Susto o muerte
Se ha puesto de moda en el lenguaje político una expresión que remite al viejo chascarrillo en el que a uno le hacían elegir entre ... susto o muerte. El incauto destinatario de la broma siempre escogía susto y se ganaba, en el mejor de los casos, un berrido estridente en la oreja, a lo que el chistoso de turno replicaba: «Haber escogido muerte». Lo mismo le vale la frasecita a Ciudadanos para jactarse de no decantarse entre Ernest Maragall y Ada Colau que a José Luis Ábalos para lanzar una pulla a Pablo Iglesias por forzar una disyuntiva entre gobierno de coalición o nuevas elecciones. Pues bien, el dilema presupuestario del Ejecutivo de Iñigo Urkullu empieza a ser de 'susto o muerte', de decidir entre dos caminos que, a día de hoy, se antojan problemáticos.
Solo en esa clave se entiende que el Gobierno vasco admita ya la posibilidad de una segunda prórroga consecutiva de los Presupuestos (los de 2018), con el manido argumento de que no sería ningún drama. Es un 'tic' verbal recurrente con el que los jeltzales ya prepararon el terreno en 2013 a su previsible fracaso negociador, que obligó a Urkullu, en un amargo arranque de su primer mandato, a retirar el primer proyecto presupuestario que presentaba su Gobierno. Aquello sí adquirió tintes dramáticos: no en vano, el lehendakari acabaría admitiendo años más tarde que se le pasó por la cabeza disolver el Parlamento. El acuerdo de estabilidad con el PSE y el posterior pacto de coalición mejoraron las cosas, pero la moción de censura de Sánchez alejó irremediablemente al PP, que se había convertido en socio necesario. De nuevo, Urkullu abrió el anterior curso político en Miramar con el mismo soniquete del 'no drama'. Esta vez no lo ha sido tanto porque las arcas están mucho más saneadas que en 2013 y porque los éxitos electorales del PNV (y del PSE) en abril y mayo han ejercido de bálsamo de fierabrás. No obstante, una prórroga el próximo otoño sí se adentraría en el terreno del 'noir'. Quizás no en el aspecto técnico: los ingresos están boyantes y así van a seguir y con los gastos siempre se puede jugar. El verdadero drama sería político. Dos prórrogas consecutivas es más de lo que cualquier Gobierno puede soportar sin ser tachado de manifiestamente incapaz. Solo Ibarretxe las ha encadenado: la segunda, difícil de emular, con unas Cuentas aprobadas a trozos. Las posteriores las salvaría gracias a tardanzas y despistes de la oposición.
Nada puede horrorizar más a Iñigo Urkullu, su antítesis, que proyectar una imagen de improvisación o inestabilidad. Por eso se resiste a acortar la legislatura, alerta ante el cansancio que una tercera cita electoral en apenas unos meses provocaría en la ciudadanía. De ahí que insista en que no solo presentará los Presupuestos de acuerdo al calendario establecido, sino que los negociará hasta el último momento, el del debate de las enmiendas de totalidad a principios de diciembre. De ese modo, haya o no adelanto, las autonómicas serán sí o sí en 2020. Pero aquí es donde, conjurado el 'susto', viene la 'muerte'. Porque el único socio posible, el PP, herido en su orgullo tras verse despojado por el PNV de Laguardia y Labastida, quizás no sea el socio cómodo y necesitado que se presume. De momento, pide una reforma fiscal. Ya saben, el mantra del centroderecha son las bajadas de impuestos. El PSE ya tragó una vez, en 2017, con una rebaja del tipo de Sociedades. Ahora, coqueteando con la marginalidad política, los populares buscan caza mayor: el IRPF. El Gobierno dice que «no toca» revisar el pacto fiscal hasta 2020. Así está firmado, efectivamente. Y evidentemente, el PSE no se inmolará por segunda vez con medidas que contradigan su programa en puertas de unas autonómicas. Alonso apretará hasta el final. Alguno quizás se acuerde del chascarrillo: «Haber elegido muerte».
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