Euskadi y Europa 2025: pesimismo constructivo
Es necesario repensar el modelo de la UE, que protege pero resta competitividad
Catedrático de Derecho Internacional Privado de la UPV-EHU
Lunes, 16 de diciembre 2024, 00:03
El cercano final de este año y la próxima llegada de 2025 (¡cubrimos ya el primer cuarto de siglo XXI!) representa siempre un tiempo de ... balance, por un lado, y de prospección hacia el futuro por otro. En el contexto global vemos cómo los diferentes modelos de intento de dominación geopolítica del mundo chocan entre sí e incluso la guerra emerge (y lo que es peor, comienza a naturalizarse) como acto político. El recurso a la barbarie muestra una involución en el edificio global de la convivencia. El multilateralismo vive momentos de zozobra, de desgobierno, de debilidad institucional.
¿Cómo debemos actuar desde Euskadi estando, como estamos, adscritos a un Estado de la UE y siendo por tanto miembros activos de una comunidad política transnacional? ¿Es posible gestar esa «autonomía estratégica» europea a la que todos los dirigentes políticos se refieren, pero sin indicar los pasos para alcanzarla?
El Informe Draghi plantea una batería de medidas ambiciosas en política económica, industrial, energética y fiscal. Define tres grandes desafíos que solo con una mayor integración será posible afrontar: superar la enorme distancia en innovación que Europa tiene respecto a Estados Unidos, compatibilizar descarbonización y competitividad y garantizar la seguridad económica de las inversiones.
Draghi cifra en 800.000 millones de euros anuales (el 5% del PIB europeo) las necesidades de inversión para afrontar esos retos; una suma que, extrapolada a Euskadi, supondría cerca de 5.000 millones, algo solo conseguible con una financiación fruto de colaboración público-privada y que se antoja muy, muy difícil de materializar. En realidad, el principal obstáculo es de naturaleza política: los gobiernos europeos parecen poco dispuestos a ceder más soberanía a la propia UE, algo imprescindible para crear de verdad un mercado único potente, integrado, y a su vez avanzar hacia un proyecto político europeo trasnacional cohesionado y con fortaleza.
La conclusión que cabe anticipar es que resulta imprescindible eliminar la regla de unanimidad vigente en el seno de Europa; es decir, que, por ejemplo, para las grandes decisiones políticas en materias como la inmigración, la política exterior, la dimensión de defensa, la industrial o la energética, entre otras, no sea preciso el visto bueno de los 27 Estados de la UE. Si no logramos sustituir ese derecho de veto individual («o todos o ninguno») por una regla de mayorías cualificadas, seguiremos perdiendo oportunidades de competitividad, de sostenibilidad y de futuro compartido.
¿Cómo hacer funcionar mejor el modelo europeo sin perder sus señas de identidad? Pensemos, como ejemplo, en cómo reacciona cada modelo geopolítico vigente en el mundo ante los retos que plantea la inteligencia artificial. En el ámbito del sudeste asiático (China es su máxima expresión) solo se conoce y se potencia su dimensión de dominación, de sometimiento: no hay derechos subjetivos, todos los datos personales y de otra índole convergen en un gran repositorio en manos del Gobierno para su explotación en beneficio del sistema. En EE UU, el paradigma ultraliberal, la traducción que triunfa es la económica: la inteligencia artificial es una materia prima a explotar al límite y sin límite para potenciar el liderazgo industrial y comercial; ése es el principal objetivo y el que prima sobre el resto de cuestiones o de derechos en juego.
¿Y en Europa? Debatimos, discutimos, proponemos jerarquías entre los derechos en presencia, regulamos…. Y optamos, con acierto sin duda, por proteger nuestros derechos como personas. Lo hacemos, sí, pero luego cada Estado, y de manera descoordinada, hace su propia guerra regulatoria. El resultado es un modelo que protege, pero nos resta competitividad. ¿Es posible repensarlo y hacer compatible esa labor tuitiva, de defensa de derechos, con la necesidad de no perder este tren del que tanto depende nuestro futuro?
Algo parecido sucede con el dilema energético europeo o con la ausencia de una verdadera política industrial europea. ¿Cómo atender a estos retos desde Euskadi? Trabajando de manera efectiva para gestar una gobernanza multinivel efectiva en la UE para arbitrar el adecuado encaje de las regiones y, particularmente, de aquellas con competencias legislativas y nacionalidades constitucionales; y, en segundo lugar, promover desde Euskadi una región atlántica europea próspera y comprometida con el desarrollo humano sostenible.
El nuevo tiempo político requiere promover la reflexión sobre los distintos factores que tienen incidencia en el ámbito ciudadano, económico y empresarial y tratar de fomentar una concienciación de país en torno a los proyectos económicos, tecnológicos e industriales que puedan tener una aportación positiva en el desarrollo y bienestar de la sociedad. Es el momento para consensos renovados, que son más necesarios que nunca.
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