Cuando despertó, el dinosaurio catalán seguía allí. Y seguirá por mucho tiempo. La tensión y distensión de las relaciones entre Cataluña y el resto de ... España son una constante en la historia española. Aunque a muchos les gustaría despertar y que la votación del 1 de octubre, la aplicación del artículo 155 o la declaración unilateral de independencia no hubieran existido, la realidad es que siguen ahí, en el imaginario de gran parte de la ciudadanía catalana y española. Por mucho que ahora ambos gobiernos se encaminen hacia un proceso de diálogo, convendría tener claro que ninguna solución será definitiva. El dinosaurio no se irá.
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La ausencia de soluciones perfectas no implica que haya que asomarse al abismo de la declaración unilateral o la intervención autonómica cada año. Pero para evitar esos escenarios es necesario progresar en un camino de escucha y reconocimiento mutuo que ahora mismo pende de un hilo. La mesa de negociación entre la Moncloa y el Palau de la Generalitat despierta demasiadas incógnitas como para poder afirmar que hay una voluntad sincera de encauzar el conflicto político.
Si bien es cierto que el PSOE y ERC tienen alicientes para acudir a la mesa de negociación, habría que ver si encuentran algún incentivo para salir de esta con un acuerdo. Tanto la pulsión centralista que el PSOE puede resucitar a las puertas de unas elecciones generales con un PP al alza como la desconfianza independentista hacia el diálogo con el Estado ponen en duda la viabilidad de esta herramienta. Aún más cuando está clara su fecha de caducidad: depende de que Pedro Sánchez y Pere Aragonès aguanten políticamente. Si el PP llega a la Moncloa o Junts supera con firmeza a ERC, la baraja se rompe y el retroceso hacia escenarios de tensión es más que probable.
La aritmética del Congreso obliga a ambos partidos a entenderse. Esquerra necesita al PSOE para vender su posibilismo pragmático y Sánchez necesita a ERC para sacar adelante sus principales proyectos. Ahora bien, el instinto de supervivencia de ambas formaciones no puede llevarles a evitar el desgaste político que supone implicarse de manera sincera en la mesa. El diálogo entre los dos ejecutivos debe evitar caer en la comodidad de verborrear sobre los peajes, la nueva terminal del Prat -una inversión de 1.700 millones de euros suspendida tras el acuerto entre las dos administraciones- o las estaciones de Renfe y centrarse en proyectar el encaje territorial de Cataluña y abordar las causas judiciales abiertas.
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La negativa del PSOE a una reforma del delito de sedición que pudiera facilitar un retorno de Carles Puigdemont y los otros consellers asentados en Bélgica no es un buen presagio para el inicio de las negociaciones. Quien piense que con los indultos queda amortizado el problema judicial acierta en objetivos electorales, pero yerra en términos políticos: existen todavía numerosas causas abiertas que pueden dinamitar la relación en cualquier momento.
El nulo desgaste que han supuesto los indultos para el Gobierno debería servir para reafirmarse en su estrategia de tender puentes. Con una ciudadanía española agotada con la política catalana y unos catalanes más conmocionados por la marcha de Messi que por cualquier relato procesista, es el momento de dar pasos en firme hacia una salida democrática a la crisis. Incluso en términos electorales, al PSC le conviene alejarse de las maneras de Ciudadanos y relanzar un proyecto estatutario que pueda recoger a los votantes maragallistas fugados a Esquerra y a los convergentes autonomistas que resisten.
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ERC ha sido valiente en su autocrítica y en apostar por apartar escenarios de confrontación que no conducían a ningún sitio. Son conscientes de que la única forma de explicar a su idealizada comunidad internacional que han explorado todas las vías para conseguir un referéndum es dialogar con el Gobierno de España. Sin embargo, por mucho que el independentismo pueda ganar legitimidad en este proceso, parece difícil pensar que Esquerra vaya a rentabilizar el sentarse con un PSOE que nunca aceptará la autodeterminación. La situación se complica aún más cuando ERC necesita sostener a Sánchez en la Moncloa para mantener el diálogo y evitar la posible llegada al poder de la derecha.
La Diada de mañana se presenta como una de las más descafeinadas de los últimos años. Con un independentismo atrapado en sus divisiones internas y una masa social desmovilizada, es el momento de que el PSOE se implique de verdad. La posible ausencia de Sánchez de la mesa de diálogo y su intención de aplazar la reunión a octubre denotan los miedos socialistas por el rédito que pueda sacar la derecha. Sin embargo, es el momento de que el Gobierno retome una iniciativa perdida en muchos ámbitos y comience a abordar en serio el conflicto catalán, sin que los siempre urgentes problemas de agenda socialistas pospongan la cita. Porque, quieran o no, el dinosaurio no se irá.
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