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La súbita desaparición de 15 gigavatios nos sitúa ante un misterio digno de las mejores aventuras de Indiana Jones. ¿Quién se los ha llevado? Quizá ... ahora mismo, en Laos o en Tailandia, se encuentra una persona resplandeciente, una luciérnaga humana, contando gigavatios en un tugurio como quien cuenta billetes de dólar en el saloon. Eso sería preocupante, pero muy bonito de ver, mucho más que las orgías cutres de Roldán o el bronceado contraintuitivo de Zaplana. Sería –de confirmarse la hipótesis del robo– nuestra entrada definitiva en el siglo XXI.
Cuando escuché al presidente Sánchez decirnos que en cinco segundos habían desaparecido quince gigavatios, sentí que de pronto se venían abajo los cimientos de la física. ¿Es que uno no se puede fiar ya ni del primer principio de la termodinámica? En ese preciso momento, oí que el crío estaba repitiendo en su cuarto que la energía ni se crea ni se destruye y yo, ofuscado, entré en la habitación sin siquiera llamar a la puerta, en aplicación de la ley mordaza que rige en mi casa, y le paré los pies a gritos. «¡Alto ahí! –le dije–. Eso puede ser perfectamente un bulo. No sigas estudiándolo hasta que lo sepamos por fuentes oficiales».
¿Dónde están esos quince gigavatios? ¿Ha mirado alguien en la lavadora? Yo pierdo cada semana dos bolígrafos y he encontrado calzoncillos de mi hijo en los sitios más inverosímiles. Ya se sabe que los calcetines tienen vida propia y puede que los gigavatios también. Imagínate que llega esta noche la señora Corredor a casa, mira por casualidad en el cesto de la ropa sucia y exclama: «¡Coño! ¡Los quince gigavatios!». Eso nos daría, por fin, una explicación satisfactoria.
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