El sacerdote católico que descubrió el 'Big Bang'
Borja Vivanco Díaz | Doctor por las universidades de Deusto y del País Vasco ·
El 17 de julio de 1894, ahora hace 125 años, nació el belga George Lemaître, a quien se atribuye haber formulado la Teoría del Big ... Bang. En 1927, sobre la base de la Teoría de la Relatividad General y de las ecuaciones de Albert Einstein, y tomando la senda abierta por otros investigadores, Lemaître defendió que el universo ha estado siempre en proceso de expansión y tuvo su origen, a su vez, en la explosión de un átomo primigenio. En un inicio, Einstein mostró su desacuerdo con las conclusiones de Lemaître, ya que el físico alemán -al igual que la mayoría de los astrofísicos de aquel momento- pensaba que el universo permanecía estático.
Aunque Einstein confesó que las deducciones matemáticas de Lemaître eran inapelables, advertía, en cambio, que su física era «abominable». Pero Einstein, al igual que otros muchos científicos, se mostró desconfiado respecto a los primeros trabajos de investigación de Lemaître, en parte también porque el belga era sacerdote católico y la Teoría del Big Bang podía mantener analogías con los primeros versículos del libro del Génesis. De hecho, Big Bang era un término que, de modo más bien peyorativo, acuñó un astrónomo inglés a fin de desacreditar la propuesta de Lemaître.
En las primeras décadas del siglo XX, la mayor parte de los científicos se mostraban alejados de convicciones religiosas teístas. No pocos, además, compartían que la religión era un lastre para la investigación y la interpretación científicas. Por este motivo la presencia de Lemaître, vestido con alzacuello o sotana en reuniones científicas del más alto nivel, desubicaba enseguida a muchos de los asistentes. En líneas generales, los primeros conflictos entre la Iglesia Católica y la ciencia se remontaban al siglo XVII, en los tiempos de Galileo Galilei, crecieron durante la era de la Ilustración y se agudizaron sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX coincidiendo con la exposición, por parte de Charles Darwin, de su pensamiento evolucionista. A pesar de ello, entre los principales científicos se contaron siempre un porcentaje muy importante de cristianos que, con mayor o menor aceptación por parte de las autoridades eclesiásticas, aportaron grandes descubrimientos a la Humanidad, también en el campo de la astrofísica.
Exponente de esto son el clérigo polaco Nicolás Copérnico o el mismo Galileo Galilei que fue siempre un católico ferviente y de quien, después de su condena, jóvenes escolapios se «convirtieron» en sus «ojos de astrónomo» al quedarse casi ciego. Por otro lado, los jesuitas inauguraron docenas de instalaciones astronómicas en sus misiones para contemplar el firmamento desde todas las latitudes y, durante los siglos XVII y XVIII, llegaron a dirigir nada menos que el prestigioso Observatorio Imperial de Beijing. Además, a muchos sorprenderá saber que el observatorio astronómico en funcionamiento más antiguo del mundo está erigido en El Vaticano.
En realidad, pocos años transcurrieron desde las publicaciones de Lemaître hasta que Einstein y el conjunto de la comunidad científica aceptaron las tesis del Big Bang. En un seminario celebrado en Estados Unidos, Einstein proclamó de modo solemne -tras escuchar las explicaciones de Lemaître- que «esta es la explicación más bella y satisfactoria de la Creación que alguna vez he escuchado». Einstein llegó a estimar sinceramente a Lemaître más allá de su labor científica.
Lemaître no se adentró en descubrir una simbiosis entre ciencia y teología; como por ejemplo su contemporáneo, el jesuita y prestigioso paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin, sí hizo. Así pues, fue reacio a que la teoría del Big Bang se convirtiera en un argumento para respaldar unas u otras convicciones religiosas. «Nunca se podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica», sentenciaba. Ciertamente, durante casi un siglo, la teoría del Big Bang ha sido empleada tanto por creyentes como por no creyentes (en el caso del científico ateo Stephen Hawkins, por ejemplo) para defender sus respectivas posiciones en el debate sobre la existencia de Dios. Lemaître tampoco destacó, como Teilhard de Chardin y otros científicos teístas o incluso deístas, por introducirse en el terreno del misticismo científico. Quizá, precisamente por su «purismo científico», su figura es hoy tan desconocida y los 125 años de su nacimiento hayan pasado casi inadvertidos, incluso para las universidades e instituciones científicas de carácter confesional.
El Papa Pío XII designó a Lemaître presidente de la Pontificia Academia de las Ciencias. No recibió el premio Nobel de Física, a pesar de que reunió sobradamente los méritos para ello. Tal vez pudo vetarle su condición de sacerdote católico. Antes de su nacimiento hubo científicos que fueron víctimas de la persecución de la Iglesia Católica, ya que algunos de sus descubrimientos cuestionaron la cosmología vigente entonces. Mientras tanto Lemaître, en el siglo XX, sufrió en sus carnes la desconfianza hacia sus publicaciones científicas por haber sido elaboradas por un sacerdote católico.
En la actualidad, ciertamente no abundan científicos creyentes en la brecha de la astrofísica o de otras disciplinas. Por este motivo es misión de la Iglesia Católica el redoblar esfuerzos para cultivar, a la vez, vocaciones cristianas y científicas que doten de nuevos liderazgos en el diálogo entre fe y conocimiento. No faltan universidades e infraestructuras científicas, bajo la tutela de la misma Iglesia Católica, que puedan contribuir eficazmente a ello. Y sobre todo tampoco se carece de modelos inspirativos, como monseñor Lemaître, a quienes seguir sus huellas.
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