Prepararnos para un clima incierto
Anticiparse reduce costes económicos y sociales y refuerza la resiliencia colectiva
Charles Kirby
Socio del área de Sostenibilidad en Consulting de EY
Martes, 21 de octubre 2025, 00:01
En los tiempos que corren, escribir sobre el cambio climático a menudo se interpreta como una toma de posición política, cuando debería ser un ejercicio ... objetivo basado en datos y en las previsiones de modelos científicos. La realidad es que este cambio ocurre desde hace décadas, con una aceleración creciente. Donde sí puede haber espacio para la opinión es en las medidas a adoptar -mitigación o adaptación-, en su ritmo y, sobre todo, en quién debe asumir los costes.
Para hablar del impacto del cambio climático es necesario entender el concepto de riesgo. Puede ser inmediato y visible -olas de calor, subida del nivel del mar- o latente. Cambios como el aumento de la temperatura de los mares elevan la probabilidad de eventos catastróficos. Las inundaciones de 1983 en Bilbao se consideraron un suceso con un retorno de 500 años, extremadamente raro. El cambio climático altera esas probabilidades y hace que lo extraordinario deje de serlo. Este riesgo latente se entiende con un ejemplo cotidiano: un nivel muy alto de colesterol aumenta la probabilidad de infarto, aunque no implique que ocurra mañana.
Euskadi se está calentando con más rapidez de lo esperado. Según el Informe del Estado del Clima en Euskadi 2025 de Ihobe, 2022 y 2023 fueron los años más cálidos desde que existen registros, con una temperatura media 1,3 grados por encima del periodo de referencia 1991-2020. En medio siglo los días cálidos y las noches tropicales se multiplicaron, mientras que las jornadas frías disminuyeron entre ocho y diez por década, transformando el clima cotidiano.
El calentamiento no solo se percibe en tierra firme. En el Golfo de Bizkaia la temperatura del mar subió un grado desde 1981 y el nivel del mar, 2,5 milímetros al año, lo que incrementa el riesgo de inundaciones y temporales costeros. La lluvia muestra más incertidumbre: el total anual no dibuja una tendencia definida, aunque sí se registraron episodios intensos, como en 2021 y 2023.
El número de incendios forestales disminuyó y la superficie afectada se mantiene variable, sin una tendencia al alza. Este comportamiento contrasta con los índices teóricos de riesgo, cada vez más altos por el ascenso de temperaturas, y se explica en parte por la gestión forestal y las políticas de prevención. Que aquí los incendios no se hayan intensificado no significa que estemos a salvo de sus efectos. El humo viaja largas distancias y deteriora la calidad del aire muy lejos del foco. Así ocurrió con los incendios extremos de Canadá en 2023: un estudio publicado en Nature en 2025 estimó que la contaminación provocó miles de muertes prematuras en el propio país y en EE UU. Y este año, en España, los incendios ya han arrasado más de 400.000 hectáreas, con posibles consecuencias sanitarias aún por cuantificar. Según Copernicus, en veranos como 2017, 2022 y 2023 los episodios más extremos de contaminación por PM₂.₅ en el sur de Europa se debieron en gran parte a incendios en la Península Ibérica, Grecia o el norte de África. La calidad del aire es un riesgo compartido.
Las olas de calor también dejan huella en la salud de nuestra población. El sistema MoMo, que monitoriza la mortalidad diaria, identifica en cada episodio un número significativo de muertes asociadas al calor extremo; solo en el pasado verano el análisis del Instituto de Salud Carlos III le atribuye 127 fallecimientos, un recordatorio de la especial vulnerabilidad de mayores y enfermos crónicos.
Estos impactos no se limitan al ámbito ambiental o sanitario, tienen una dimensión económica directa. Para muchas cadenas de valor resulta crucial anticipar riesgos crónicos -el aumento sostenido de temperaturas o la disponibilidad de agua- y riesgos agudos derivados de fenómenos extremos. El sector financiero y asegurador invierte cada vez más en modelos que permitan anticipar riesgos y reducir vulnerabilidad. Esa misma capacidad se está volviendo indispensable para las empresas, que necesitan integrar la variable climática en su estrategia si quieren asegurar resiliencia.
La adaptación al cambio climático no consiste es resignarse, sino en prepararse mejor. Supone reconocer los riesgos que tenemos delante y actuar para reducir sus efectos y proteger lo que valoramos. Euskadi cuenta con una base sólida: conocimiento científico de primer nivel, capacidades tecnológicas punteras y una tradición de planificación urbana y territorial que son activos decisivos para liderar la adaptación. Convertirse en un referente es posible, y puede traducirse en innovación, empleo y competitividad.
Cada euro invertido hoy en adaptación evita muchos más daños en el futuro. Apostar por anticiparse no solo reduce costes económicos y sociales, sino que refuerza nuestra resiliencia colectiva frente a un clima que ya está cambiando.
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