La ocupación terrestre de Gaza comenzó ayer con el ministro israelí de Defensa saliendo del Deuteronomio para anunciar por Twitter la llegada del fuego y ... el puño de hierro. Como si lo que hasta ahora ha reducido a escombros la franja de Gaza fuesen categorías inferiores de la destrucción. Netanyahu, en cambio, confirmó el comienzo de una operación militar que durará meses de un modo originalísimo: frente al tribunal que lo juzga desde hace una eternidad por tres casos de corrupción. Lo hizo pidiendo permiso para ausentarse una vez más. ¿La razón? Tiene una guerra en marcha y unos rehenes que rescatar. La escena es ridícula y trágica al mismo tiempo. Resume las urgencias de un líder necesitado de legitimidad y tiempo que coge aire en la excepcionalidad de la guerra.
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Frente al titubeante rechazo internacional, Netanyahu habla ya de Israel como de una 'súper Esparta' asediada en la que el bien que por supuesto él mismo establecerá deberá estar por encima de la ley. Por lo pronto, su Gobierno está por encima de las encuestas. Dos tercios de la sociedad israelí apoya un acuerdo que posibilite la liberación de los rehenes e incluya la retirada total de Gaza. Está por ver que quede alguien vivo cuando eso suceda, incluidos unos rehenes que redoblan ahora su cruel condición de escudos humanos en manos de Hamás. Ayer, en el enésimo desplazamiento forzado de población civil, decenas de miles de palestinos abandonaron sus casas en Gaza en busca de un lugar seguro que para ellos es inexistente.
Mientras tanto, España iluminaba al mundo, y salvaba el honor de Europa, debatiendo si lo de la Vuelta en Madrid fue kale borroka y comprobando que lo del embargo de armas a Israel que el presidente anunció hace diez días sigue sin estar listo. Porque es complicado. Anunciarlo no lo fue tanto. Si las complicaciones no están resueltas la semana próxima, Sumar amenaza con que el Consejo de Ministros se celebre sin sus ministros. La ausencia ejemplar remite sin duda a la de España en Eurovisión, que estaba cantada y se confirmó ayer. Si participa Israel, Televisión Española ni siquiera retransmitirá el festival. La mala noticia es que el Benidorm Fest se mantiene, al no depender su celebración, según parece, del lado correcto de la historia.
Cataluña
Pasar a la historia
Pere Aragonès renuncia a su sueldo de expresidente de la Generalitat y se va a la empresa privada. Concretamente, a la empresa privada de su familia, que tiene hoteles desde los años sesenta. Aragonès se despide didáctico, explicando que de la política hay que querer salir. También hay que querer entrar y con veintiún años él ya estaba en la Ejecutiva de Esquerra y lanzando al parecer la campaña inaugural del 'España nos roba'. A todos menos al abuelo Josep, imagino, que montó el hotel más grande de España en pleno franquismo. ¿A quién no le ha pasado? Lo significativo es que con el último president independentista deja la política otro de los rostros principales del 'procés'. El tránsito tiene subtexto: iban a pasar a la historia y están pasando al anonimato. Desaparecidos de la actualidad Marta Rovira, los Jordis, Raül Romeva, Anna Gabriel o Joaquim Torra, cada vez es más llamativo que solo permanezcan inamovibles Puigdemont y Junqueras, los principales protagonistas de aquellos años, y algún satélite pintoresco como Gabriel Rufián. A medida que los demás se desvanecen, a ellos se les redobla la extravagancia plúmbea, el aire extinto, cierta gravedad extemporánea como de moáis de la Isla de Pascua.
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