Laura Liedo

El feminismo y los pechos abombados

El foco ·

El feminismo incumbe a los hombres no porque sean sus 'víctimas', sino porque su participación en la construcción de una sociedad más justa y equitativa es indispensable

Domingo, 7 de marzo 2021, 04:51

En 'España' (Lengua de Trapo, 2021), uno de los ensayos más lúcidos que he leído en los últimos tiempos, el filósofo Santiago Alba Rico reflexiona ... sobre eso que llamamos España y que acarrea una indefinición que, por sí misma, muestra la artificialidad del constructo «nación». Su ensayo es una reflexión filosófica, con un doble componente histórico y autobiográfico, sobre cómo se forjan los mitos y estereotipos, las inercias e imposiciones culturales, sobre cómo y cuándo se decide quién está dentro y quién fuera del proyecto nacional, sobre las violencias que se ejercen para conseguir la unidad de un país cuyo rasgo de identidad más fuerte es, precisamente, la falta de consenso sobre la unidad. Es un ensayo de una riqueza extraordinaria sobre el que podría escribir muchas páginas.

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Pero hoy, 7 de marzo, quiero centrarme en una de las líneas que recorre el libro: la crítica a la exaltación de la virilidad como herramienta generadora de patriotismo y como forma de violencia de la que es necesario desprenderse para repensar nuestras relaciones sociales y políticas y, por tanto, también personales. La vinculación de virilidad y patriotismo en la historia nacional es bien sabida, desde la transformación del apóstol Santiago en Santiago Matamoros y su elección como santo nacional hasta el discurso de exaltación viril y guerrera de la ultraderecha actual. En un esfuerzo por repensar España fuera de los tópicos y de recuperar figuras de las que se apropió la propaganda de la España míticamente unida e inmemorial, Alba Rico nos ofrece otro Miguel de Cervantes y, sobre todo, otro Benito Pérez Galdós. Y al mismo tiempo que repiensa estas figuras, desvistiéndolas de patriotismo viril, el filósofo intenta también quitarse las capas de machismo de su educación sentimental: «La única forma de ser bueno, decente, pacífico, inteligente, justo y empático era dejar de ser hombre».

¿Qué significa esto? Significa renegar de todo el sistema de pensamiento y educación intelectual y sentimental que él, nacido en 1960, recibió: una educación en la que se blandía «la españolidad, como bastón y como pene, contra los más débiles, los menos agresivos, los más 'femeninos'». «La masculinidad no tiene por qué ser viril», nos dice Alba Rico, y «la españolidad no tiene por qué ser católico-imperial, antidemocrática y pendenciera».

Sin ningún afán de polemizar o hacer un chiste, Alba Rico señala: «Si algo me asusta cuando pienso en el futuro de España es el pecho abombado de Santiago Abascal. Vuelven los pechos abombados. La historia se reproduce a través de la memoria ideológica e institucional; también de la memoria corporal». El autor invoca así la conocida fotografía de 1926 de Francisco Franco, puños en jarras, abrazado por Millán Astray, sacando pecho ambos, «una pose fascinante y turbadora, en la que lo inquietante, agresivo, profético, son los pechos abombados».

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Aunque no lo exprese de la misma manera, a Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional, también le perturban los «pechos abombados». En la introducción a su excelente ensayo 'La vida en común: Los hombres (que deberíamos ser) después del coronavirus' (Galaxia Gutenberg, 2021), señala el peligro del retorno al machismo más retrógrado, a un «tiempo en el que nadie cuestionó nuestro dominio». Es cierto que durante los últimos años -tal vez desde el multitudinario 8-M de 2016- ha habido una respuesta organizada y agresiva contra los avances en igualdad, contra la movilización feminista e incluso contra las leyes y políticas frente a la violencia de género. Un sector de la política española -léase la ultraderecha abierta o encubierta- defiende una vuelta al modelo más radicalmente patriarcal que «nos socializó como seres privilegiados, al tiempo que mantuvimos a las mujeres como seres a nuestra disposición permanente», señala Salazar. El autor invita a los hombres a revisar su masculinidad y ofrece las herramientas del feminismo para combatir tanto la masculinidad de «pechos abombados» -la expresión más exaltada de virilidad machista a la que se refiere Alba Rico- como la masculinidad normativa, es decir, aceptada como «normal» y que también se fundamenta en una educación sentimental, cultural e intelectual machista. El feminismo, señala Salazar y no puedo estar más de acuerdo, incumbe a los hombres no porque sean sus 'víctimas', como algunos reaccionarios quieren hacer ver, sino porque su participación en la construcción de una sociedad más justa y equitativa es indispensable.

Si Alba Rico proponía repensar la masculinidad desde una perspectiva histórica y filosófica, Octavio Salazar lo hace desde el presente más inmediato y desde las lecciones aprendidas durante el confinamiento, extendidas a toda la experiencia de la pandemia aún vigente. Esas lecciones, vistas desde una perspectiva feminista, exponen dos cuestiones: una, la profundidad con la que tenemos asumidos los roles de género patriarcales y el impacto que supuso el coronavirus en esta división social, política e íntima; dos, la «pandemia en la sombra», que es como se le ha venido a llamar al incremento de la violencia machista en los hogares durante el confinamiento.

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Son dos cuestiones relacionadas porque la segunda es imposible sin la primera. La primera dio visibilidad a los trabajos, muchos precarios, que mayoritariamente hacen las mujeres: servicios de limpieza en hospitales, enfermeras, cajeras de supermercado, cuidadoras profesionales y cuidadoras en los hogares. Puso también de manifiesto la gran diferencia en la educación de mujeres y hombres en cuanto a cómo ocupar el espacio público y el íntimo, visibilizó la brecha de género cuando el teletrabajo se convirtió en doble responsabilidad para la mayoría de las mujeres, que aún hoy siguen haciendo juegos malabares entre los cuidados y las obligaciones laborales. La segunda, la «pandemia en la sombra», se agudizó a niveles que todavía desconocemos y cuyas consecuencias están por ver.

Quienes se aferran al machismo como una forma de entender y conducirse en la vida añoran un mundo ordenado según una composición binaria de hombres viriles y mujeres subordinadas. Es difícil que ellos entiendan el proceso de «desvirilización» que proponen Octavio Salazar o Santiago Alba Rico, pero aquellos a quienes de vez en cuando les chirría la retórica viril, a quienes se estremecen ante la violencia de los pechos abombados, a quienes reconocen, aunque sea por lo bajinis, que la sociedad no es tan igualitaria como la pintan, acérquense a estos pensadores. No muerden, a pesar de ser feministas.

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