La lección del lehendakari Agirre
Un manuscrito recién descubierto de 1941 y fechado en Berlín, donde preparaba su salida a América, reflejan su compromiso con la libertad y con su pueblo cuando nada invitaba a la esperanza
El análisis y la catalogación de los documentos que la familia Inchausti ha donado recientemente al Archivo Histórico de Euskadi han permitido el descubrimiento de ... una carta manuscrita que el lehendakari José Antonio Agirre remitió a su amigo Manuel de Inchausti en febrero de 1941 desde Berlín, donde en su huida de las tropas alemanas que asolaban Europa preparaba su salida a América.
La casualidad ha querido que la aparición de este documento haya coincidido con el homenaje que, en el marco del partido entre las selecciones de Euskadi y Panamá, el Gobierno vasco -en cuyo nombre he tenido el honor de acudir- ha dedicado a la familia de Germán Guardia Jaén, cónsul de la república centroamericana en Amberes en el momento de la ocupación alemana.
Fue este diplomático, según el primer lehendakari relata, quien por su bonhomía y por el aprecio que sentía por el pueblo vasco propuso a Agirre una identidad suplantada y le facilitó un falso pasaporte panameño, con el nombre de José Andrés Álvarez Lastra. Gracias a esta identidad, nuestro lehendakari abandonó el territorio de Bélgica, recién ocupada, y se guareció en Berlín, desde donde puso rumbo a Estados Unidos.
El manuscrito, de cuya existencia había constancia, pero cuyo contenido íntegro era desconocido, resulta de un extraordinario interés. El lehendakari expresa la angustia de un hombre desaparecido, oculto en el corazón de la Gran Alemania de Hitler («¿dónde más seguro?», indicaba); empeñado en salvar su vida y evitar la desgracia que padeció su amigo, el president Companys; pendiente de la situación de los miembros de su Gobierno y su Partido; y profundamente comprometido con la causa de la libertad y el futuro de su Pueblo.
En la misiva que, haciendo uso de la valija diplomática dominicana, Agirre envía desde Berlín a su amigo Inchausti a Nueva York, ensalza la figura de Guardián Jaén, «su amigo más leal», y lo presenta así: «Este Sr. ha sido agregado a la Legación de Panamá en Berlín y Cónsul General en Hamburgo durante varios años. Es germanófilo y franquista, o mejor dicho anti-rojo, pero gran amigo y admirador de los vascos, y sobre todo un caballero».
Además de la inestimable ayuda del cónsul panameño, Agirre destaca también la que recibió del cónsul dominicano y apela constantemente a la embajada estadounidense. La complicidad de estos diplomáticos nos revela el enorme prestigio que él y su Gobierno habían adquirido en cancillerías de todo el mundo. Este prestigio debía mucho a la intensa labor diplomática que Agirre y sus hombres habían desplegado en favor de la democracia y la libertad, y nos recuerda la importancia que para Euskadi tuvo esa proyección internacional. Es un ejemplo que quienes tenemos responsabilidades institucionales hoy en Euskadi no deberíamos olvidar y que subyace en la actividad de proyección internacional que desarrollamos en todos los ámbitos en los que es posible, desde la diplomacia al deporte, pasando por la industria, la cultura o el turismo. Hoy, como ayer, es importante sembrar para después poder cosechar.
La parte más política del manuscrito es aquella en la que Agirre reflexiona sobre los trágicos momentos que Europa padecía, sometida a la agresión alemana y al desorden, pánico, cobardía y podredumbre espiritual que, en palabras del lehendakari, todos los estados europeos, con la excepción de Inglaterra, mostraban.
Me parece oportuno, en este punto, hacer una referencia a las recientes elecciones al Parlamento europeo. Hoy nos encontramos ante el cuestionamiento permanente que algunos movimientos populistas y extremistas hacen de la joven Europa que desde mediados del siglo pasado estamos edificando. Flaco servicio nos haremos a nosotros mismos y, sobre todo, a quienes tanto sufrieron antes que nosotros, si olvidamos que, a pesar de todas sus imperfecciones, el proceso de construcción de la Unión nos ha permitido compartir un proyecto común de democracia y libertad, y disfrutar del mayor período de paz y bienestar que Europa ha conocido.
Pero vuelvo a la carta de Agirre y a sus párrafos más emotivos. Agirre era el lehendakari de un Gobierno de concentración en el que participaban todos los partidos que habían respetado la legitimidad democrática. Euskadi era un país destruido, con miles de personas desaparecidas y presas, y con una población desesperanzada y sometida. España era un Estado gobernado por un régimen dictatorial que confió su supervivencia al totalitarismo y al terror. Y Europa, un extenso territorio devastado por la guerra y alarmado por la amenaza del nacionalsocialismo.
Nada invitaba a la esperanza. Sin embargo, Agirre sorprende y emociona por su fe, su optimismo y su fidelidad a unos principios: «Las ideas fundamentales -dice- son la generosidad y el perdón para que acabe una época de odios y rencores, la unión de los vascos entre sí con firmeza y resolución como hasta ahora, el cultivo intenso de nuestro idioma y de cuantas características nacionales nos distinguen, y la participación en espacios peninsulares amplios siempre que nuestra libertad sea garantizada».
Ochenta años después de aquella carta, el pueblo vasco apuesta por fortalecer su unión y su convivencia en democracia y libertad. Euskadi trabaja para mostrarse al mundo como un país moderno y atractivo, competitivo y solidario, consciente de los nuevos problemas que amenazan su futuro y dispuesto a hacerles frente. El viaje que hemos hecho a Panamá nos ha servido para recordar nuestra deuda con aquellos que lo sacrificaron todo por nosotros y confiaron, con optimismo, en que «si no es posible que nosotros veamos el resultado lo verán nuestros hijos».
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