido- conduce a pensar que solo es posible generar tal entusiasmo popular y un nivel de adhesión social tan multitudinario con espectáculos como el del Tour de Francia y lo que supuso su desarrollo por tierras vascas.
Puede que en una parte minoritaria de la ciudadanía vasca se haya instalado (y no se trata de ser aguafiestas, sino de analizar qué tendencia social se aprecia tras todo este movimiento) una cierta y comprensible sensación de inhibición consciente que le llevó primero a no participar en la euforia instalada y a su vez acentuó un cierto sentimiento de distancia, una especie de instinto innato que le lleva ahora a observar desde fuera todo ese ambiente desbordado de pasión y de euforia.
En realidad, ese fervor popular viene en buena parte ligado o unido a una gregaria y en buena parte complaciente visión de la vida en sociedad que se ha instalado entre nosotros. En efecto, una gran mayoría de la ciudadanía vivimos acomodados en una exacerbada promoción de lo superfluo y de lo frívolo, unido a un hipertrofiado culto al desarrollo personal, al bienestar y al hedonismo, todo ello en un contexto social caracterizado por un cierto desarraigo de todas las grandes estructuras colectivas.
Y a ello se añade la triunfal implantación de una exacerbada cultura de la queja, del egoísmo, del hedonismo consumista, de manera que solo parecen existir nuestros derechos, mientras que las obligaciones siempre recaen en otros. Y así nos va. Coexistimos, sí, pero realmente no convivimos, no actuamos como parte de una comunidad. Incapaces de alcanzar verdaderos consensos transformadores, vivimos como sociedad exaltando el paradigma del individualismo, tal y como hace ya años subrayó de forma tan atinada como brillante Gilles Lipovetsky en lo que calificó como «la era del vacío».
Coexistimos, sí, pero realmente no convivimos, no actuamos como parte de una comunidad, no logramos consensos transformadores
En cualquier esfera de nuestra sociedad -el mundo político, el educativo, el deporte o la cultura- el peso de lo mediático y la preeminencia de las imágenes sobre la reflexión serena enmascara otra realidad y nos transformamos en masa social acrítica que pocas veces encuentra la calma y el tiempo necesarios para pararse a pensar y formarse criterio sobre cuestiones troncales para nuestra convivencia.
Cabría preguntarse cómo podemos reclamar a nuestros jóvenes actitudes reflexivas si nosotros mismos nos dejamos arrastrar por la tendencia a demonizar o a ensalzar con rapidez, a colocar maniqueamente en el bando bueno o en el malo a los protagonistas de cada episodio que pasa por delante de nuestra pasiva actitud como espectadores.
Encerramos el tiempo en una lógica de cronocompetencia, de exacerbada urgencia: todo ha de llegar pronto, rápido, deprisa, la panacea de la 'demora cero'. Y así despertamos la pereza del pensamiento, así llegan los populismos, así se instalan y triunfan los discursos que 'suenen' bien, con independencia de su coherencia y de su lógica.
Debemos frenar, debemos intentar frenar esa especie de sobreexcitación de las lógicas del tiempo breve, debemos intentar parar esta civilización de lo efímero, de la aceleración generalizada y comenzar a reflexionar con calma sobre el camino que llevamos como sociedad. Grandes ejemplos como los citados al inicio de esta reflexión nos deben hacer pensar sobre lo que realmente merece la pena en esta vida. Hasta la política vive presa de esta tendencia y se ha transformado en espectáculo gracias al universo mediático, de forma que la lógica del mercado lleva a reemplazar la reflexión en beneficio de la emoción. Y así nos va.
Las dificultades nos deben unir y hemos de afrontarlas coordinadamente, debemos conquistar nuevos y más amplios consensos asumiendo que el mundo pasado no va a volver, nada va a ser igual a lo conocido. Ante un mundo ignoto como el que nos llega debemos intentar superar retos que para salir adelante necesitan una mezcla de audacia, de conocimiento y de impulso compartido en el plano político y social.
El narcisismo y ese culto al individualismo que impera en esta era postmoderna anclada en una lógica emotiva y hedonista debería dejar paso a la movilización solidaria en favor del otro, a sumar esfuerzos, a ser conscientes de nuestra debilidad como individuos aisladamente considerados. Nuestra fortaleza radica en sumar, en lo social.
Me permito aportar tres humildes consejos para tratar de superar ese intento de gregarismo social que se impone a modo de potente somnífero de nuestras conciencias (la individual y la colectiva): leer por encima de la actualidad, dar distancia y relativizar los enfoques que nos bombardean mediáticamente y, por último, ser capaces de mantener una coherencia en nuestras actitudes y nuestros criterios como ciudadanos.
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