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EFE

La inmigración, un debate necesario

Viernes, 24 de agosto 2018, 01:09

Vienen. El mundo del Sur está ahí y no a las puertas. Por esto mismo, enfocar una verdad tan evidente como la que estamos viviendo a estas horas como una cuestión de excepcionalidad coyuntural, bien a causa de un efecto llamada inexistente o bien, como el producto de los desmanes históricos occidentales, no conduce a nada. Los migrantes se juegan la vida, la suya y hasta la de sus hijos, porque les han contado que en Europa el futuro está más cargado de certidumbre y porque en el viejo continente la vida aún tiene un precio muy elevado. ¿De qué sirve entonces lanzar diatribas sobre el cierre de fronteras o las expulsiones en caliente? Ni siquiera deberíamos debatir sobre los grados de santidad que sus cuidados proporcionan.

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No obstante, convendría no ocultar que tan descarado fenómeno provoca opiniones tan variadas que de necios sería discriminar una siquiera. Por encima de los prejuicios, es más que posible que en todos los discursos actuales sobre la inmigración haya algo de verdad. Ni los voceadores del desastre, puristas de la cultura europea, ni los talibanes del humanismo solidario, ni siquiera la mayoría silenciosa que ve, oye, calla y forja su criterio, poseen la verdad absoluta. En todos hay una parte de ella que convendría escucharla antes de proceder a la descalificación radical y sin derecho a réplica. Me cuesta creer que las calles se hayan llenado de racistas, que estemos rodeados de xenófobos o que el fascismo esté de nuevo tomando forma. Tampoco creo en la invasión de Europa ni en el fin de la civilización occidental. Pero creo menos en la cerrazón intelectual y en la monopolización de la verdad. Mucho más práctico sería dar paso a un debate abierto, sincero sin calificativos previos.

Mientras, la realidad impone medidas urgentes. Quienes llegan cansados, heridos, ansiosos y esperanzados merecen ser atendidos, sin limitaciones. De nada sirve una ducha caliente y una camisa nueva si después se van de nuevo a la calle. Necesitan, más allá del trabajo de los voluntarios, la colaboración de auténticos profesionales que les ayuden a entender a qué lugar han llegado, que les enseñen el idioma que se habla, que les muestren lo que se come, que les expliquen cómo se ama, cómo se odia e, incluso, cómo se muere por estos lares. Profesionales que les ayuden a dar los primeros pasos en un mundo del que no entienden nada y que, todo hay que decirlo, es muy diferente al que venían buscando. Esa es, al igual que el debate propuesto, una necesidad también urgente, quizás más. Porque no se puede gestionar esta realidad en base a un voluntariado que, con el tiempo, caduca hasta agotarse. La solidaridad está muy bien, pero no es suficiente para articular los verbos integrar y validar.

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