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Peor para ellos

Peor para ellos

Hay que estar un poco aburrido y distraído para captar el verdadero misterio de la vida

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Sábado, 14 de julio 2018, 01:24

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Bueno, lo primero de todo: cuidado con el verano. El verano ya está aquí y suena bien, pero puede ser peligroso. Yo tengo la teoría de que en verano somos más nosotros mismos. Quizá por el calor. O quizá por puro aburrimiento. Por lo que sea. El caso es que en verano nos desinhibimos: bajamos la guardia. Y eso puede llegar a ser un problema porque, casi sin darnos cuenta, nos mostramos tal como somos, en todos los sentidos. O sea, se nos ve más: ésa es la cuestión. Se nos ve más: no solo el cuerpo, sino también el alma. Por eso, año tras año y de manera creciente y en cierto modo abrumadora, se produce una curiosa avalancha de divorcios a la vuelta de las vacaciones. En fin, era sólo un aviso. De todas formas, a mí el aburrimiento me gusta, no estoy bromeando. El aburrimiento me parece pedagógico y creo que habría que despojarlo de su matiz peyorativo. Creo que hay que aburrirse. Creo que el aburrimiento es bueno para el desarrollo de la subjetividad y la conciencia moral. Y creo que debería estimularse como un elemento positivo del programa escolar: lo que en términos educativos podría denominarse 'la gestión de la ociosidad'.

El aburrimiento favorece el pensamiento creativo, lo digo absolutamente en serio. Por eso estoy convencido de que es un error esforzarse demasiado en evitar que los niños se aburran. Un niño aburrido se encuentra solo ante sí mismo: ahí tiene que pasar algo: esa tiene que ser una zona de hallazgos. Constantemente estamos preocupados por llenar el tiempo como si fuera un embutido. Incluso en vacaciones que, como su propio nombre indica, es el tiempo vacío por definición. Parece que hubiera que programarlo todo al milímetro. Un error moderno. Para los clásicos el ocio tenía prestigio: todo lo realmente elevado y noble era fruto del ocio: la filosofía, el arte, el conocimiento, la amistad... Otra manera de ver las cosas y de desenvolverse en el tiempo, desde luego. La palabra negocio, de hecho, significa negación del ocio (es un concepto negativo en sí mismo) y dedicar mucho tiempo a ello denotaba ruindad y falta de talento. Pero, a lo que iba: el invierno ha sido duro. A mí, por lo menos, me ha caído mucha agua encima. Y quiero vengarme. Respirar despacio. Estar sin hacer nada. Detesto las vacaciones organizadas al minuto, con la lengua fuera, sin margen para el hallazgo. De hecho, tengo otra teoría. La teoría de que basta con decidir no hacer nada y sentarse ahí, en la tasca del limonero, por ejemplo, bajo el toldo rojo, a media mañana, para que empiecen a ocurrir las cosas delante de tus ojos. Después de todo, hay que estar un poco distraído para captar el verdadero misterio de la vida. Un poco aburrido y otro poco distraído, aunque, por supuesto, sin renunciar a la curiosidad. Los demasiado atareados se lo pierden. Peor para ellos.

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